HOMENAJE
PÓSTUMO
A ÁLVARO GÓMEZ HURTADO
Noviembre 02 de 2005 (Bogotá – Cundinamarca)
Compatriotas:
Al mirar a los ojos de ustedes
y recordar esta distinción
que el pueblo me ha conferido de ser Presidente de Colombia,
siento una profunda angustia interior, que se me traduce
en una dosis inocultable de vergüenza, cuando al
acudir a este aniversario del asesinato del doctor Álvaro
Gómez Hurtado, la justicia, el Estado colombiano,
todavía no tienen una respuesta.
Álvaro Gómez tenía
una estatura moral, espiritual e intelectual que lo
hizo inmune a
la muerte.
Los colombianos lo seguiremos
teniendo presente y recordaremos sus ideas, a la vez
tan profundas y tan sencillas, para
buscar orientación que conduzca al bienestar y
a la felicidad de todos los compatriotas.
Era severo y amable en el diálogo. El diálogo
con él era siempre serio, pero transmitía
esas ideas densas con la amabilidad inconfundible, que
es natural en las gentes sabias.
Poseía sabiduría en el sentido integral,
poseía sabiduría como intelectual.
Su conocimiento de los idiomas
le permitió leer
a muchos de los grandes pensadores en la fuente.
Conocía en profundidad la historia, la filosofía
política y en detalle todas las expresiones del
arte. Él mismo fue un gran artista.
Pero no era el sabio para sí. Le deleitaba la
cátedra universitaria porque podía esparcir
entre los jóvenes sus conocimientos, que eran
a la vez profundos en el concepto y detallados en los
hechos y en las anécdotas.
Seguramente sus alumnos de la
cátedra final guardan
en su memoria el recuerdo indeleble de cada frase sobre
la historia del arte. La dictó antes de ir a encontrarse
con las manos asesinas que arrebatarían a la Patria
uno de sus buenos hijos.
Álvaro Gómez Hurtado poseía sabiduría
como jefe político. Luchó por crear un
nuevo lenguaje, en el que fueran coincidentes los conceptos
con las realidades.
Sabía aquello de que la credibilidad del liderazgo
se funda en la consistencia del pensamiento y en la congruencia
entre el pensamiento y la acción. Que las palabras
evocaran el significado exacto, no el vulgarismo. Y las
estratagemas de la retórica no se impusieran sobre
el sentido de sus pensamientos.
Su verticalidad lo hacía sospechoso de fundamentalismo,
en un escenario político en el que campeaban como
dueños los diletantes y predicadores del apaciguamiento
con el terrorismo y el crimen organizado.
Alguna vez dijo: “Simular la atrocidad de los
delitos cometidos por la guerrilla, y después
de cada uno de ellos tenderles mano a los criminales,
no es fácilmente entendible como una muestra de
pacifismo”.
A Álvaro Gómez no lo derrotaron sus ideas,
lo derrotó la demagogia que las desfiguró.
Álvaro Gómez poseía la sabiduría
del gran periodista.
¡Qué bueno este libro que hoy nos entrega
la Universidad Sergio Arboleda! Pero hace falta que se
publique el conjunto, todo el conjunto, de los editoriales
y artículos de Álvaro Gómez. Tanto
por lo que ganaríamos para la memoria histórica,
como por la sabiduría y ejemplo que podrían
recibir los jóvenes que hoy se forman para ejercer
esa bella profesión.
Verían los lectores de aquel texto que imagino,
cómo fue de cuidadoso el doctor Gómez en
el cultivo de la forma, ya que la consideraba la envoltura
del pensamiento.
La lectura de una compilación de las ideas de
Gómez nos permitiría ver al político
moderno, al precursor de la elección popular de
alcaldes y gobernadores, al luchador contra la corrupción
y el desgobierno.
Demostraría que hoy las categorías izquierda
y derecha son un simplismo, una obsolescencia ideológica,
una polarización artificial y nada práctica.
Los conceptos de Gómez Hurtado desbarataban los
linderos de esa aparente división, porque sabía
bien que lo que necesitamos es un acuerdo sobre lo fundamental.
¡Qué difícil
tratar de imaginarlo en la propuesta del acuerdo fundamental
de hoy!
Pero de buena fe, con patriotismo,
queremos adivinarlo y decir que en lugar de esa simplista
división,
en el país y en América Latina, entre izquierda
y derecha, ese acuerdo sobre lo fundamental, que fue
un principio cardinal de su orientación política
a los colombianos, debería girar hoy alrededor
de una democracia moderna, de liderazgos constructivos,
no de caudillismos, una democracia incluyente pero sin
odios, una democracia en permanente debate, pero debate
solidario, debate sin antagonismos insuperables, debate
siempre con la perspectiva del acuerdo a partir del ejercicio
dialéctico de las opciones.
Y para responder a esa democracia
moderna, el acuerdo sobre lo fundamental debería desarrollarse alrededor
de la Seguridad Democrática, alrededor del respeto
a las libertades individuales, alrededor de la construcción
social, alrededor de la transparencia y alrededor del
respeto de la independencia de las instituciones que
configuran el Estado representativo.
Y ahí confluyen esas libertades individuales
que quisieron caracterizar el acervo de la derecha y
esa cohesión social que quiso caracterizar el
acervo de la izquierda, porque son no excluyentes, como
se trataron de presentar para desfigurar la propuesta
de Álvaro Gómez, sino elementos convergentes
de una necesaria ecuación.
Sin respeto a las libertades
individuales nadie se siente atraído para luchar por el colectivo, y sin cohesión
social el colectivo no se fusiona de manera perdurable.
Álvaro Gómez estaría hoy en la
lucha por la recuperación del imperio de las instituciones,
en la lucha porque nuestra democracia fuera regida permanentemente
por el ordenamiento jurídico, no por caprichos
personalistas, por lo que en sus términos se constituirían
los elementos de una democracia moderna.
Como estadista y servidor público, Álvaro
Gómez manifestó su sabiduría pensando
siempre en grande.
Muy temprano entendió que sin crecimiento económico
sostenido, la miseria se convertía en lastre permanente.
Para desconceptualizarlo lo llamaron desarrollista y
enemigo de lo social.
¿Cuánto crecimiento y cuánto bienestar
dejó de disfrutar el pueblo colombiano por no
haber entendido que era necesario impulsar más
veloces niveles de desarrollo para poder tener oportunidades
de construcción de justicia social?
A veces me pregunto si hay alguna
razón para
que lo hubieran descalificado en la lucha social, cuando
tantos colombianos del común, de aquellos que
necesitan el triunfo de lo social, acompañaron
con tanto entusiasmo su periplo político.
Lo que pasa es que no fuimos
capaces de decir la verdad a tiempo. No fuimos capaces
de decir que si no creábamos,
como él lo sugería, condiciones para la
confianza inversionista, condiciones para el desarrollo,
era imposible encontrar los recursos para lo social.
Sus tesis sobre el desarrollo, sus tesis para el crecimiento,
no eran la antitesis de lo social, eran el camino para
hacer posible lo social.
Ojalá hoy lo entendamos y seamos totalmente congruentes
en el ejercicio práctico de este pensamiento.
Como editorialista, político, ideólogo,
el doctor Álvaro Gómez se adelantó a
su tiempo. Muchas de sus definiciones sobre la criminalidad
disfrazada de política, que parecieron un destemplado
derechismo, son aceptadas hoy como decisiones naturales,
definiciones casi tautologías.
Cuando Colombia tiene que disponerse
a recuperar el imperio de sus instituciones, a recobrar
el poder para
el Estado, para sus formas democráticas de manera
real, el pensamiento de Álvaro Gómez Hurtado
es guía insustituible.
Confío que el avance de la Seguridad Democrática,
que tiene tantas dificultades y que exige tantos esfuerzos
de todos los colombianos en el cotidiano discurrir de
la Nación, siga produciendo el efecto de que los
colombianos se sientan más libres, el efecto de
que los colombianos se sientan más confiados en
su Patria, en la posibilidad de vivir en ella, de disfrutarla
plenamente.
Confío que la Seguridad Democrática, a
medida que avance, al producir el efecto de que los colombianos
se sientan más libres, también ayude a
que la justicia sea más eficaz. Y que la libertad
derivada de la Seguridad Democrática, al contribuir
con la justicia, permita derrotar la impunidad, empezando
por derrotar la impunidad que todavía se convierte
en motivo de vergüenza sobre este crimen.
He pensado mucho cómo conectar la Seguridad Democrática
con la justicia. Con la justicia, que fue ese valor al
que Álvaro Gómez le asignó primerísimo
nivel de importancia en su carrera pública y en
su convocatoria a los colombianos.
De manera elemental, apreciados
compatriotas, un país
con 30 mil asesinatos al año, un país con
3 mil secuestros, un país con 50 mil terroristas,
un país con 180 mil hectáreas de droga,
es un país inviable para la justicia.
Ninguna justicia, ni sumadas
las más fuertes
de los países más avanzados, podrían
tener éxito en un país caracterizado por
estos elementos críticos.
A medida que la Seguridad Democrática derrote
la criminalidad, a medida que la Seguridad Democrática
derrote el asesinato, derrote el secuestro, derrote la
droga, se abren espacios para la justicia.
La Seguridad Democrática es, a mi juicio, el
elemento de contención de la criminalidad que
hace posible la eficacia de la justicia que tanto predicó y
por lo que soñó Álvaro Gómez
Hurtado.
De Álvaro Gómez
Hurtado hay diferentes versiones de acuerdo con diferentes
generaciones. Yo
tengo un elemento bien importante del recuerdo de esa
superior personalidad de la Patria y de la lectura de
muchos de sus textos.
Fue un dialéctico. Estuvo presente en todas las
horas del debate, pero en el tiempo que lo conoció mi
generación jamás hizo del agravio arma
del debate. Una lección bien importante para nuestros
días.
Cuando el debate político se estanca en el remolino
del agravio personal, ese debate no contribuye al éxito
material, no contribuye a la profundización espiritual
de la Nación. Cuando el debate político
se hace con profundidad en las tesis, con disposición
a la búsqueda de opciones, con actitud de encontrar
con los contrarios salidas novedosas que permitan la
superación de los problemas, la Patria progresa.
El debate político tiene que ser un debate sobre
los problemas y las soluciones. Un debate con toda la
franqueza que caracterizó a Álvaro Gómez
para enfrentar las realidades, pero con todo el respeto
por los compatriotas que participan en ese debate político.
Esa amplia literatura de Álvaro Gómez,
ausente de agravios, es una lección que los colombianos
que estamos en el debate de hoy y las generaciones que
habrán de venir, debemos aprender.
Debate con franqueza. Con talante,
como él lo
llamaba. En esa convocatoria al ejercicio de la política
con personalidad y con carácter, pero sin agravios.
La personalidad en el debate político es para
producir resultados en favor del bien público,
no para detenerse en la etapa visceral del agravio personal
al contradictor.
Los ingleses han estimulado muchas
investigaciones sobre los que debieron llegar y no
llegaron. Circunstancias
de la vida política, circunstancias de la criminalidad
que segó su vida, impiden que Álvaro Gómez
hubiera llegado al sitio donde quisieron y presumen que
llegó las mayorías colombianas.
Sí, no llegó, pero sus ideas llegaron.
Y con el esfuerzo de todos los compatriotas de buena
fe, esas ideas sobre justicia, sobre libertades, sobre
honradez, sobre crecimiento, como fundamento para lo
social, habrán de llegar.
Muchas gracias.