ENTREGA AL PRESIDENTE URIBE DEL DOCTORADO HONORIS
CAUSA
EN COMUNICACIÓN SOCIAL Y PERIODISMO
OTORGADO POR LA UNIVERSIDAD LOS LIBERTADORES
Abril 11 de 2007 (Bogotá – Cundinamarca)
Compatriotas:
Toda mi gratitud a la Universidad por este acto lleno
de generosidad que tanto me compromete con Colombia.
Muchas gracias a ustedes por
su noble compañía,
muy especialmente a usted, señor ex presidente,
doctor Belisario Betancur Cuartas, quien ha sido un
compañero noble de esta tarea de Gobierno.
Vengo a esta institución joven y meritoria
a compartir el sentimiento común de admiración
y a celebrar con ustedes el rito de veneración
a la memoria de tres grandes de Colombia: Simón
Bolívar, Francisco de Paula Santander y Antonio
Nariño.
Los colombianos tenemos que
exaltar a quienes sembraron las fundaciones para
que esta Nación realizara
sus fines.
Ellos nos guían con su espíritu, pues
son faros de virtud. Nariño luchó por
los derechos humanos al servicio de la virtud. Bolívar
puso su espada al servicio de la virtud, sin la cual,
en sus palabras, perecería la República.
Y Santander representa el respeto a la ley al servicio
de la virtud.
Bolívar y Santander prefiguran nuestra identidad
política como Nación. Bolívar
encarna el ideal de orden y autoridad. El orden como
presupuesto ineludible de la libertad, la autoridad
que hace posible la igualdad de oportunidades.
Santander representa el imperio
de la ley, que garantiza la seguridad y las libertades.
Predicó que la
obediencia a las normas cancela la esclavitud de la
violencia. El orden para la libertad, mediante la autoridad
democrática de la ley. He ahí el binomio ético-político
que sostiene la continuidad histórica de nuestra
Nación y otorga sentido a nuestra institucionalidad.
Nariño era la encarnación del constitucionalismo
democrático liberal, de las ideas de la ilustración.
Los colombianos aprendimos de él que en la lucha
de los hombres por las grandes causas, la palabra escrita
es la proclama que eleva los corazones y garantiza
la voluntad de lucha de los pueblos.
Con Bolívar, Santander y Nariño, convoquemos
el ejemplo de enseñanzas de otros grandes faros
de virtud: Sucre, benemérito inspirador del
moderno derecho humanitario.
Algunos historiadores militantes
en el conservatismo y el liberalismo, solían reivindicar como fundadores
de sus partidos, respectivamente, a Bolívar
y Santander, las cumbres de nuestra historia. Se les
quería mantener perennemente enemistados y se
les hacía blandir sables hasta en la tumba.
Se definía a Bolívar y a Santander como
antagonistas irreconciliables, predicando que hubo,
hay y habrá entre ellos una contienda perpetua.
Esa ficción hacía ver la sangre derramada
durante las guerras civiles de los siglos XIX y XX,
como ofrenda y leña para mantener vivo el fuego
de la contienda inaugural entre los padres fundadores.
Una visión más real es la que nos permite
entender que nuestra historia ha sido forjada por todos
los partidos políticos, por muchas escuelas
de pensamiento, por líderes sociales y escritores
públicos de todas las tendencias, y que ello,
precisamente, explica el porqué es tan rica,
plural y multifacética nuestra personalidad
nacional.
La Universidad, que por esencia
es deliberante y fraterna, debe reivindicar con espíritu liberal la trascendencia
del pensamiento y la obra de dirigentes de todos los
partidos, sin consideración a su militancia,
tal como nos enseñaron el ex presidente Eduardo
Santos y Germán Arciniegas.
Al agradecer a la comunidad
académica de Los
Libertadores el otorgamiento del grado Honoris Causa
en Comunicación Social-Periodismo, quisiera
dejar para su reflexión unas breves consideraciones
sobre lo que es el moderno concepto de Estado de Opinión:
un Estado con alta participación ciudadana para
la toma de decisiones públicas, para su ejecución
y vigilancia.
Los fundadores del Estado de
Derecho, quienes lo fueron prefigurando y lo consolidaron,
advertían en él
las siguientes características: la normatividad
heterónoma, ajena a los caprichos o al parecer
personal de quien la invoca y la aplica, hoy debe ser
el elemento común en todas las formas de Estado
y no tendría que ser el caracterizante del Estado
de Derecho contemporáneo. La división
de las ramas en poderes independientes, los mecanismos
de control y la participación de opinión.
En mi concepto, es la participación de opinión
lo que distingue el nuevo concepto de Estado de Derecho,
el Estado de Opinión. Una participación
de opinión vigorosa, ilimitada, plural, que
pueda expresarse desde todas las canteras del pensamiento
y en todos los momentos, a lo cual contribuyen tareas
académicas como la de la Fundación Universitaria
Los Libertadores, que es lo que finalmente reivindica
al Estado de Derecho en esa acepción moderna
el Estado de Opinión.
En esa concepción de Estado, los Consejos Comunales,
que ustedes generosamente han ponderado, son un valioso
instrumento, una mesa de trabajo que permite avanzar
en los asuntos administrativos, sin que se desconozca
o demerite la importante labor que cumple el legislativo
como órgano de la representación ciudadana.
Es falsa la disyuntiva entre
democracia participativa o representativa. Se requieren
ambas, tienen una relación
mutuamente dependiente. La representativa requiere
para formarse, para operar y para legitimarse, una
acción permanente muy fuerte de la participativa.
A su vez, la participativa puede tornarse en anarquía
sin los órganos de representación.
Y la Constitución colombiana ha sido sabia:
los mecanismos de participación ciudadana directa
de la Constitución de 1991, con los avances
sobre los órganos de representación,
nos ponen de presente que Colombia, en su normatividad,
entiende ese equilibrio entre la democracia representativa
y la democracia participativa.
La presión ciudadana sacude al Ejecutivo y
a los partidos de la negligencia en que incurren cuando
se sienten en el ficticio paraíso de pensar
que todo anda bien. El contacto directo con la ciudadanía
muestra, una y otra vez, que las realizaciones oficiales
que con vanidad exhiben todos los gobiernos, son infinitamente
menores que las dolencias populares desatendidas.
Los Consejos Comunitarios obligan
a la transparencia, a la honradez, a la eficacia.
Para que haya transparencia
es vital un ejercicio combinado y equilibrado entre
democracia representativa y participativa. En una época
en que hay todas las posibilidades de participación
de opinión, si bien se necesitan referentes
ideológicos y programáticos organizados
y a largo plazo, como los partidos, también
se necesita acudir de manera permanente a la consulta
comunitaria.
Un Estado Comunitario necesita
credibilidad. Los Consejos Comunitarios no son reuniones
de promesas. Son ejercicio
en los que se interactúa para asumir compromisos
de gestión.
Son un diálogo constructivo entre el Gobierno
central, los gobiernos departamentales, los locales
y la comunidad. Un diálogo permanente, sincero,
que ayuda a conocer limitaciones y también a
saber que tenemos que hacer esfuerzos adicionales.
Y para que así sea, los medios de comunicación
son la polea de transmisión entre los Consejos
y la población. Los medios pueden contribuir
para que la administración sea como debe ser.
En la vida de nuestros días, apreciados compatriotas,
la administración pública debería
ser un reality, que muestre a través de los
medios de comunicación la ejecutoria total en
todos los segundos, minutos y horas de quienes administran
los intereses públicos.
Los Consejos Comunitarios nos
han ayudado a que el Gobierno sea más diligente, a que conozca mejor
las realidades y a que la ciudadanía conozca
mejor las limitaciones.
Los Consejos Comunitarios no
los podemos mirar aisladamente. Hacen parte de la
idea sustancial de un Gobierno que
para estar al servicio de la comunidad, necesita reconocer
creciente participación de la comunidad en la
toma de decisiones, en la ejecución de decisiones
y en la vigilancia de la tarea oficial.
Ello se erige en una fuente de credibilidad en las
instituciones y en una fuente que genera obligaciones
para los seres humanos, que en el momento determinado
las encarnan.
Un gobierno que está obligado a darle cuentas
en todo a la ciudadanía es un Gobierno más
solícito. Es un Gobierno más animado
por diligencia, es un Gobierno más motorizado
con presteza, es un Gobierno que tiene que dormir apenas
por un ojo. Porque se sale de un evento comunitario,
pero se tiene la idea, la noción y la notificación
que en las próximas horas hay que enfrentar
otro.
Siempre recordaré que cuando habíamos
empezado a avanzar bastante en materia de microcrédito,
el entonces ministro de Comercio, el doctor Jorge Humberto
Botero, me dijo: “Presidente, ¿por qué en
esta reunión hay tanta queja contra el microcrédito
si hemos avanzado mucho?”.
Le dije: “Ministro, he ahí la importancia
de que el gobierno trabaje permanentemente con la comunidad.
Si usted y yo nos encerramos en una oficina de la Casa
de Nariño a ver las cifras de microcrédito,
nos elogiamos mutuamente, salimos felices y decimos:
qué revolución tan positiva”.
Pero cuando acudimos a estas
reuniones con la comunidad, la comunidad nos hace
dar cuenta que lo que se ha hecho,
a pesar de que demande un gran esfuerzo del gobierno,
es poco frente a lo que requiere la ciudadanía.
Le agregué: “A estas reuniones ya no
acuden los que recibieron los microcréditos
sino las grandes mayorías que no lo han recibido”.
Por eso uno no puede esperar
que aquí vengan
a dar gracias ni a elogiar al Gobierno, sino que tiene
que estar dispuesto a que aquí se acuda a criticar,
a requerir, a demandar, y todo eso hay que recibirlo
tranquilamente y de la manera más constructiva.
Qué cosa tan importante el ejercicio permanente
de la democracia directa para que aquellos que tenemos
circunstanciales responsabilidades públicas,
nos demos cuenta de la discrepancia entre lo que ponderamos
como nuestros logros y lo que realmente la comunidad
aspira para la satisfacción de sus necesidades.
Por supuesto: cómo se ordena la vida política
y cómo se le introduce armonía a las
relaciones inter-administrativas. Se ordena la vida
política, los ciudadanos adquieren conciencia
de las posibilidades y de las limitaciones, y entonces
matizan sus aspiraciones cuando conocen las limitaciones.
Cómo se ajusta el discurso político
a la realidad de los ciudadanos, cómo se elimina
esa discrepancia entre el mundo de la política
y el mundo de la ciudadanía, que en la exclusiva
acción de la democracia representativa sólo
se elimina el día de elecciones.
Cuando se combina con la participativa,
la eliminación
se tiene que dar todos los días. Porque en esos
escenarios de participación, la comunidad impide
que haya un discurso político diferente a las
aspiraciones de la misma comunidad.
Y cómo es de importante para que gobernantes
nacionales, departamentales y locales ajusten las políticas,
construyan sincronía. Para que cada uno sepa
cuáles son sus responsabilidades y en cada instancia
se conozca el Plan de Desarrollo de la otra, y entonces
se aspire al apoyo de una instancia diferente en la
medida que los Planes de Desarrollo permitan esa integración.
Debemos todas las virtudes
al ejercicio diario del contacto dinámico
con los compatriotas. Los gobernantes somos poco
dados a rectificar, pero ante
las insistencias comunitarias que se provocan en ese
contacto de todas las horas, llega un momento de que
hay que necesariamente introducir rectificaciones.
Mucho más efectivo para la rectificación
el contacto comunitario que las críticas de
la oposición. Se es más sensible a lo
que dice la comunidad que reclama rectificaciones o
que reclama atender campos todavía no observados
por el Gobierno, que a las propias críticas
de la oposición. Es otra virtud que hemos encontrado
en esta tarea del ejercicio cotidiano del contacto
dinámico con la comunidad.
Y en la medida que haya compromiso sin promeserismo,
hay credibilidad.
He notado una gran evolución
en esos contactos comunitarios. Muy positiva de parte
del Gobierno y
muy positiva de parte de las comunidades.
Los compañeros de gobierno y yo tenemos que
llegar con más diligencia. Y la comunidad acude
de manera más ponderada en las aspiraciones,
con visión más realista.
Y ese diálogo permanente
genera y estimula, alimenta credibilidad en las instituciones.
En el tema de orden público sí que ha
sido importante. Por ejemplo, en muchos de los Consejos
de Seguridad en las regiones, antes de la reunión
a la que suelen exclusivamente asistir los Mandos regionales,
los nacionales, el Ministro de la Defensa y el Presidente
de la República, se hace una reunión
con la comunidad local.
Ha sido de inmensa utilidad.
Todos los días
la comunidad local tiene más confianza para
denunciar. Más tranquilidad para decir: esto
va bien, pero aquello va mal.
Y entonces eso obliga a que
el informe nuestro, el informe de las autoridades,
se tenga que revisar, repensar,
para no desconocer la crítica comunitaria.
Cómo ha sido de importante ese ejercicio con
la comunidad para que tengamos real percepción
de la evolución del orden público en
las diferentes localidades.
Si simplemente en una oficina
de un Comando de Policía
o de una Brigada Militar, nos sentamos los comandantes
locales, los nacionales, el Ministro de la Defensa
y yo, el Power Point nos llena de ilusiones. Pero cuando
permitimos que entre el Power People, nos hace aterrizar
en la realidad y nos llena de compromisos.
La verdad es que el contacto con la comunidad ayuda
a evitar las ficciones que en alguna forma crea el
Power Point.
Por eso celebro también la tendencia que visto
en el país: gobernadores y alcaldes en permanente
contacto con la comunidad. Y creo que el Congreso de
la República lo tiene que hacer.
La revolución de las comunicaciones lo exige:
una ciudadanía crecientemente informada, preparada,
es una ciudadanía que exige más contacto
con quien la representa.
Hace años, cuando se tenía por parte
de algunos el privilegio de la información,
era más necesario para la comunidad que llegaran
los más informados a orientarla.
Ahora, cuando el dirigente
conoce lo que está ocurriendo
en el mismo minuto y con el mismo texto que lo conoce,
la comunidad campesina más remota, esa comunidad
demanda del dirigente no que vaya a informarla, sino
a compartir con ella y a analizar con ella.
La revolución de las comunicaciones, la tecnológica,
exige una gran modificación en las relaciones
de la política y de la vida administrativa,
entre los circunstanciales dirigentes y la comunidad.
Nuestro respeto a la libertad
de prensa no tiene condiciones ni limitaciones. Es
una tradición de los gobiernos
de Colombia que honramos con patriotismo.
Puede que la libertad de prensa
incomode a los Gobiernos. ¿Pero
qué necesita la democracia? ¿La comodidad
del Gobierno o la comodidad del pueblo? La verdad es
que la incomodidad que la libertad de prensa causa
a los gobiernos es una garantía para el pueblo,
es un acicate para los gobiernos.
La crítica de la prensa, en el caso del Gobierno
comunitario, estimula a corregir, a enmendar, a mejorar.
Además el gobernante tiene que anticipar en
su pensamiento lo que será su época de
ex gobernante. Su época de ex gobernante necesita
libertad, libertad de prensa.
Por eso cuando se es Gobierno,
es mejor sufrir la aparente incomodidad de la libertad
de prensa, que
afectarla. Así se garantiza para la época
de ex gobierno, poder tener la garantía de la
libertad.
La libertad de prensa ayuda
a construir la verdad, esa verdad relativa, la única al alcance de
los seres humanos. Esa que se construye en la contradicción
diaria, ayuda a que surja la crítica social
e iguala a los ciudadanos en un país de desiguales.
Recuerdo que cuando empezaban
a temblar las fundaciones de la Cortina de Hierro,
el entonces Presidente de
los Estados Unidos, visitó la Universidad de
Moscú. Leyó allí un bellísimo
discurso sobre la libertad. Y preguntado por la comunidad
académica sobre una sola, la que en su concepto
fuera la mejor contribución de la libertad,
dijo el presidente Ronald Reagan: Es el único
camino para construir verdad.
Esa frase fue muy determinante
en el proceso que mi generación nunca anticipó cuando estaba
en las bancas de la universidad y que se dio con enorme
velocidad: el proceso de destrucción de la esclavitud
del comunismo, para que llegaran los aires renovadores
de la libertad.
Otro eje de nuestra política es la Seguridad
Democrática, esta que legitima en las libertades.
Para que la energía de las instituciones democráticas
contribuya a sacar adelante la recuperación
total de la seguridad en Colombia, esa energía
necesita un factor legitimante: la libertad.
Abro un paréntesis para decir que siempre he
hecho campaña. Cuando algunos de mis críticos
dicen que el Presidente de la República se mantiene
en campaña, les contesto que es verdad. Los únicos
gobiernos que sirven son los que se mantienen en campaña.
Alguna vez le preguntaron a Lina, mi señora,
cuándo iría Álvaro a empezar la
campaña. Y ella dijo: Jamás la ha terminado.
Y me preguntaban: ¿Usted por qué propone
una seguridad como Seguridad Democrática? Y
contesté: Por muchas circunstancias. Para establecer
la diferencia entre lo que sería un proyecto
de seguridad nuestro y lo que fue la doctrina de la
seguridad nacional en el continente.
Aquella, en aras de la seguridad,
conculcó las
libertades, censuró la prensa, marchitó el
plurarismo.
La nuestra tendrá que ser, dijimos desde el
año 99, un camino para fortalecer las libertades,
darle todos los espacios al pluralismo, permitir que
los colombianos expresen sin temor y sin amenaza aquello
que piensan, proteger institucionalmente por igual
a los dirigentes gremiales que a los dirigentes sindicales,
a los profesores, a los campesinos, a los agricultores,
a los voceros de las ideas políticas afines
al gobierno y a los voceros de la oposición.
Nosotros sabemos, los llevamos
muy en el alma, apreciados compatriotas, que el elemento
legitimante de nuestra
política de seguridad es el respeto de la libertad.
Por eso todos los días queremos producir hechos
de respeto a la libertad, para poder tener ante la
historia y dejar ante nuestros compatriotas el legado
de que nuestra seguridad merecidamente se denominó democrática.
Ese es un anhelo del alma.
El asesinato, las amenazas
contra los periodistas y la impunidad, son motivos
de vergüenza para
nuestra democracia y medios para consolidar el poder
de los violentos y de la corrupción.
Para la Nación y para el Gobierno, la libertad
de prensa tiene que ser un motivo de orgullo democrático,
un supuesto necesario para la confianza ciudadana y
un elemento esencial de unidad dentro de la diversidad.
La buena salud de la prensa
habla bien de la salud del país.
Necesitamos unos medios de
comunicación valientes,
justos, de amplio criterio, capacidad analítica,
que generen opinión, que informen exhaustivamente,
comprometidos con las múltiples perspectivas
de la información, que provoquen el discernimiento.
La política y el periodismo son actividades
que cumplen diferentes funciones, pero que giran alrededor
de un centro de gravedad: la opinión pública.
El ejercicio de las tareas del uno parecería
imposible en ausencia de las del otro. El político
ejecuta, su expectativa es el ejercicio de la administración.
El periodista informa, analiza, evalúa, critica.
La relación entre ambos tiene que ser de respeto
e independencia. El político no puede pretender
el aplauso permanente de los medios ni éstos
pueden aspirar a que el político realice todo
lo que los medios le indiquen. El medio debe analizar
al hombre público con la menor subjetividad
posible. A esto se opone el apoyo ciego o la oposición
cerrera.
La identificación o la discrepancia entre el
periodista y el político no deben tornarse en
afinidad de ghetto o antagonismo de enemigos, porque
se pierde la serena apreciación del bien público
y se sustituye por la complicidad o la crítica
irracional.
El juicio crítico no puede ser sustituido por
la alabanza o la injuria, que alejan el interés
ciudadano por la política o enfrían la
confianza en el periodismo.
El Libertador, cuando apenas
nacía la prensa,
aconsejó que los gobiernos fuesen garantes de
su libertad. Y recomendó la constitución
de un poder moral que se ocupara de ejercer la censura
sobre cualquier escrito, pero no antes sino después
de su publicación. Ese poder moral existe hoy:
es la capacidad que da la sabiduría, la caridad,
la bondad y la inteligencia con que actúan los
periodistas y el juicio que sobre ellos hace la opinión.
Quiero agradecer inmensamente
a la Universidad este honor que me compromete mucho
más con Colombia.
La única manera de responderles es trabajando,
con mis compañeros de gobierno, por la felicidad
de las nuevas generaciones de colombianos, para que
puedan vivir felices en el amado suelo de la Patria,
trabajando con amor por Colombia, trabajando con dedicación,
trabajando con todo el afecto por los compatriotas.
Muchas gracias a la Universidad.
Le temo muchísimo
a la palabra que más afecta la personalidad
del combatiente: la vanidad. Por eso es aquello a lo
cual le temo, en razón de este honor que me
confieren. Pero procuraré que el amor por Colombia
sea superior que la vanidad que se da en mis ímpetus
de combatiente de la democracia.
Muchas gracias, y me siento
muy honrado de ser alumno de esta gran comunidad
universitaria de Los Libertadores.
Recíbanme como su compañero. Muy amables.
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