PALABRAS
DEL PRESIDENTE URIBE AL CONMEMORAR SEGUNDO AÑO DE
LA LEY DE JUSTICIA Y PAZ
Julio 25 de 2007
(Atlántico - Barranquilla)
“En primer lugar quiero ofrecer excusas por la ausencia
del Alto Comisionado hoy aquí. El doctor Luis Carlos
Restrepo debió viajar a los Estados Unidos porque
un sobrino suyo, que estaba vinculado a las Fuerzas de los
Estados Unidos en Afganistán, fue muerto hace tres
días. Esa es la razón de la ausencia del doctor
Luis Carlos Restrepo.
Voy a hacer algunas reflexiones sobre el proceso de esta
Ley, sobre sus dificultades presentes, y a tomar algunas
preguntas que ustedes quieran formular.
Como lo ha dicho el representante del Alto Comisionado,
el doctor Albarracín (Luis Alejandro), en la campaña
que antecedió a la elección presidencial de
2002 propuse a los colombianos una política de Seguridad
Democrática, cuyo componente principal sería
el rescate de la seguridad y que por supuesto también
ofrecía las puertas del diálogo con la condición
del cese de hostilidades.
Veamos otros antecedentes: la administración presidencial
que me antecedió traía una especie de inicios
de procesos con el Eln a través de Cuba, negociación
preliminar en la que persistimos, y con las Autodefensas,
mal llamados paramilitares, a través de la Iglesia
Católica.
El Gobierno Nacional dijo, el nuevo Gobierno en 2002, que
estaba dispuesto a continuar ambos procesos con la condición
del cese de hostilidades.
La Iglesia Católica transmitió eso a las Autodefensas
y, como lo ha dicho el doctor Albarracín, la respuesta
que se dio unos meses después fue positiva, lo que
dio lugar a iniciar el proceso.
El Gobierno apreció que no obstante que ese cese
de hostilidades no fue inmediato, automático, que
se seguía dando violencia por parte de estos grupos,
existía una voluntad para cumplir con ese cese de
hostilidades.
Otro antecedente importante de registrar es en qué estaba
el país. Cuatrocientos alcaldes amenazados, casi 300
sin poder ejercer en sus municipios, en una especie de asilo
nacional en otras localidades.
Además un 30 por ciento de la población directamente
afectada por la presencia de grupos guerrilleros y/o paramilitares,
y el resto del país también con algún
grado de afectación.
Mientras en Bogotá, por ejemplo, las autoridades
negaban la presencia de las guerrillas, aquí las milicias
Antonio Nariño de las Farc cometían cualquier
clase de atrocidades contra la población, y se advertía
un gran crecimiento de los grupos paramilitares, con los
mismos delitos, en áreas como el barrio Restrepo.
Ya el doctor Albarracín ha explicado lo que el Gobierno
aprecia como la génesis de este fenómeno delictivo
de Autodefensas. La única anotación que en
ese punto le haría a su intervención, es que
no fue una reacción a la inseguridad local sino a
la inseguridad local y nacional.
Recuerdo mis años en la universidad pública:
el crecimiento de las guerrillas marxistas, su apelación
a combinar todas las formas de lucha. Asesinaban y penetraban
el movimiento sindical, sectores de la política, sectores
del movimiento estudiantil, del movimiento obrero, sectores
del periodismo. Avanzaban en el secuestro, en la promoción
de la lucha de clases como medio político para derrotar
el Estado democrático, que llamaban el Estado burgués,
y sustituirlo por la dictadura del proletariado. Y la población
simplemente vivía entre la angustia, el dolor y el
sentido de que nadie en el Estado la defendía.
Un fenómeno creciente de violencia guerrillera y
de desprotección estatal a los ciudadanos.
Llega el paramilitarismo a competir con la guerrilla en
crueldad y en sus mismos métodos. Y llegamos al país
de 2002, donde, a mi juicio, el Estado había perdido
en mucha parte del territorio su poder efectivo, las instituciones
estaban desaparecidas en la realidad y ese fenómeno
avanzaba hacia todo el territorio.
En 2002 me hice esta reflexión: en las facultades
de derecho de Europa se preguntaba después de la Segunda
Guerra Mundial: ¿qué Estado había sido
Estado en la Francia ocupada por los alemanes? Y después
de mucha discusión, se llegó a la conclusión
que en esos años de ocupación había
persistido el Estado formal francés, pero el Estado
real había sido el Estado invasor, el Estado alemán,
el que tuvo en esos años de invasión la capacidad
de tomar decisiones y hacerlas cumplir por la fuerza.
Eso le pasó a Colombia en muchas regiones y le iba
a pasar en todo el país. Teníamos el Estado
formal de la Constitución y el Estado material y fáctico
de los grupos armados al margen de la ley.
Esa realidad no se aprecia fácil desde las oficinas
de las capitales. Otra cosa era vivirla en las regiones.
Y me parece que esa realidad hay que constatarla, hay que
reconocerla para todo lo que tiene que ver con la acción
legislativa, las políticas del Ejecutivo, las sentencias
de la justicia.
Me parece que un antecedente determinante de este proceso
de paz fue la llegada de la política de Seguridad
Democrática. Por primera vez, Colombia inició una
batalla estatal sostenida contra la guerrilla, que en el
pasado había tenido asomos, vacilaciones y retrocesos.
Y una batalla contra el paramilitarismo, que no se había
dado.
Antes de las 6:00 de la mañana del 8 de agosto de
2002, aterricé en Valledupar para empezar a cumplir
el compromiso ofrecido a los colombianos de recuperar la
movilidad de los ciudadanos de bien por las carreteras de
la Patria.
Encontré ese departamento entre la guerrilla y los
paramilitares. Ese día me hice una pregunta: ¿Entonces
si hay tantos paramilitares y su objetivo ha sido acabar
la guerrilla, por qué hay tanta guerrilla y con tanta
capacidad?
La misma pregunta que me hice meses después cuando
lanzábamos la brigada móvil sobre el Cerro
del Paramillo. Me pregunté: ¿si en Tierralta
y Valencia hay tantos paramilitares, por qué en estas
estribaciones de Paramillo, Río Verde, Santa Rita,
hay tanta guerrilla?
Daba la impresión de que se había repartido
los terrenos, de que unos dominaban en unas áreas
y los otros en otras, y quien desaparecía en su poder
real era el Estado.
En la tarde del 8 de agosto (de 2002) acudí a Florencia
y allí encontré refugiados en la Gobernación
del Caquetá a todos los alcaldes de los municipios
de ese departamento, que se sentían incapaces de cumplir
sus tareas en sus respectivas localidades por las amenazas
de los grupos terroristas.
Empezamos la política de Seguridad Democrática.
Y hay hechos que es muy importante tener en cuenta para entender
por qué se precipitaron también estos procesos
de desmovilización.
Que había voluntad de paz, pero no puede negarse
que determinante para esa voluntad de paz fue la voluntad
gubernamental de la política de Seguridad Democrática.
Es el factor de presión institucional que precipitó que
se expresara esa voluntad, que se precipitó la desmovilización.
El país no registraba antecedentes como éste:
1.700 de los mal llamados paramilitares dados de baja y gran
cantidad de ellos llevados a la cárcel. Una tarea
que empezó en la misma hora en que se inició el
nuevo Gobierno.
Recuerdo la discusión pública con un alcalde
muy prestante del país. Decía que de ser él
el Presidente, primero se habría dedicado a desmontar
las Farc y después a los paramilitares.
En alguna oportunidad le comenté: no es el Presidente
el que escoge con quien negocia primero. Hay que analizar
que se den las condiciones. Y aquel que acepta negociar a
partir del cese de hostilidades, entonces está cumpliendo
con una condición que el Gobierno impone y el Gobierno
debe entrar a negociar con él.
Y demás le dije, y quiero transmitirlo a ustedes:
para legitimar una lucha de años que tendrá que
librar el país para derrotar las guerrillas, el país
no puede tener más paramilitares.
Esa lucha contra las guerrillas es una lucha legítima.
Y la legitimidad garantizará la victoria, en la medida
en que sea una lucha exclusivamente de las instituciones
democráticas, sin la mezcla del paramilitarismo.
El doctor Albarracín se ha referido al proceso de
la Ley. Sobre esto quisiera hacer un comentario: es importante
detenerse en la diferencia entre lo aprobado por el Congreso
y lo modulado por la Corte Constitucional en materia de confesión
y en materia de entrega de bienes para reparación.
El Congreso dijo que se deberían confesar todos los
crímenes. Y también dijo (y el Gobierno estuvo
de acuerdo), que si llegaren a aparecer crímenes no
confesados en contra de la persona sometida a la ley, el
juez podría concederle el beneficio de la ley si la
persona colaboraba con el esclarecimiento de esa nueva imputación.
Me parece que ese es un punto de mucha seriedad en el texto
final aprobado por el Congreso.
En materia de reparación, la Corte Constitucional
finalmente moduló que la persona sometida tenía
que entregar los bienes de origen ilícito y responder
también para reparar a las víctimas con lo
que pudiera ser su patrimonio lícito.
El Gobierno apreció que lo que dijo inicialmente
el Congreso, que se aplicara el patrimonio lícito,
finalmente no era excluyente de la necesidad de tener que
aportar el patrimonio “de origen lícito” ¿Por
qué? Porque en ese momento consideramos que habría
fuente jurídica para cada una de estas obligaciones.
La nueva ley exigiendo la entrega del patrimonio lícito
y la ley ordinaria de Colombia exigiendo la concurrencia
del patrimonio lícito para poder reparar a una víctima.
Una acción a través de la ley de Justicia y
Paz, y la otra a través de la responsabilidad civil
extra contractual.
Ralito. Ahora que se discute el acuerdo humanitario, acuerdo
humanitario que el Gobierno ha estado dispuesto a hacerlo
sin zona de despeje y sin entregar guerrilleros para que
se reintegren al secuestro y al asesinato; acuerdo humanitario
que el Gobierno ha estado dispuesto a hacerlo, como quiera
que primero liberó 27 personas de las Farc, ahora
está completando el proceso de liberar 150. Liberó a
Rodrigo Granda.
No se ha suspendido la liberación de los 150, no
obstante el asesinato de los diputados por las Farc. Acuerdo
humanitario para el cual el Gobierno no ve problema en liberar
guerrilleros si nos liberan a los secuestrados, con la condición
de que esos guerrilleros no regresen al secuestro, al delito,
al secuestro, al asesinato, sino que se integren al proceso
de paz, a la reinserción, o se ubiquen en el extranjero
con la responsabilidad de un Gobierno de exigirles dentro
del disfrute de la libertad el cumplimiento de esa norma.
Ahora que se habla del acuerdo humanitario y que el Gobierno
dice: sin zona de despeje y sin el riesgo de que salgan guerrilleros
para volver a delinquir, aparece de nuevo el tema de Ralito.
Debo repetir ante mis compatriotas: Ralito no fue una zona
de despeje. Fue una zona de ubicación temporal en
un proceso de desmovilización y desarme. Es muy distinta
una zona que conduzca al reforzamiento del terrorismo, a
una zona que conduzca a su desmovilización y desarme.
Todos los sitios en los alrededores de Ralito, antes de
nuestro Gobierno estaban desprovistos de Fuerza Pública.
Nuestro Gobierno acantonó allí fuerza pública.
La justicia adelantó las diligencias que requirió en
Ralito. Y tantas veces como se requirió la presencia
de la Policía, por orden del Presidente de la República
la Policía entró a Ralito.
Alguna vez se denunció que el caso del secuestro
del ex senador Gnecco estaría ordenado desde Ralito.
El Gobierno Nacional dio un ultimátum y en pocas horas
apareció libre el senador Gnecco.
Cuando uno de los señores de Ralito fue vinculado
por la Fiscalía al proceso que investigaba el asesinato
de un diputado de Córdoba, el Presidente de la República
dio la orden a la Policía de entrar a capturarlo a
Ralito.
En la historia de esta Ley es importante saber cuál
fue el propósito, el resultado y que pasó en
Ralito.
Los sometidos a esta Ley han dicho que el Gobierno les incumplió en
materia carcelaria. En efecto, con el anterior ministro del
Interior y de Justicia, el doctor Sabas Pretelt, y el doctor
Luis Carlos Restrepo, en conversaciones con ellos, acepté que
el proceso podría llevar a que estos señores
fueran ubicados en sistemas carcelarios alternativos, como
colonias agrícolas.
En efecto, el Gobierno aceptó eso y fueron conducidos
al sitio de Prosocial en La Ceja, Antioquia, que se habilitó como
cárcel, primero por orden del Presidente de la República.
La única responsabilidad política de esa decisión
es mía, apreciados compatriotas.
¿Por qué? Porque estábamos llegando
a mediados del año pasado, el proceso no avanzaba,
en los diálogos de los sometidos a la Ley, con el
Gobierno, había todos los días más confusión
y más dilación.
Le decían al doctor Luis Carlos Restrepo, Alto Comisionado,
que el Ministro del Interior les había prometido colonias
agrícolas. Y al Ministro del Interior le decían
que no podían entenderse con el Comisionado. Y mientras
tanto la opinión pública se sentía ofendida,
con fiestas de derroche, provocación y escándalos
en ciudades o con tomas de centros comerciales.
En ese momento observé que el proceso podía
convertirse en una recocha, que estaba perdiendo la seriedad,
y por eso se tomó la decisión de la ubicación
en La Ceja.
¿Por qué más tarde de La Ceja a Itagüí?
El Gobierno no tenía pruebas de un plan de fuga, pero
sí informaciones serias de que en esas conversaciones
en La Ceja se hablaba de fuga. Porque además se sucedieron
unos asesinatos en Medellín, todavía no clarificados
por la justicia (y el Gobierno está a la espera de
que la justicia tome decisiones sobre esos asesinatos), que
hacían temer que algo irregular y grave pudiera ocurrir
desde La Ceja.
Por esas razones, a manera precautelar, también bajo
exclusiva responsabilidad del Presidente de la República,
tomé la decisión de trasladarlos a la cárcel
de Itagüí.
A principios de este año, pedí a ministro
(del Interior y Justicia) Carlos Holguín y al Alto
Comisionado, doctor Luis Carlos Restrepo, que se reanudara
el diálogo. Que el Gobierno acudiera en conjunto.
No el Ministro por su lado y el Comisionado por otro. Que
en lo posible se tuviera la compañía de la
Fiscalía. Que no obstante las discrepancias, el malestar,
la decisión de llevarlos a Itagüí, era
un proceso de paz, proceso de paz que tenía ya alrededor
de 33 mil desmovilizados.
Y en estas sesiones de diálogo de este año,
he pedido al Ministro y al Comisionado que transmitan que
si se cumple con la ley, que la mejor prueba del cumplimiento
con la ley debe ser cuando los jueces de la República
puedan producir una sentencia, reconociendo a estos señores
el beneficio de la ley, que si esas circunstancias se dan,
el Gobierno está dispuesto a considerar las prisiones
alternativas, como las colonias agrícolas.
Ha habido una queja, que la he escuchado en el extranjero
especialmente: que tiene comodidad en Itagüí,
que tienen equipos de comunicación, que tienen facilidades.
Cuando empezó este Gobierno, llegó un día
a la oficina el Comisionado, el doctor Restrepo, y me dijo: “Presidente,
el Eln pregunta qué va a pasar con sus equipos de
comunicación?”. Si este Gobierno entrará en
el circuito de devolverlos, quitarlos, devolverlos, quitarlos.
Dije: “No, déjeles todos los equipos de comunicación.
Que tengan todas las facilidades en la cárcel”.
También dije que se les dieran las facilidades a
los paramilitares en la cárcel de Itagüí.
A mí me parece que la disciplina carcelaria no se
excluye con tener esas facilidades. Y lo digo porque he escuchado
algunas denuncias de personas y de Ong’s, a las que
les parece que eso es impunidad y que eso atenta contra el
proceso, contra el elemento de la justicia, contra la seriedad.
¿Qué ha pasado en materia de hostilidades?
Si bien tuvimos unos meses muy tortuosos, en los cuales se
reiteraba verbalmente la voluntad del cese de hostilidades,
pero eso no se expresaba en la cesación de violencia
en las regiones en donde actuaban, lo que el país
ha sentido es un gran alivio en materia de cesación
de la violencia paramilitar. Y creo que eso no se puede desconocer.
¿Qué dificultades le veo hoy a la ley? La
Fiscalía se ha quejado de que todo lo que ha aparecido,
la desborda. El Gobierno ha hecho un enorme esfuerzo en materia
presupuestal. Solamente el año pasado, para que se
pudiera atender la implementación del sistema penal
acusatorio, agregamos al presupuesto de la Fiscalía
70 millones de dólares.
Ahora se acaba de hacer un acuerdo con la Fiscalía
para que tengan 235 fiscales adicionales, 800 investigadores
adicionales y 75 mil millones más en el presupuesto
de 2008. No fácil, en un país que todavía
tiene, a pesar del mejoramiento de la salud fiscal de la
Nación, un alto endeudamiento y un alto déficit
en el Gobierno Nacional Central. Atender todo esto, desde
el punto de vista fiscal, no es fácil, dadas las limitaciones
de la Nación.
Cuando en el día de hoy el Alto Consejero (para la
Reintegración) Frank Pearl les explique qué se
está haciendo en materia de reinserción, verán
ustedes no solamente la complejidad de ese proceso, que involucra
a 43 mil personas, sino también el costo fiscal.
El tema de la reparación. Comparto la angustia de
muchos colombianos que dicen: bueno, ¿y cuándo
es que van a entregar los bienes? Leyendo el texto legal,
es claro que si no los entregan, no pueden ser beneficiarios
de la sentencia de condena reducida.
En enero de este año le pedí al señor
general Óscar Naranjo, hoy Director de la Policía,
que se aceleraran los procesos de extinción de dominio
sobre bienes de las personas sometidas a la Ley de Justicia
y paz. Y que si en marcha esos procesos, ellos aceptaban
no controvertir esos procesos, entregar esos bienes como
parte o cumplimiento de la obligación de la Ley de
Justicia y Paz de entregarlos para reparar a las víctimas,
que eso nos facilitaría y nos aceleraría el
camino.
El Gobierno no solamente está a la expectativa de
que los sometidos a la ley cumplan con la obligación
de la Ley de Justicia y Paz de entregar sus bienes para reparar
a las víctimas, sino que desde el mes de enero dio
la orden que se aceleraran los procesos de extinción
de dominio, porque creemos que no son incompatibles.
La persona sometida a la Ley puede aceptar que los bienes
que están en proceso de extinción de dominio
sí son suyos, aceptar que los entrega para que se
cumpla con el requisito de la Ley.
Y ha aparecido el caso del testaferrato. A mí me
parece que la decisión de la Fiscalía de ofrecer
el principio de oportunidad a los testaferros es buena. Que
necesita más comunicación, más publicidad,
más impulso. Porque un factor de credibilidad para
esta Ley es que empecemos a saber definitivamente cuáles
son los bienes con los cuales se va a contar para poder reparar
a las víctimas.
El tema de la reinserción. No fácil. Ahora
que aprobábamos, apreciados compatriotas, el acto
legislativo de transferencias, encontramos que el país
tiene cerca de 800 municipios con menos de 25 mil habitantes
cada uno. Cuarenta y tres mil reinsertados es tener dos municipios
colombianos de este nivel, con la totalidad de sus habitantes
en reinserción.
La magnitud del problema que tenemos es muy grande. Cuando
se adelantaba en Irlanda del Norte el acuerdo del Viernes
Santo de 1998, recuerdo que pregunté a personas muy
involucradas en ese proceso: ¿cuántos son los
terroristas del IRA? Me dijeron: la cuenta inicial da 118.
En Colombia 60 mil, sumados todos.
¿Cuántas muertes se han producido? Y me dijeron:
entre 1923 y 1998, 3.200 asesinatos. Ese año 98 el área
metropolitana y la ciudad de Medellín tuvieron cerca
de cinco mil.
El problema nuestro es de magnitudes mayores. Cuando se
desmovilizó el M-19, no se desmovilizaron más
de 900 personas. Creo que entregaron 270 armas. Si a eso
se le suma el Epl y el Quintín Lame, no se llega a
cinco mil. Ahora llevamos 43 mil desmovilizados.
Revisaba esta mañana la cuenta de este año.
Este año estamos llegando casi a dos mil, la inmensa
mayoría de las Farc.
Solamente en esos 43 mil, los 10 mil guerrilleros suman
mucho más que todos los guerrilleros desmovilizados
en los procesos anteriores. Nosotros tenemos que entender
que este es un proceso muy complejo, pero, como decía
el doctor (Sergio) Caramagna (Jefe de la Misión de
Apoyo de la OEA al proceso de paz), muy útil para
el país.
Y allá ha habido fracasos y dificultades. Hay, por
ejemplo, proyectos productivos que no han servido. Veo hoy
muy bien orientado el proceso con el doctor Frank Pearl.
El Gobierno no puede desconocer las dificultades. Las tiene
que reconocer. Es un proceso muy complejo, muy difícil.
Le veo otras dificultades al proceso. Las guerrillas. Los
críticos de esta Ley la han encontrado benigna para
los paramilitares. Llegó a decirse en el país
y en el extranjero que era una Ley para legalizar el paramilitarismo,
una Ley de Impunidad. Qué difícil enfrentar
en tantos círculos esas hipótesis. Pero también
algunos de los críticos de esta Ley, algunos de aquellos
que la han encontrado benigna para el paramilitarismo, la
han encontrado muy fuerte para las guerrillas.
Y ahí vamos a tener un problema delicado en el futuro.
Porque el Eln dice que ellos no aceptan esta Ley, que ni
un día de cárcel, que amnistía e indulto
para todo. Quieren, como otros grupos guerrilleros, pasar
del monte y la atrocidad al Congreso y a la Presidencia de
la República.
Y las Farc han sostenido la tesis de que ellos son un Estado
y no reconocen al Estado colombiano. Que, por ende, no son
sujetos pasivos de la legislación penal colombiana.
El país tiene que pensar cuál va a ser el
marco jurídico para que en el momento dado, que a él
llegaremos, con la persistencia de la Seguridad Democrática,
a la guerrilla no le va a quedar más camino que buscar
la paz. Allá llegaremos. Lo importante compatriotas
es: persisitir en la Seguridad Democrática.
No creo que estos jefes paramilitares, con el dinero, la
opulencia, el poder de hace cinco años, estuvieran
hoy en la cárcel sometidos a la Ley de Justicia y
Paz, si no hubiera llegado un Gobierno con toda la decisión
de enfrentarlos.
Lo mismo va a pasar con toda esa opulencia, esa arrogancia
de las guerrillas. La persistencia en la Seguridad Democrática,
en la medida en que el pueblo no ablande su voluntad en materia
de Seguridad Democrática, estaremos en el camino que
hará ablandar a los terroristas que persisten, para
que se sometan a la ley.
¿A cuál ley? El país tiene que preparase
para tomar una decisión: si se hace el esfuerzo adicional
de aplicarles esta ley a todas las guerrillas sin excepción,
o si en un momento que avance un proceso de paz con las guerrillas,
se adopta una ley más benigna. Y prepararse porque,
de adoptarse este camino, van a invocar los paramilitares
el principio de favorabilidad.
El Gobierno no puede esconder esas discusiones. El Gobierno
tiene el deber de ponerlas sobre la mesa.
Y por supuesto, tengo que referirme aquí al tema
de la extradición. Este Gobierno ha firmado 650 órdenes
de extradición. Eso no tiene antecedentes ni paralelo
en el mundo. Les hemos dado el beneficio de la suspensión
del envío a cinco o seis integrantes de las Autodefensas,
por su contribución a la desmovilización. Suspensión
del envío, sometido a unas condiciones muy rigurosas,
que de cumplirse inmediatamente se levantaría esa
suspensión y serían enviados.
Este Gobierno es todo lo que ha hecho en materia de extradición.
No la negoció en nivel legal, menos en el nivel constitucional.
Eso hay que tenerlo en cuenta, frente a las aspiraciones
de las guerrillas, especialmente de la Farc, totalmente involucrada
en el narcotráfico, y tantos de los frentes del Eln
dedicados al narcotráfico. ¿Cómo se
va a manejar la extradición?
El tema de las grabaciones. Una de las cosas que deploro
es que no hayamos cumplido una norma de este Gobierno. He
pedido, desde el principio del Gobierno: el Gobierno debe
enterarse de fenómenos de corrupción o ilegalidad
al interior de la administración, y denunciarlos.
Lo hemos hecho con superintendencias, lo hemos hecho con
contratos, lo hemos hecho con el Incoder, lo hemos hecho
con Finagro, con entidades del Estado. El Gobierno ha hecho
las investigaciones y le ha contado por iniciativa propia
a la opinión pública y a la ciudadanía.
En el caso de las grabaciones ilegales, el Gobierno se enteró por
la prensa. De haberlo conocido, se habría aplicado
la misma norma: decírselo a la opinión y denunciarlo
ante la justicia.
En el proceso electoral del año pasado, sin ningún
cálculo electoral, cuando yo era informado en una
ocasión o en otra de presuntas reuniones de aspirantes
al Congreso con paramilitares, inmediatamente lo denunciaba
a la opinión pública. Y personalmente, tantas
veces como fui informado, lo puse en conocimiento del Fiscal,
sin ningún cálculo electoral.
¿Qué ha pasado con las grabaciones? Porque
algunos me dicen: Bueno, ¿pero por qué si hay
esas grabaciones, no los han extraditado? ¿Por qué si
hay esas grabaciones, no les han quitado la elegibilidad
para ser beneficiarios de la Ley de Justicia y Paz?
Porque todavía no tenemos un informe de la Fiscalía
que nos diga: De las grabaciones son responsables de fulano,
perano, sutano. En ese momento el Gobierno diría:
Si el responsable ha sido beneficiario de una suspensión
del envío en extradición, en ese momento se
levanta la suspensión del envío y se hace efectivo
el envío. Si el responsable no está sometido
a extradición, pero está esperando los beneficios
de la ley, en ese momento el Gobierno hará el trámite
para que se le quite la postulación a ser elegible
para los beneficios de la ley. El Gobierno espera allí solamente
la decisión de la justicia.
Ha habido otra preocupación: la protección
de las víctimas. La Policía me ha informado
que tiene debidamente judicializada a la persona que fue
autora del asesinato de la señora representante de
víctimas en Montería. Y que se está adelantando
todo el proceso para capturarla. El Gobierno reitera hoy
toda la voluntad de protección a las víctimas.
Otro riesgo: la reincidencia. Aproximadamente han reincidido
3 mil. Esto lo mirábamos la semana pasada en una reunión
del Consejo de Seguridad, donde fue invitado el doctor Caramagna.
De 43 mil desmovilizados, una reincidencia de 3 mil no parece
en números porcentuales muy alta. Pero 3 mil criminales
delinquiendo son un peligro en cualquier parte.
El Gobierno ha mostrado toda la firmeza en perseguir con
toda la severidad a los reincidentes. De los reincidentes
han sido dados de baja alrededor de 500 y han sido llevados
a la cárcel más de mil.
Los fugitivos: el Gobierno ha tomado desde un principio
la decisión de perseguirlos con toda severidad. Y
ya han sido capturados algunos bien importantes, de aquellos
que no se sometieron a la ley. Quiero darle al país
esa tranquilidad. Y obras son amores y no buenas razones.
Ahí están los hechos de los dados de baja,
de los llevados a la cárcel.
Aquí no vamos a dejar pelechar reincidente, ni bandas
criminales, ni águilas negras, ni águilas azules,
ni águilas blancas. Este es un proceso con toda la
firmeza en la Seguridad Democrática para recuperarle
al país la institucionalidad.
Y viene otra preocupación, la más reciente:
la sentencia de la Honorable Corte Suprema de Justicia, su
Sala Penal, sobre un caso en el que se pedía el beneficio
de la sedición.
Voy a referirme al tema con toda la franqueza, pero con
todo el respeto. Primero, tenemos que tener en cuenta que
este es un proceso de paz que compromete al Estado. Un proceso
de paz que compromete al Ejecutivo y al Congreso. Esa Ley
fue ampliamente discutida en el Congreso de la República. ¿Quién
no intervino? Allí también se escuchó a
todos los órganos de justicia y a amplios sectores
de la opinión ciudadana. Pasó por el tamiz
de la Corte Constitucionalidad y fue modulada. Eso compromete
a todo el Estado.
Y un proceso que le ha traído el gran beneficio de
disminución sustancial de la violencia a todo el país,
involucra a toda la sociedad colombiana.
El Gobierno ha hecho todo lo posible, y lo hará,
para que se cumpla con el proceso. Pero también tiene
que abrir el diálogo con todas las instituciones del
Estado para que el proceso no fracase.
Entonces lo primero que debo decir es esto: si los sometidos
a la ley no cumplen con la ley, pierden sus beneficios. Nada
ganan con amenazar con la suspensión del proceso o
con la suspensión de sus versiones o con la suspensión
de entrega de bienes. Pierden los beneficios. Ellos tienen
que cumplir y el Estado tiene que cumplir.
El Estado tiene que cumplir. Y entonces ahí entra
uno a un tema bien difícil de tratar: ¿hasta
dónde la independencia de las instituciones que conforman
el Estado permite que haya contradicciones en la conducción
de un proceso que compromete a todo el Estado?
Entonces allí hay que pensar en que las instituciones
que conforman el Estado son independientes, pero están
obligadas a colaborar armónicamente en la búsqueda
de los bienes superiores del Estado. ¿Acaso este proceso
no es un instrumento en la búsqueda de los bienes
superiores del Estado?
Y examinando la sedición, parto, divido el tema en
dos: el de las convicciones personales y el de la realidad
colombiana. En mis convicciones personales creo que en Colombia
no hay conflicto con estos grupos sino desafío del
terrorismo a la democracia. Otra cosa es la crisis social
y de pobreza, que ellos contribuyeron a agudizar.
Pero también he dicho que uno no puede anteponer
las convicciones personales a los intereses superiores de
la Nación. Que de darse un proceso de paz con el Eln,
sacrifico mis convicciones personales y en aras del proceso
de paz reconozco el conflicto. Así no esté de
acuerdo con ese reconocimiento.
Particularmente no estoy de acuerdo con hablar de delito
político en Colombia. ¿Por qué? Porque
en un país donde no hay delito de opinión,
en un país donde hay todo el espacio para hacer salvedades
de conciencia, en un país que protege su democracia
con toda determinación, nada justifica que se actúe
contra esa democracia por la vía armada.
Es que este proceso de paz también habrá que
analizarlo en el contexto de la Seguridad Democrática,
de lo que significa comparativamente con el resto de América
Latina y del mundo. La nuestra es democrática porque
mientras otros países conculcaron las libertades,
maltrataron el disenso, anularon el pluralismo so pretexto
de restablecer la seguridad, aquí, enfrentando un
desafío narcoterrorista de estas proporciones, lo
que hemos hecho es fortalecer la eficacia de las libertades,
afianzar el pluralismo.
Lo digo con casos elementales. En este Gobierno, qué paradoja.
Muchos de mis principales críticos decían: “Uribe
fascista, Uribe paramilitar”. Y han regresado al país.
Vivían en el extranjero antes. Y ahora, gracias a
la Seguridad Democrática, viven en el país.
Y eficazmente protegidos.
Aquí mataron a la UP. Dos errores: sectores de la
UP que aplicaron la combinación de todas las formas
de lucha, que creyeron que se podía estar simultáneamente
en la guerrilla y en la política. Un atropello también
de la guerrilla, que los instó a ellos. Y errores
del Estado, de no tener toda la voluntad para protegerlos
eficazmente.
¿Qué le ha pasado a la oposición en
este Gobierno? Ha tenido toda la más efectiva protección.
Basta mirar las elecciones de Referendo de 2003. La comparación
de las elecciones de 2003, en materia de no interferencia
de grupos violentos con las elecciones de 2002. Y lo que
pasó en las elecciones de 2006.
El único que podría quejarse en las elecciones
de 2006 es el Presidente, que aspiró a la reelección,
por las acciones de las Farc en algunos departamentos, que
no fuimos capaces de contener. Intimidaron a electores nuestros,
exigiéndoles que no podían votar por esta candidatura
y que tenían que votar por otras, que señalaron
con nombre propio.
Aquí hay que resaltar una cosa muy importante: nosotros,
en esta lucha por el reestablecimiento de la seguridad, hemos
profundizado la democracia. Lo que marca un claro contraste
con otros países cercanos y en épocas cercanas,
que en aras de restablecer la seguridad sacrificaron la democracia.
Y esa es una de las cosas que me ha hecho reforzar la tesis,
la convicción, de que en Colombia no debería
haber delito político.
Y cuando comparo las guerrillas que conocí en la
universidad: combinaban las formas de lucha, pero la mayoría
de ellos creían que el mundo iba a ser todo socialista.
Que la ideología de Mao Tse Tung sería eterna
en su aplicación. La única división
que le veían al mundo era la división entre
la doctrina Ho Chi Minh, la de Unión Soviética,
la de Mao Tse Tung o la de la naciente revolución
cubana. Había ideales.
Esta de hoy es de narcotráfico básicamente.
Entonces eso reforzaría la tesis de que se ha perdido
un elemento, que es el elemento del ideal político,
de la esencia para tipificar el delito político.
Cuando visité el Cesar, en aquel 8 de agosto, o lanzamos
la Brigada Móvil en Paramillo, me dije: “¿Y
el ideal de los paramilitares no era pues acabar la guerrilla? ¿Y
por qué en lugar de acabarla tienen este terreno,
aparentemente repartido con la guerrilla? Y eso, en mi convicción
personal reforzaría la tesis de que no debe haber
delito político. Pero una cosa es la convicción
personal y otra es el interés superior del país.
¿Por qué se consagró la sedición
en la Ley de Justicia y Paz? Por varias razones. Una de ellas:
yo dije con toda claridad a mis compatriotas, en el proceso
electoral que condujo a las elecciones de 2002, que no podíamos
seguir estableciendo diferencias entre los delitos de la
guerrilla, para tratarlos con atenuantes, y los delitos de
los paramilitares, para tratarlos con agravantes. Que eran
iguales. Que debíamos darles el mismo tratamiento.
Que si había razones para considerar que los guerrilleros
cometían delitos políticos, las mismas razones
habría que considerar para aceptar que los paramilitares
cometían delitos políticos. Que si las razones
eran para negar a los paramilitares el delito político,
también esas razones se deberían invocar para
negar a los guerrilleros el delito político.
Y encontré en ese proceso antecedente del 2002, de
muchos años de discusión en la academia y en
la política colombiana, sobre el delito político,
la guerrilla y los paramilitares, lo siguiente: no, es que
la guerrilla sí comete delito político, porque
la guerrilla tiene una causa política y una causa
social. La guerrilla quiere mejorar el orden social y quiere
destruir el actual Estado. Es una actividad que se ejerce
en contra del ordenamiento jurídico vigente y en contra
del modelo económico y social vigente.
En cuanto a lo social, ¿qué fue lo que mostró el
resultado de 40 años de acción guerrillera?
Querían un país más justo y produjeron
un país más injusto. Querían un país
sin pobreza y produjeron más pobreza. Querían
un país para todos y produjeron que se desplazaran
millones de colombianos al extranjero y al interior del país.
Incrementaron la injusticia que decían combatir.
Un día recibimos en la universidad pública,
en mis años de estudiante, una comunicación
de las Farc, que decía que si Colombia aprobaba la
democracia local, la elección de gobernadores y de
alcaldes directamente por el pueblo, ellos inmediatamente
cesarían sus actividades violentas.
El país aprobó, dio esos dos pasos de ampliación
democrática, y los apologistas de la democracia local
de la víspera se convirtieron en los sicarios de la
democracia local, asesinando y amenazando alcaldes y gobernadores. ¿Cuál
es pues el resultado de su ideal social y democrático?
Todo lo contrario a lo que predicaron.
Entonces se dice que es que los paramilitares no están
en contra del orden social, no tienen el ideal que sí tiene
la guerrilla. Mientras la guerrilla está con un ideal,
que es ponerse en contra del orden social, el paramilitarismo
carece de él. Eso me parece bien equivocado. Puede
ser que tan ideal sea enfrentar el orden social vigente,
como tan ideal sea querer perpetuar el orden social vigente.
Y se afirma: lo que pasa es que la guerrilla esta en contra
del Estado y los paramilitares están para defenderlo.
Pero ambos lo violan y lo desconocen. Y aquí el elemento
más importante y de más peso, es el elemento
de la transgresión de la ley. Y la ley es transgredida
tanto por aquel que se erige enemigo del Estado, como por
aquel que quiere defender al Estado. Están igualitos.
Están en la misma condición de agresores, de
violadores de la ley.
Y si uno juzga el delito no por la calidad del actor sino
como debe juzgarse, por el impacto en la víctima, ¿qué diferencia
hay entre la atrocidad del guerrillero y la atrocidad del
paramilitar?
Yo no entendería, apreciados compatriotas, que sobre
un cadáver mutilado se pueda decir que el autor de
ese crimen es un guerrillero con ideales, y sobre otro cadáver
mutilado se pueda decir en contraste que en este caso no
hay ideales, que es simplemente, un delincuente, paramilitar,
autor de una atrocidad. En ambos casos se dan todos los agravantes,
en ambos casos el impacto sobre las víctimas tiene
que negar cualquier atenuante, en ambos casos no puede aparecer
el reconocimiento de que hay ideal en el delito.
Personalmente no he sido partidario de que Colombia siga
con la tesis del delito político. Pero me ha parecido
un grave error frente al dolor del pueblo colombiano, persistir
en la idea de que son diferentes los delitos de los guerrilleros
de los delitos de los paramilitares.
Algo deberíamos hacer en el Estado: aceptar que por
el dolor que producen en las víctimas, son delitos
de idéntico impacto.
Y aparece un problema práctico. Revisando cifras
con la Fiscalía, todavía hay 18 mil de los
desmovilizados a quienes no se les ha dado el beneficio de
la cesación de la acción penal.
Me pregunto qué vamos a hacer con ellos ante la sentencia
que se acaba de producir en la Corte Suprema de Justicia.
Personalmente he firmado indultos de guerrilleros, indultos
de paramilitares. Me pregunto: ¿qué puedo hacer
de ahora en adelante en el segundo caso, frente a la sentencia
de la Corte Suprema de Justicia?
Le he pedido al Ministro Holguín y al Director Jurídico
de la Presidencia que invitemos a la Corte Suprema de Justicia
a tener un diálogo, de cara al país, sobre
el tema. Porque el proceso de paz es del Estado. No es un
capricho del Presidente. Y así como hay que obligar
a los paramilitares a que cumplan con el proceso de paz,
el Estado también tiene que cumplir.
El fantasma es la parapolítica. Nada se puede proponer
y nada se puede discutir, porque lo que se quiere es beneficiar
a los parlamentarios que están presos. Primero hay
que conocer la realidad de los hechos. Antes de este Gobierno,
la gente le tenía miedo al testimonio. La Seguridad
Democrática, la Ley de Justicia y Paz han hecho que
los colombianos le pierdan miedo al testimonio.
Eso ha sido determinante para que aflore la verdad, para
que se conozca en los estrados judiciales lo que se decía
en los cocteles, pero no más allá de los cócteles.
Es que hace cinco años al único que se le decía
públicamente paramilitar era a mí, por razones
políticas. Y los que hoy sí se refieren con
toda la dureza a los paramilitares, en esa época les
temían. Hablaban de ellos en cocteles. Eso no hacía
parte del discurso político. Hoy sí, porque
los colombianos han perdido el temor a referirse a los criminales,
gracias a la Seguridad Democrática y gracias a la
Ley de Justicia y Paz.
La mayoría de los hechos que hoy se investigan fueron
cometidos antes de este Gobierno. Eso es bien importante
tenerlo en cuenta.
Entonces el Gobierno que ha desmontado el paramilitarismo,
no puede ser el Gobierno que deje de actuar por el fantasma,
por la prevención de que a cualquier iniciativa la
van a responder con la crítica de que quiere favorecer
la parapolítica. Porque es el Gobierno que ha estimulado
y ha facilitado el testimonio, que ha permitido detectar
los casos de parapolítica, que el país nunca
permitió que se detectaran los casos de colusión
de las guerrillas con la política.
Creo que estamos obligados a buscar una ley y que la debemos
presentar en los próximos días. Esa ley debe
buscar: o que se aplique el delito de sedición para
poder resolver el problema de los 18 mil a quienes todavía
no les ha cesado la acción. O dar la posibilidad de
que, sin calificar el delito como político, también
les cese la acción y se les reconozcan todos los beneficios
a que tienen derecho. Eso lo necesita el país.
Ahora, recuerden que la ley es muy exigente en materia de
conexidad. Quiero recordar, para que nadie se asombre sobre
esta propuesta del Gobierno, algunos elementos de la Ley
de Justicia y Paz.
Dice la Ley de Justicia y Paz: aquel que haya tenido como
objetivo principal el narcotráfico, no puede ser beneficiario
de esta ley. Esa ley niega la conexidad con el narcotráfico,
con el secuestro, con los delitos atroces.
Cuando se ha pedido, como hoy reclamo, que se les reconozca
la condición de sediciosos o que nos den la oportunidad
legal de tener otra figura jurídica para que prosiga
la cesación de la acción penal, es para aquellos
que no tienen delito distinto a aquel de haberse vinculado
a esos grupos. No es para el responsable del delito atroz.
No es para el responsable de narcotráfico. No es para
el responsable del secuestro.
Y en el caso de la parapolítica, a mí me parece
bien importante que en esa ley se estudie que no se les aplique
a los servidores públicos, para que haya mayor claridad.
Y también que quede claro que la justicia en su sabiduría
dirá: este tenía un ideal sedicioso o un ideal
de favorecimiento electoral, que no es ideal.
Entonces aquí lo que queremos es salvar un proceso
en el cual se han desmovilizado 43 mil personas. Un proceso
que le ha traído inmensos beneficios al país,
como lo decía el doctor Caramagna y como se siente
hoy en muchas regiones de Colombia.
Y permítanme discrepar, con todo respeto, del concepto
de favorabilidad. El Gobierno estaba en un problema. Porque
de un lado veo la sentencia de la Corte Constitucional sobre
la Ley de Justicia y Paz, y entonces encuentro que declaró inexequible
la sedición no por razones materiales o de fondo,
sino por trámite legislativo.
Y además dice que la sentencia no tiene efectos retroactivos.
Y cuando la sentencia no tiene efectos retroactivos, el Gobierno
cree que es pertinente la favorabilidad. Y además
hay una razón moral para invocarla: que la inexequibilidad
no fue por razones materiales o de fondo, sino por razones
de trámite legislativo. Y se niega.
Pero mientras eso se infiere de la sentencia de la Corte
Constitucional, sentencia general sobre la ley, en una sentencia
sobre un caso individual de la Honorable Corte Suprema de
Justicia, se infiere que no hay sedición e interpreta
que sí hay retroactividad. Que hay que entender que
el artículo nunca existió y que no hay favoravilidad.
Al Gobierno, responsable de la conducción de este
proceso, le queda muy difícil entre esas dos sentencias.
Pero como esto no es para provocar agriedades, sino para
buscar soluciones, propongo que estudiemos, para presentar
en los próximos días al Congreso, un proyecto
de ley muy sencillo: o que reviva la sedición excluyéndola
para los servidores públicos, o que nos dé la
alternativa de otra figura que permita que, sin ninguna duda
y sin ningún temor, a esos 18 mil a quienes no les
han aparecido otros delitos, se les pueda dar la figura de
la cesación de la acción penal. Esa es mi invitación.
Le he dicho al país, apreciados compatriotas, que
hoy no hay paramilitarismo. Y encuentro que esta es la mejor
oportunidad para repetirlo. Se entiende que el término “paramilitar” deriva
de la aparición de grupos criminales cuyo propósito
era combatir la guerrilla. Colombia ha recuperado hoy lo
que nunca debió perder: el monopolio del Estado para
combatir a todos los delincuentes. Hoy no hay delincuentes
en Colombia combatiendo a la guerrilla.
Ustedes recorren los sitios del país donde persiste
la guerrilla, y encuentran que la única institución
que combate hoy a la guerrilla es la institución armada
constitucional de la Nación.
Entonces me preguntan: ¿qué ha pasado con
los paramilitares que no se sometieron a la ley, con los
reincidentes? Están fugitivos, en el narcotráfico,
en la extorsión, en el secuestro, pero no están
organizados ahora con el propósito de combatir a la
guerrilla. El país ha ganado muchísimo en eso.
Siempre se trató de mancillar el honor de nuestras
Fuerzas Armadas cuando aparecieron casos individuales, que
no institucionales, de colusión de miembros de la
Fuerzas Armadas con integrantes de estos grupos delictivos.
Hoy le da la impresión a uno que las quejas de esas
mezclas vitandas han desaparecido.
Ahora la estrategia guerrillera es otra: cada que se le
da una baja a la guerrilla, ahí mismo moviliza a sus
corifeos en el país y en el extranjero para decir
que fue una ejecución extrajudicial. Pero las Fuerzas
Armadas han puesto todo el cuidado para no dar lugar a que
se señale a miembros de las Fuerzas Armadas de estar
en colusión con grupos paramilitares.
Estas razones, la razón de que hoy solamente es el
Estado el que combate a la guerrilla, como se puede constatar
en todas las regiones de Colombia, de que el Estado combate
con igual ardentía a todos los otros grupos criminales,
llámense ‘Águilas Negras’, ‘ONG’ en
Tumaco, en el Pacífico Sur, estas razones para decir:
en Colombia todavía tenemos criminales, pero hemos
dejado de tener el fenómeno paramilitar.
Reitero ante ustedes toda la voluntad del Gobierno para
avanzar hacia un país sin paramilitares, sin guerrilla,
sin narcotráfico, sin corrupción. Toda la voluntad
del Gobierno para introducirles a estos procesos, complejos
y difíciles, cuantos ajustes haya que introducirles
para mejorarlos. Pero no permitamos que este proceso fracase,
porque le ha traído un gran alivio a la nación.
Si dos o tres de ustedes quieren formularme una pregunta,
una discrepancia, un comentario, con el mayor gusto los escucho”.
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