INAUGURACIÓN DEL IV CONGRESO
INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA Y HOMENAJE
AL NOBEL GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Marzo 26 de 2007 (Cartagena
de Indias – Bolivar)
Compatriotas:
Hace dos días, en Medellín, por el voto
unánime de las 22 Academias, se aprobó la
nueva Gramática de la Lengua Española.
Hoy, aquí en Cartagena, empieza el nuevo Congreso
del Idioma en el marco de este homenaje del alma al
maestro Gabriel García Márquez.
Muchas gracias a todos ustedes por este gesto de confianza
en Colombia. Sus Majestades, muchas gracias.
Su Majestad, su liderazgo,
su afecto por Colombia, fueron decisivos para que
se tomara la decisión
de venir a Medellín a la deliberación
final de las Academias, y seleccionar a Cartagena como
la sede este Congreso.
Muchas gracias a la Comisión presidida por
el señor ex presidente Belisario Betancur, por
este gran esfuerzo. Muchas, muchas gracias, a los alcaldes
de Cartagena y de Medellín, a los gobernadores
de los dos departamentos, a los Ministerios de la Cultura,
a nuestra Ministra de la Cultura y a todos sus compañeros
de trabajo.
Muchas gracias a los académicos,
a los escritores. Muchas gracias a la Real Academia.
Muchas gracias a
todas las academias por este inmenso honor a Colombia.
Sus Majestades:
Quiero reiterar la gratitud del pueblo de Colombia
por su visita memorable.
Ayer Medellín, hoy Cartagena, han saludado
alegres, con sentimiento unánime, al símbolo
de la unidad española, en unas tierras que son,
desde la llegada de Colón al continente americano,
el primer bastión de la lengua de Castilla.
Gracias, también, a los ilustres miembros de
Academia que deliberan, en su IV Congreso Internacional,
acompañados por académicos de esos veintiún
países en los que la lengua de Cervantes es
la savia vital que nos reúne como a un solo
pueblo hijo de España y de la Cruz.
Gracias escritores y profesores, libreros y periodistas;
gracias a los participantes todos en las actividades
del IV Congreso de la Lengua. Ustedes son testigos
de la avidez de nuestro pueblo por escuchar la palabra
y compartir las ideas.
Cartagena, la patria del presidente
Rafael Núñez,
un pensador que siempre siguió los consejos
de una lógica severa y fecunda, vio nacer para
la literatura a García Márquez, el iluminado
escritor de Cien Años de Soledad, obra a la
que Neruda llamó El Quijote de nuestro tiempo.
Algún sino misterioso quiso siempre que en
esta ciudad amurallada se alcanzara la más elevada
expresión del español; que se escribieran
aquí las más bellas páginas en
el más bello idioma de los hombres; que naciera
aquí la obra maestra del castellano. Cartagena
atrajo, como una fuerza irresistible, a Cervantes y
a García Márquez.
Cuenta la leyenda que don Miguel,
después de
haber pensado en las más inútiles empresas,
hallábase al borde de vivir de la caridad pública
y que por ello intentó conseguir un cargo en
Cartagena. En 1590, el Rector del Consejo de Indias
concedió la gracia diciendo: “Vaya el
peticionario de Contador de Galeras de Cartagena de
Indias”.
Las intrigas echaron atrás el nombramiento
y, a lo mejor, evitaron, al decir de Pedro Gómez
Valderrama, “que el fragor del trópico
y su aire caliente saturado de salitre y sexo”,
hubiesen engullido ese cerebro en el que ya estaba
depositada por los dioses de la inspiración
la semilla que daría forma a la obra inaugural
del idioma.
Pero hoy llegan a Cartagena
las huestes vivas de la lengua castellana, a reivindicar
el destino que Cervantes
no alcanzó y a celebrar el frustrado viaje que
precipitó a Don Quijote. Cuando desembarcaron
los ejemplares de la primera edición, con recepción
multitudinaria, en la razón de la inteligencia
criolla y en la emoción del temperamento Caribe,
quedó para siempre la fervorosa adhesión
a la lengua que nos congrega.
En 1948, el destino impelió a García
Márquez para que viniese a Cartagena a iniciar
su vida literaria. En un abril nefasto, Bogotá ardió por
todos los costados y el joven estudiante no tuvo más
remedio que regresar al Caribe. Si la veleidosa burocracia
no permitió que en 1590 estas murallas alojaran
al escritor de El Quijote, un cataclismo social hizo
aposentar aquí a quien estaba llamado a cerrar,
con Cien Años de Soledad, el primer ciclo de
construcción de una lengua que vivirá por
milenios y será, muy pronto, la primera del
universo.
En el altiplano andino, los
ojos del estudiante recogieron los trazos de esos
personajes que en su obra siempre
están tiritando de frío, visten de negro
y se cubren con sombrero de fieltro. En Cartagena se
reencontró con la explosión alegre de
su carácter costeño. Y en México,
la antigua capital de la Nueva España, como
un Cervantes pobre, invadido por un fuego creador,
durante largos meses de privaciones, solamente acompañado
por Mercedes y sus hijos, construyó la obra
que es simbiosis del alma iberoamericana.
La narración de hechos históricos, de
costumbres y la descripción de nuestra manera
de ser, tomaron en Cien Años de Soledad una
dimensión épica. La obra de García
Márquez nació porque existe el gran pueblo
de Colombia que inspiró su creación y
porque existe el entorno cultural que proveyó las
bases de esa excelencia estilística que asombra
al mundo.
En cada personaje de Cien Años de Soledad hay
la esencia de un carácter o una idiosincrasia
nuestra. En Aureliano Buendía, por ejemplo,
está retratada el alma de Rafael Uribe Uribe,
la virtud hecha liderazgo, quien supo convertir sus
repetidas derrotas en una elevada expresión
de concordia y fraternidad. Las palabras pronunciadas
para ordenar el cese de la guerra, aquella que anticipó que
Panamá sintiera que había llegado a la
mayoría y de edad y declarara su independencia,
no hubieran desentonado si García Márquez
hubiese querido incorporadas en sus ficciones:
De los primeros yo en tomar
las armas, dijo, de los últimos
en soltarlas, quiero hoy –cuando ya el fallo
de la suerte está dictado– declarar mi
conformidad con él, y contribuir en toda la
medida de mi influencia, al apaciguamiento de los ánimos.
Como los mancebos israelitas, entré al horno
de la guerra y salgo de él con la cabeza fría
y el corazón sin cólera.
He renunciado a ser un revolucionario
con las armas, pero jamás renunciaré a ser un revolucionario
con las ideas. Por eso, cada mañana toco la
diana, paso revista a las ideas que he venido profesando,
doy de baja a aquellas que considero inútiles
y obsoletas y las sustituyo por otras más fuertes
y robustas.
El buen idioma Caribe, elemental
y castizo, con tonadas de pentagramas, convirtió narraciones cotidianas
y simples en sinfonías de corazones. Francisco
El Hombre es la Colombia profunda, la que cantan el
Maestro Rafael Escalona y los juglares, esos que llevan
a las gentes las noticias faustas y las infaustas o
les alegran sus noches de parranda admirando los amores
y doliéndose de los desamores. En el vallenato
estaban prefiguradas muchas páginas de García
Márquez.
En esta Cartagena, el joven
García Márquez,
al lado de Clemente Manuel Zabala, Ibarra Merlano,
Rojas Herazo, Ramiro y Óscar de la Espriella,
tuvo los primeros contactos con la obra de Faulkner,
Virginia Wolf y Malaparte. Él y sus compañeros,
a través de la lectura, se hicieron discípulos
de don Ramón Gómez de la Serna, de quien
aprendieron el arte de la greguería; del Tuerto
López, maestro de la sátira; de Barba
Jacob, quien, según García Márquez,
hizo en el Caribe, “sus más torturantes
indagaciones en la tiniebla de la poesía”.
Y en el grupo de Barranquilla, con Álvaro Cepeda,
Germán Vargas, Alfonso Fuenmayor, Obregón,
Ramón, el sabio catalán, entre otros,
alcanzó su madurez.
Maestro García Márquez:
Colombia, toda, está unida alrededor de tantas
conmemoraciones suyas: ochenta años de vida,
cuarenta de la publicación de Cien Años
de Soledad y veinticinco del otorgamiento del Premio
Nobel. El que cien destacados intelectuales de todo
el mundo hayan escogido a Cien Años de Soledad
como una de las veinte obras más importantes
de todos los tiempos, lo engrandece a usted y engrandece
al pueblo que lo inspiró y lo quiere.
Déjenos, Maestro, reiterarle nuestra gratitud
por su amor a Colombia, por su compromiso de demócrata
integral, por su lucha incansable en favor de los derechos
humanos, por su trabajo como periodista y cronista
de nuestra realidad.
Usted, Maestro, carpintero
ejemplar del idioma, nos ha enseñado que el sentido de detalle y la perseverancia
son el alimento del éxito de los pueblos.
Exalto ante el mundo su liderazgo
en la búsqueda
de la convivencia y seguridad para los colombianos.
En toda negociación de paz exitosa vemos su
impronta; en las frustradas, usted ha hecho oír
con oportunidad su escepticismo.
Maestro García Márquez: la trascendencia
de su obra literaria, sus aportes para que el mundo
construya una sociedad más justa, son un orgullo
para Colombia.
Nada mejor que esta celebración en el Congreso
de la Lengua, aquí en la Cartagena de la cultura,
de la tormenta lírica, donde se construye el
Español con esmero, el buen léxico, atributo
de pobres y ricos, negros, indios, mestizos y blancos,
se selecciona con franqueza, la espontaneidad no afecta
la sintaxis y la fonética transmite toda la
carga de la extrovertida alma colectiva.
Muy ilustres visitantes: muchas
gracias por estimularnos con su compañía. Su presencia contribuye
al afán colombiano de buscar 100 años
de felicidad para las nuevas generaciones.
Encuentran una Colombia con
dificultades, y con toda la fuerza del alma para
superarlas. Una Colombia de
ilimitada libertad que otorga a la palabra, al lenguaje,
todo el espacio para la denuncia y la transformación.
Una Colombia que asocia la reivindicación y
la felicidad con la libertad. Una Colombia donde el
lenguaje no oculta sus casi permanentes crispaciones,
pero donde la violencia ya parece que empieza a serenarse.
Un pueblo que lee en García Márquez las
leyendas de la vida elemental, convertidas en epopeyas
del lenguaje, para inspirar el futuro, que al decir
de don Alonso Quijano “de aquí se sigue
que habiendo durado tanto el mal, el bien esté ya
cerca.
Muchas gracias.