Palabras
del presidente Uribe en la Cumbre de la OIC
LAS
CONSECUENCIAS DE LA CRISIS DESBORDAN NUESTRAS FRONTERAS
Cartagena,
sep.16 (CNE).- El presidente Álvaro Uribe Vélez
instó a todos los países productores, tostadores
y consumidores a tomar medidas para superar la crisis cafetera
en todo el mundo.
El
siguiente es el texto del discurso que pronunció el Jefe
del Estado durante la instalación de la Cumbre de la OIC
en Cartagena, al cumplirse 40 años de su creación:
Señores
Delegados:
Nos
reúne una ocasión histórica: Celebramos los
cuarenta años de existencia de la Organización Internacional
del Café, el más exitoso instrumento multilateral
e institucional de cooperación económica entre países
industrializados y naciones en desarrollo.
Además,
es una oportunidad única, porque se celebra por primera
vez una sesión del Consejo por fuera de su sede habitual
en Londres. El Gobierno de Colombia, consciente de la trascendencia
de esta conmemoración y de los méritos de la Organización;
de sus aportes a la vida del pueblo colombiano, y de su interés
por nuestro futuro, le ha conferido la Orden de Boyacá
en el Grado de Cruz de Plata. Muchas gracias, señor Director
Ejecutivo de la Organización, doctor Néstor Osorio
Londoño, muchas gracias a todos los directivos por su trabajo
solidario con el pueblo cafetero.
Es
significativo el altísimo nivel de representación
política y diplomática que nos acompaña,
y que realza la trascendencia del aniversario que estamos conmemorando.
Sin duda, esta coincidencia de circunstancias excepcionales se
explica porque aquí también nos convoca la angustia
que aqueja a todas las naciones productoras de café.
Aún
cuando hemos venido a regocijarnos por logros y la remozada vitalidad
de la Organización, nos reúne, ante todo, la necesidad
de encontrar nuevos caminos, y plantear salidas audaces a la que
se ha convertido en la peor y más larga crisis cafetera
mundial de que se tenga memoria.
Ustedes
ya han escuchado a mis antecesores en el uso de la palabra cuál
es la magnitud de la tragedia social, económica y política
que afecta a todos los países productores. No puedo dejar
de unir nuestro testimonio al de mis colegas, y presentar ante
este Foro el sufrimiento y la desesperanza que recorre como un
fantasma las montañas de Colombia.
Los
efectos sociales de la crisis son aterradores. Los he visto al
recorrer las vertientes y las veredas de mi tierra; y puedo dar
testimonio del impacto de la pobreza que ha caído como
una plaga inextinguible sobre los cafeteros desde que, en medio
de la euforia de la liberación de los mercados, renunciamos
a los escenarios de cooperación y coordinación.
Desde entonces, productores y consumidores empezaron a definir
su estrategia cafetera de manera individual, con muy poca dosis
de visión, mucha de ambición y muchos resultados
de frustración.
Y
es que tras la caída del Pacto de Cuotas, a los países
productores nos vendieron el mercado libre cafetero como si fuera
una bendición, en la que el crecimiento del volumen de
exportaciones iba a compensar el descenso sin precedentes de las
cotizaciones. La realidad fue distinta y trágica, porque
la eliminación de las cuotas no se sustituyó por
prácticas comerciales que salvaguardaran el ingreso de
los productores.
Si
bien el sistema de cuotas atentaba contra cualquier iniciativa
pro-competitiva, el mercado libre despertó a los caficultores
del letargo de la ineficiencia, para iniciar profundos y dolorosos
ajustes a sus caficulturas, con el ánimo de hacerlas más
eficientes y competitivas.
Colombia,
por ejemplo, entre 1999 y 2002 incrementó la productividad
en un 45%, medida en número de sacos por hectárea.
El costo de producción bajó de un dólar en
1998 a sesenta y dos centavos el año pasado. El área
cultivada disminuyó 35% en menos de una década,
con una porción significativa perteneciente a áreas
marginales, que se han dedicado a actividades agropecuarias más
provechosas.
En
Brasil, los esfuerzos fueron igualmente significativos. La productividad
se incrementó en un 67% entre 1995 y 2001. El área
cultivada descendió unas 400 mil hectáreas; los
costos de producción son considerablemente menores, reduciéndose
el rezago en competitividad que traía la caficultura de
Brasil desde mediados de los 90s.
Pero
la crisis sigue rampante y los esfuerzos de los productores son
estériles. Entre 1997 y 2002 las exportaciones cafeteras,
medidas por su valor, descendieron el 60%. Pasaron de US $ 12.900
millones a US $ 5.300 millones. En cambio, en términos
de volumen, y para el mismo período, las exportaciones
se incrementaron de 80 millones de sacos a 87 millones, reportando
un crecimiento del 9%.
Es
decir: mientras los ingresos descendieron en US $ 7.600 millones,
el volumen se incrementó en 7 millones de sacos. Ello refleja
una estadística tan contundente como preocupante sobre
la crisis cafetera: por cada saco adicional de café que
se colocó en el mercado internacional se perdieron más
de 1.000 dólares de ingresos.
A
los esfuerzos de los productores se suman los de sus gobiernos
que, en medio de crisis fiscales, forzaron espacios presupuestales
para apoyar con programas de inversión social las zonas
cafeteras de sus países.
En
Colombia hemos hecho lo propio, mediante una política de
apoyo directo al caficultor; apoyo financiero a programas de asistencia
técnica y de investigación científica, financiación
de programas de renovación de cafetales combinados con
maíz y fríjol para complementar ingresos, y acompañamiento
en las políticas para reestructuración de deudas.
Esfuerzos fiscalmente costosos y socialmente insuficientes.
La
crisis persiste. De la mano de los precios internacionales más
bajos de la historia, en la zona cafetera han surgido fenómenos
de deterioro social nunca antes vistos. La desnutrición
infantil es hoy en día superior al promedio nacional rural;
el 45 % de los cafeteros más pobres ha disminuido notoriamente
sus compras de alimentos; la deserción escolar tiene a
un tercio de los niños más vulnerables fuera de
las escuelas; las mujeres y los adolescentes han abandonado las
fincas para buscar subsistir en zonas urbanas; el ingreso per
cápita de los cafeteros ha caído a menos de la mitad
en sólo cinco años.
Algunos
están optando por sembrar cultivos ilícitos, pues
la desesperación generada por la crisis es tentada por
los ingresos fáciles del narcotráfico.
¿Nos
ha faltado imaginación? A los esfuerzos de productividad
y reducción de costos, los productores tenemos que sumarle
más imaginación para encontrar soluciones. Nuestra
dependencia económica y social hacia el cultivo del café
impide que desfallezcamos en esta gesta.
¿La
incomprensión e indiferencia de la industria tostadora
de los países consumidores, ha frenado la implementación
de soluciones audaces para enfrentar la crisis? Creo que es el
momento de hacer un llamado a la industria tostadora multinacional,
a la industria internacional del café, para que participe
decididamente en la solución.
Si
no despejamos el panorama para los productores, con seguridad
se empañará el de los consumidores, pues esta también
va a ser una crisis de consumo. Por eso los tostadores y la industria
procesadora deben guardar sus calculadoras, dejar de pensar en
términos del negocio inmediato y hacer un ejercicio de
reflexión para aportar soluciones.
Su
propio futuro también está en juego y su vulnerabilidad
es creciente. De persistir la crisis, a los consumidores se les
irá cerrando alternativas de suministro y la diversidad
de orígenes se les reducirá a dos o tres países
capaces de mantener una oferta estable de café. ¡Y
no habría algo más dañino para la caficultura
mundial que aumentar la concentración del mercado!
Por
eso reiteramos hoy el llamado para que en el seno de la Organización
sean convocados rápidamente los industriales a reunirse
con los productores, con la presencia de los mandatarios como
los que hemos acudido esta mañana a Cartagena, y quienes
quieran acompañarlos, a fin de buscar un pacto de precios,
una remuneración equitativa que por lo menos se ensaye
durante un período prudente.
Creo
que no debemos demorarnos en actuar, pues las consecuencias de
la crisis están desbordando nuestras fronteras. Ya no podemos
hablar únicamente de los problemas domésticos porque
un sector de nuestra economía se encuentra en dificultades.
¡Esto es una crisis internacional!
La
difícil situación cafetera mundial ha exacerbado
la inmigración de ilegales hacia países desarrollados,
ha incentivado el crecimiento de los cultivos ilícitos,
la amenaza narcoterrorista y está poniendo en riesgo la
seguridad nacional de muchos países.
En
Colombia el sector cafetero y su red social han sido por más
de un siglo la columna vertebral de nuestra estabilidad institucional.
En los sectores de cultivo se han hecho los mejores esfuerzos
regionales para introducir equidad en la distribución del
ingreso. Las regiones cafeteras han sido y seguirán siendo
barrera de defensa democrática.
En
Colombia el café dejó de ser un negocio lucrativo;
es una solución social que surge de una estructura democrática
con predominio de pequeños productores.
Los
efectos sociales de la crisis han golpeado a todos los productores:
El Banco Mundial, en referencia a Centroamérica, define
la crisis cafetera como un silencioso Huracán Mitch. La
caficultora absorbe el 28% de la mano de obra rural centroamericana.
En Camerún, cuyo censo es de 15 millones de habitantes,
2 millones dependen del café. En Costa de Marfil, la mitad
de 17 millones de personas dependen del café y del cacao.
En Brasil, más de un 70% de sus 300 mil productores son
pequeños y medianos y 3.5 millones de personas viven de
la caficultura.
Los
consumidores, los productores, las entidades multilaterales, los
gobernantes, los políticos: todos debemos entrar en la
senda de la cooperación y de la concertación.
Por
esto, desde hace 40 años está funcionando la Organización
Internacional del Café: para que los espacios de cooperación
se mantengan abiertos; para que productores y consumidores de
café tengan su propio foro de discusión. Y, también,
para que los campesinos caficultores tengan una instancia que
ofrezca soluciones a sus dificultades.
Los
países productores tenemos toda la voluntad de contribuir
al fortalecimiento de los acuerdos y al desarrollo de otros nuevos,
como lo acredita la presencia del Presidente Lula de Brasil, y
del Presidente Maduro de Honduras en representación de
Centroamérica.
Los
países consumidores tienen la responsabilidad de tomar
una actitud más participativa y esta es su oportunidad
de oro. No la pueden desaprovechar.
Por
eso propongo que trabajemos con voluntad política en la
promoción de la calidad del café; en el incremento
del consumo mundial; en la generación de proyectos que
garanticen la sostenibilidad de largo plazo del cultivo.
Que
los productores coordinemos nuestras políticas internas
y promovamos el intercambio de información para evitar
desórdenes en el mercado; que los consumidores generen
mecanismos de comercialización transparentes y predecibles
y que eliminen las barreras arancelarias que castigan la agregación
de valor en la cadena del café.
Necesitamos
que todos los países consumidores, incluido los Estados
Unidos, que demanda el 35% de la producción mundial, hagan
parte, y de manera activa, de la Organización Internacional
del Café. Este paso garantizará que todos adopten
los estándares de calidad, que al orientar al mercado se
conviertan en la garantía de un buen producto para los
consumidores, de una equitativa remuneración para los productores,
y también de las buenas prácticas de producción,
protectoras del medio ambiente, que aseguren la sostenibilidad
de los cultivos.
Intuyo
que la preocupación por las cantidades, ha opacado el horizonte
de los cafés especiales de diferentes modalidades con los
orgánicos a la cabeza.
Esta
es la gran revolución productiva que requerimos. Además,
permite la mezcla del cultivo del grano con sombríos de
bosques de maderas finas, con otros cultivos necesarios para la
seguridad alimentaria, y con prácticas de limpieza biológica.
Este es el gran producto que debemos colocar al público,
de manera directa, en tiendas especializadas.
Al
parecer, proscrito el sistema de cuotas, debemos incorporar con
urgencia mecanismos de mercado, como las opciones de venta del
Brasil, u otros similares, que garanticen al productor un precio
mínimo: si el precio comercial lo excede, parte de la diferencia
puede llevarse a cuentas de ahorro individual de los productores,
cuyos saldos reclamarían en el caso contrario, cuando el
precio comercial esté por debajo del mínimo.
La
garantía del precio mínimo podría apoyarse
con un aporte presupuestal de países productores y consumidores.
Y, como lo ha hecho Colombia, la integración solidaria
de los productores exige mantener un componente del ingreso para
programas de beneficio social y comunitario.
La
agenda es compleja y las soluciones no nos lloverán del
cielo. 100 millones de caficultores alrededor del mundo esperan
mucho de nosotros.
No
los defraudemos pues su paciencia está llegando al límite.
Muchas
gracias