PALABRAS
DEL PRESIDENTE URIBE EN SEMINARIO SOBRE SEGURIDAD Y LIBERTADES
INDIVIDUALES
Bogotá,
20 nov (CNE). Las siguientes son las palabras del presidente Álvaro
Uribe Vélez, pronunciadas durante la instalación
del seminario internacional Seguridad y libertades individuales
en Colombia, organizado por la Defensoría del Pueblo.
El evento se realizó en el Hotel Tequendama de Bogotá.
La
tensión dialéctica entre el bien colectivo de la
seguridad ciudadana y los derechos individuales -tema de este
Seminario- amerita ser repensada, sobre todo cuando ella se plantea
en el entorno de sociedades sitiadas por una criminalidad desafiante,
o de una comunidad mundial amenazada por el terrorismo globalizado.
La
convocatoria de la Defensoría del Pueblo a reflexionar
sobre este tema, reviste plena pertinencia y oportunidad.
Postular
la relación entre seguridad versus libertad personal, como
una antinomia insoluble de dos términos que irremisiblemente
se excluyen, traduce una visión distorsionada y estrecha
del concepto de seguridad. Esta visión debe ser superada
en las sociedades democráticas, sobre todo hoy, cuando
el riesgo de sufrir violencia en la persona y los bienes, ha llegado
a ser una posibilidad cotidiana.
A
este propósito es preciso, entonces, rescatar el contenido
democrático del concepto seguridad; entenderla como la
posibilidad real de todo ciudadano al goce tranquilo e imperturbado
de sus derechos a la vida, a la integridad, a las libertades físicas
y espirituales, al trabajo, la recreación y demás
ámbitos de desarrollo personal.
Y
tal posibilidad sólo se torna real cuando está asegurada
la reacción coercitiva pronta y efectiva del Estado, para
impedir o doblegar las amenazas de violación, provenientes
de individuos u organizaciones.
Bien
entendidas, seguridad ciudadana y libertad individual, son dos
caras de una misma idea, dos maneras de expresar la vigencia del
Estado de Derecho. La primera, como instrumento indispensable,
y la segunda como gran fin. Porque una seguridad no traducible
en libertades, o que las conculque, carece de todo valor ético.
La
Seguridad Democrática es un conjunto integral de estrategias
para recuperar el orden, en cuanto éste constituye el presupuesto
ineludible para la vigencia real de los derechos y libertades
fundamentales. Contrario a las anteriores estrategias de seguridad
que recorrieron el continente de signo autoritario, que hacía
de una opción ideológica o un partido político
el enemigo interno, nuestra política de seguridad democrática,
en cambio, predica que todos los discursos son bienvenidos en
una democracia.
Necesitamos
seguridad, no para perseguir verdaderos o imaginarios enemigos
ideológicos ni tampoco para sustentar un régimen
de Partido único. Seguridad para garantizar la más
amplia diversidad del pensamiento, el más creativo debate
en todos los planos de la vida; para que la acción de las
armas jamás acalle las armas de la crítica.
El
día en que la seguridad democrática se enseñoree
de todo el territorio de la Patria, los campesinos no volverán
a ser desarraigados de sus parcelas, los empresarios y trabajadores
no serán secuestrados, los sindicalistas no serán
amedrentados, los periodistas no sufrirán amenazas, los
defensores de derechos humanos podrán desarrollar sin temores
su actividad legítima, y los obispos y pastores predicar
sin riesgo su evangelio.
Para
que la libertad ciudadana reine, las sociedades democráticas
han de ser sociedades abiertas, confiadas, con el menor grado
posible de interferencia y molestias en la vida privada. En principio,
cualquier ciudadano puede transitar por la acera de la sede de
Gobierno, por enfrente de los cuarteles. Por eso, nos sorprende
que la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense
consagre el libre comercio y porte de armas como una libertad
básica.
El
problema que pone a prueba a las democracias de hoy, es como armonizar
esa confianza en los ciudadanos, que hace posible el régimen
de libertades, con las amenazas del terrorismo y el narcotráfico,
que se aprovechan y abusan de tal sistema garante.
La
sociedad liberal es vulnerable cuando el terrorista puede aprovechar
las avenidas de libertad para sus tenebrosos objetivos. Un Estado
ingenuo y vacilante frente al crimen es el camino abonado a la
tentación totalitaria, que toma el atajo de la supresión
de la Carta de Derechos.
La
Historia ha mostrado que durante los gobiernos débiles
y diletantes, la libertad individual y el Estado de Derecho sufren
atentados irreversibles.
Para
armonizar seguridad y libertad, hemos acudido también a
la vía constitucional del Estado de Conmoción. Hemos
recurrido a reglamentar, y a veces a restringir, en forma razonable,
moderada y proporcionada, el ejercicio de algunas libertades y
garantías, a fin de maximizar el disfrute de esos mismos
u otros Derechos de igual rango, teniendo buen cuidado de respetar
siempre ese ámbito mínimo e irreductible del derecho
de libertad que la jurisprudencia criolla denomina su núcleo
esencial.
Ningún
derecho fundamental hemos suspendido. La prensa sigue siendo libre
y no sometida a censura alguna, el debido proceso continúa
intangible en su núcleo esencial, los derechos de reunión
y manifestación gozan de plena garantía, al igual
que la independencia de jueces y fiscales para cumplir sus funciones.
Ante
la gravedad del drama humanitario que vive el país, sólo
remedios extraordinarios permitirán restablecer el ejercicio
del monopolio legítimo de la fuerza en manos del Estado.
Con base en los poderes de excepción hemos decretado, entre
otras, medidas tributarias encaminadas a fortalecer la capacidad
disuasoria de nuestros cuerpos coercitivos; medidas judiciales
para quebrar el poderío económico que alimenta a
los grupos ilegales, y medidas procesales para facilitar la captura
y judicialización de los delincuentes.
Con
estricta sujeción a la Ley Estatutaria de los Estados de
Excepción, las restricciones, condicionamientos y modalizaciones
a la libertad individual previstas en el Decreto 2002 -tales como
la captura, el registro domiciliario y la interceptación
de comunicaciones con base en orden verbal de autoridad judicial
o, en caso extremo, sin ella-, sólo se permiten en circunstancias
graves, en las que tales medidas sean imperiosas para impedir
la violación de un derecho fundamental.
En
tales eventos, además del control por parte del Ministerio
Público, y del obligado registro de tales órdenes,
la judicialización de las capturas y demás medidas
restrictivas de la libertad deberá ser inmediata, y, en
todo caso, no podrá exceder las 24 horas. Tales salvaguardas
conjuran los riesgos de desbordamiento o arbitrariedad en la aplicación
de esas prerrogativas.
La
facultad para que las autoridades de las zonas de rehabilitación
y consolidación, condicionen el tránsito, por ciertos
sitios, a registros previos, no impide a ningún ciudadano
honrado su derecho de locomoción. Todo lo contrario: le
asegura su derecho a circular sin ser objeto de agresiones por
parte de la delincuencia. En una sociedad sitiada por el terrorismo,
es natural que el ciudadano deba soportar ciertas cargas e incomodidades,
siempre y cuando no sean excesivas, gravosas o desproporcionadas,
y estén inequívocamente enderezadas a salvaguardar
bienes de igual rango axiológico.
Nos
han servido como referentes los instrumentos constitucionales
y legales de lucha contra el terrorismo que hoy rigen en las democracias
europeas. Pero aún así, la severidad de las disposiciones
que hemos adoptado, es menor que las de la mayoría de ellas,
entre otras, las vigentes en España desde 1988.
Con
todo, en esta materia siempre será aconsejable redundar
en controles y prevenciones. Galvanizar el control inmediato del
Ministerio Público, el control parlamentario y abrir las
puertas a denuncias y veedurías ciudadanas como agentes
de la opinión pública.
Con
la tecnificación y refinamiento de los instrumentos de
control a los aviesos métodos del delito, evitaremos cargas
y molestias al ciudadano. Así mismo, el mejoramiento en
inteligencia y la cooperación ciudadana, más que
limitación de la libertad personal es mejoramiento de ella.
Al
animar a ustedes a examinar con espíritu constructivo tan
difícil pero vital problema de nuestras democracias, doy
la bienvenida a los expositores internacionales y nacionales que
nos acompañan. Tengo la certeza de que sus luces serán
de gran valor para, entre todos, construir una patria mejor en
la que la libertad y la seguridad sean dos ideales gemelos con
plena realización para la felicidad de nuestro pueblo.