DISCURSO
DEL PRESIDENTE DE COLOMBIA, ÁLVARO URIBE VELEZ, ANTE LA
57º ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS
Saludo a Su Excelencia el Sr. Jan Kavan de la República
Checa, Presidente de esta Asamblea General, a la cual me dirijo
por primera vez.
A poca distancia de este lugar, en el fatídico 11 de septiembre,
murieron 2.801 ciudadanos del mundo. En Colombia, la violencia
cobra cada mes igual número de víctimas.
Cuarenta
y tres millones de colombianos, pueblo amante de la paz, soportan
una de las más graves crisis humanitarias del mundo:
-
Colombia tiene que enterrar cada año a 34 mil hijos suyos,
víctimas de la violencia. Hemos perdido al 10% de nuestros
jóvenes.
- El País registró el año pasado la tasa
más alta de homicidios en el mundo: 63 por cada cien mil
habitantes.
- Durante los últimos 5 años sufrimos 8 mil actos
de destrucción colectiva, cifra superior a la registrada
en los demás casos de violencia del mundo; 280 poblaciones
sufrieron ataques de guerrillas y paramilitares con graves consecuencias
para la población civil y la Fuerza Pública.
-
El acto terrorista perpetrado durante mi posesión, mató
a 21 personas humildes.
-
Dos millones de personas, el 40 % niños, sufren hoy el
desplazamiento forzado, bajo la presión de grupos violentos.
Equivale a desplazar a las comunidades de Washington y Manhattan
al mismo tiempo.
-
En el último lustro 16.500 personas han sido víctimas
del secuestro. Ayer 6 niños fueron secuestrados y todavía
1 permanece cautivo.
-
390 alcaldes -más de la cuarta parte del total de municipios
del país-, 9 gobernadores y 107 diputados están
bajo amenaza de muerte por los mismos grupos.
Los ataques terroristas del 11 de septiembre conmovieron al mundo
y provocaron la justa condena universal. La humanidad debe estremecerse
ante atentados como el cometido por guerrilleros el 2 de mayo
en Bojayá, un poblado de mil habitantes. Allí fueron
asesinadas 117 personas refugiadas en la iglesia.
Esta violencia empobrece cada vez más a la población,
ahuyenta la inversión, estanca el crecimiento económico,
distrae recursos valiosos y nos impide superar la condición
de país rezagado en lo económico y social.
- La violencia compromete 4 puntos del Producto Interno Bruto
del País.
-
Diariamente ocurren asaltos, secuestros y robos en las principales
carreteras, como en la que une a dos de nuestras principales ciudades.
¿Qué tal que ello sucediera entre Bruselas y París,
o entre Nueva York y Boston?
Los colombianos hacemos hoy un gran esfuerzo para enfrentar el
problema: con políticas de orden público, reformas
del Estado que derroten la corrupción y la politiquería;
mayor crecimiento económico e inversión social.
El
objetivo central de nuestra política de Seguridad Democrática
es rescatar el imperio de la Ley. La seguridad no es para perseguir
verdaderos o imaginarios enemigos ideológicos. Tampoco
para sustentar un régimen de partido único.
La
Seguridad Democrática es para proteger a todos los ciudadanos
en una Nación pluralista, abierta al fraterno debate creativo.
La Seguridad Democrática es para todos los colombianos.
Para que no desplacen a los campesinos de sus parcelas; no secuestren
a los empresarios; no amedrenten a los periodistas; respeten la
misión de los obispos, sacerdotes, monjas, pastores de
culto, educadores.
Para que los sindicalistas ejerzan libremente su acción;
los dirigentes políticos se desplacen sin temores; los
defensores de derechos humanos se apliquen a su labor sin amenazas.
Como
comandante civil de las Fuerzas Armadas estoy comprometido con
la observancia rigurosa de los derechos humanos. Sin éstos
puede haber apaciguamiento, pero nunca habrá reconciliación.
Nuestras medidas de emergencia no suprimen derechos humanos pero
exigen observar reglas, por ejemplo, en la movilización
de los ciudadanos, para evitar que en nombre de la libre locomoción
se continúe transportando explosivos para asesinar a la
gente.
Respetamos
la controversia. La política de seguridad que se implementa,
no es para acallar la crítica sino para enfrentar la violencia.
Esa política no tiene reversa.
En
Colombia, la tasa de personal militar y de policía es baja:
3.9 por cada mil habitantes. Nueva York cuenta con 42 mil policías,
toda Colombia con 75 mil.
Tenemos
que fortalecer la Fuerza Pública. Hemos decretado un impuesto
al patrimonio, que pagarán las empresas y personas de mayores
ingresos. Se recaudarán recursos cercanos al 1% del PIB.
En
desarrollo de la política de Seguridad Democrática
nuestro Gobierno ha convocado la solidaridad de un millón
de ciudadanos para que, voluntariamente, asuman la tarea de cooperar
con la Fuerza Pública y la Administración de Justicia.
El
apoyo de la ciudadanía a las instituciones legítimas
es elemento esencial del Estado Social de Derecho. Es expresión
de la solidaridad de cada individuo con su comunidad, sin la cual
el Estado pierde su naturaleza social. Requerimos romper el miedo
ciudadano a la guerrilla, a los paramilitares, crear vínculos
comunitarios con las instituciones democráticas. La eficacia
y la transparencia de la fuerza pública depende en alto
grado de la cooperación ciudadana.
El
problema colombiano es un riesgo para la estabilidad democrática
de la región. Necesitamos la ayuda del mundo para resolverlo.
Pido la ayuda del mundo porque mi Gobierno tiene la decisión
de derrotar el terror, de que no pasen estos 4 años como
un nuevo triunfo de la delincuencia ni como una nueva prueba de
la vacilación del Estado y la sociedad frente a la arrogancia
de los violentos.
Eliminar
las fuentes de financiación del terror es imperativo. Por
eso tenemos que vencer la droga y el secuestro.
El
foro de las Naciones Unidas está preocupado por las armas
de destrucción masiva, y nosotros compartimos esa angustia.
Por favor, debemos entender que la droga tiene una capacidad de
destrucción masiva, como la más temible de las armas
químicas.
Tenemos
la determinación de eliminarla. Pedimos al mundo un compromiso
igual. No podemos continuar con decisiones y acciones a medias,
tímidas. Mientras se divaga, el terrorismo siembra y trafica
con más droga.
¡No
nos envíen sus armas! ¡Eliminen sus mercados de droga
y sus precursores químicos! ¡Ayúdennos con
la interdicción aérea y el decomiso de la droga
que navega por el Caribe y el Pacífico!
Requerimos
recursos para pagar a nuestros campesinos a fin de que destruyan
la droga y cuiden la recuperación del bosque.
La semana anterior, Carlos Enrique Arenas, piloto de la Armada
Nacional -con 29 años de edad padre de una hija de apenas
dos años y con un segundo hijo en camino- y su auxiliar,
Roberto Enrique Guardo -con tres pequeños hijos-, desaparecieron
en el mar. El helicóptero que operaban cayó, luego
de que interceptaran una lancha con más de 2 toneladas
de cocaína.
Sacrificios
como estos demandan el apoyo de todos los países para derrotar
la droga, pues hasta ahora solamente hemos podido decomisar un
20% de la cantidad que sale de nuestro País.
Una
resolución de la ONU ordena la confiscación de las
cuentas bancarias, inversiones y bienes de quienes cometen actos
terroristas. Esa resolución ha sido letra muerta en los
países en donde circula el dinero que financia los actos
terroristas en Colombia.
El
compromiso de seguridad de mi Gobierno no se opone al diálogo.
Al contrario, lo desea. Por eso hemos pedido la gestión
de buenos oficios de las Naciones Unidas, por intermedio de un
asesor especial del Secretario General. Esa es la forma para iniciar
un proceso serio de paz que parta de un cese de la violencia.
La
Carta de Naciones Unidas nos enseña que para dialogar con
quienes cometen hechos de terror, es esencial que esos hechos
se suspendan.
El
dolor de miles de colombianos por el secuestro de sus seres queridos
-entre quienes se encuentran la ex candidata Presidencial Ingrid
Betancur, varios congresistas, diputados, el Gobernador de mi
Departamento, un ex ministro infatigable en la lucha por la paz,
integrantes de la fuerza pública y centenares de ciudadanos-,
nos indica que necesitamos acciones humanitarias, que sirvan,
no para fertilizar la violencia, sino para recorrer caminos de
reconciliación.
El
mundo está lleno de analistas del problema colombiano.
De críticos de nuestra sociedad y de nuestros gobiernos.
Requerimos menos retórica y más acción. Que
nos ayuden de verdad a solucionarlo.
Demandamos
cooperación eficaz porque esta violencia se financia con
un negocio internacional que es la droga y se ejecuta con armas
no fabricadas en Colombia.
Sufrimos
miseria, injusticia, desconfianza inversionista, alto endeudamiento
y déficit fiscal, iguales a los que agobian a muchas naciones.
Siempre
hemos honrado y siempre honraremos nuestras obligaciones financieras
internacionales.
Estamos
realizando esfuerzos sin precedentes para congelar gastos de funcionamiento
e incrementar impuestos. Pero necesitamos un significativo respaldo
económico bilateral y multilateral para invertir y generar
empleo. Esto es, para empezar a pagar la deuda social.
El
triunfo frente a la violencia ayuda a crecer la economía
y a financiar el desarrollo social que, a su vez, consolida la
paz.
Una
reflexión: una libra de café colombiano llegó
a valer más de 3 dólares, hoy gira alrededor de
60 centavos. Los bancos internacionales y las agencias de cooperación
deben duplicar su compromiso y recursos en Colombia. El dinero
no será para pagar derroche ni para rescatar quiebras sino
para invertir en la reivindicación de los pobres, para
asegurar la gobernabilidad.
Los colombianos son un pueblo digno, trabajador, democrático,
prudente, cuya espontaneidad no ha sido abolida por el martirio.
La
Nación tiene la más sólida tradición
democrática, un reconocido buen desempeño económico
de largo plazo, una base industrial con alta diversificación,
una estructura productiva con creciente orientación al
mercado internacional y enorme potencial de la pequeña
empresa democrática.
Con
el compromiso y apoyo de ustedes, que representan a las Naciones
del Mundo, y con nuestra determinación, Colombia se liberará
de la esclavitud de la violencia y podrá ser más
próspera y justa.
Nueva
York, 13 SEPTIEMBRE DE 2002