PALABRAS
DEL PRESIDENTE URIBE EN CONMEMORACIÓN DE 200 AÑOS
DE LA U. DE ANTIOQUIA
Medellín,
9 oct (CNE).- Las siguientes son las palabras del presidente de
la República, Álvaro Uribe Vélez, durante
el acto de conmemoración de los 200 años de fundación
del la Universidad de Antioquía desde el teatro metropolitano
en la ciudad de Medellín.
¡Qué
hermoso bicentenario nos congrega! Dos siglos de tarea fecunda,
que verán los frutos plenos en las centurias que habrán
de venir. La semilla ha sido puesta sobre el surco, con esmero,
y crecerá con el influjo próvido de
la acrecentada continuidad del esfuerzo.
Como
eslabón del interés de aquella tierra, la misma
de hoy, en 1798, el Cabildo de Medellín dice al Rey: que
se funden unas aulas donde educados los jóvenes hasta ahora
indisciplinados en los primeros rudimentos y elevados a facultades
mayores, lograsen con el tiempo esta república de buenos
y hábiles ciudadanos, que iluminados con las lumbreras
de las ciencias conociesen a fondo sus deberes de amor, lealtad
y fidelidad al Soberano, servicio a la Patria y aumento de la
religión.
En
aquel colegio de la Villa de Medellín, que vio la luz en
1803, bajo la rectoría de fray Rafael de la Serna, se instruyeron
y enseñaron el padre del estudio de la historia, secretario
privado de El Libertador, Don José Manuel Restrepo; Liborio
Mejía, fusilado en los albores de su existencia por su
valor de mantener la investidura Presidencial en la lucha por
la independencia; José María Córdova, quien
se convirtió en el más ilustre discípulo
de Francisco José de Caldas en la Escuela de Ingenieros
Militares; Juan del Corral, líder de la primera expresión
realmente emancipadora; y, entre muchos otros, José Félix
de Restrepo, rector en el corto período independentista.
El
9 de Octubre de 1822, El Presidente Francisco de Paula Santander
y el Ministro José Manuel Restrepo, dictaron el Decreto
de Fundación del Colegio de Antioquia que luego, en 1871,
en la eficaz gobernación de Pedro Justo Berrío,
se convirtió definitivamente en Universidad de Antioquia.
Al
Gobernador Berrío lo acompañó Manuel Uribe
Ángel, cumbre científica de la Patria. El uno representa
el pensamiento conservador y el celo por cuidar la fe religiosa;
el otro, militante del radicalismo, encarna las tendencias librepensadoras.
Coinciden en el concepto de una universidad pública, que
combine la ciencia con el impulso de las vocaciones laborales
a través de la enseñanza de artes y oficios. Esta
conciliación es el germen de la cátedra científica
y libre, de la apertura a todas las expresiones del pensamiento,
que permitió que sus aulas albergaran a Uribe Uribe, Fidel
Cano, Tulio Ospina y Fernando Vélez, ejemplos del pluralismo
doctrinario.
El
recorrido ha conducido a que actualmente la Universidad, de acuerdo
con las acreditaciones recibidas, se sitúe a la altura
de las mejores del mundo. ¡Qué orgullo el campeonato
obtenido en ciencias y en la formación más elevada
de sus profesores! ¡Cómo tranquiliza constatar que
aquí se funden la investigación y la inmediata aplicación
de los resultados para favorecer el bien común y la lucha
contra la miseria!
Esta
comarca nuestra, pobre en recursos naturales aunque se le considere
rica por el ímpetu de sus gentes, tiene en su Alma Máter
el faro que la dirige al progreso y a la igualdad, que en nuestra
época, cuando este valor no se discute en relación
con la ley, ni con las oportunidades democráticas, depende
esencialmente del acceso al conocimiento, causa eficiente para
la movilidad social y el imperio de la equidad.
Muchos
de quienes hemos tenido el privilegio de moldearnos en el Alma
Máter, hemos concluido sobre esa experiencia, que deja
impronta para el resto de los años; que estos claustros
y su idiosincrasia, tienen una muy cercana aproximación
a nuestro ideal universitario.
En
efecto, soñamos que la universidad debe ser científica,
abierta a la libre cátedra, no dogmática, crítica
con espontaneidad y sin amarguras, batalladora en las ideas y
ejemplar en la convivencia. La universidad debe recibir la problemática
social, procesarla en el laboratorio de la ciencia y entregar
soluciones a la comunidad.
La
universidad científica debe partir de reconocer que su
tarea es una búsqueda sin fin por la verdad, y que su logro
es apenas una verdad relativa y una base para emprender una nueva
investigación. Después de respetar el compartimiento
individual de las creencias religiosas y los principios de la
democracia como regla insustituible para la convivencia, todo
lo demás es revisable y demanda aproximaciones sin dogma.
El trabajo científico no admite cansancios y el logro de
cada nueva hora debe ser el renacer de la esperanza para las siguientes.
La
pasión en la defensa de las convicciones y en el resultado
de las investigaciones se excluye con el dogma que cierra las
puertas a los nuevos avances. La emoción se necesita pero
es obligatorio trazar la línea divisoria con el fundamentalismo
intransigente.
La
universidad tiene que ser crítica. Para dar un buen producto
a la comunidad, el universitario debe asumir una actitud espontánea,
libre de amarguras y resentimientos. Signado el mundo contemporáneo
por la diversidad, se convierte en escenario diario de conflicto
entre opiniones diferentes, que puede ser destructivo al desembocar
en la confrontación antagónica, o constructivo al
escoger la cooperación creadora.
El
rechazo a la lucha violenta de clases no implica renunciar a la
crítica. Cuando la crítica va acompañada
de la reacción violenta se genera un bloqueo en la mente
individual y en la acción colectiva, que empeora los problemas
y no deja ver la luz de las soluciones. De la crítica surgen
las semillas que demandan suelo enriquecido por la disposición
anímica de construir.
A
fin de responder bien a la sociedad, a partir del debate científico
debe preferirse el descubrimiento de la nueva opción antes
que la suma transaccional de las viejas y agotadas.
La
universidad no puede presumir su aislamiento, debe entenderse
a sí misma como parte fundamental de la sociedad, ser consciente
de su papel de liderazgo para el bien común y ejercer ese
liderazgo.
Acudo
hoy a rendir un sencillo testimonio ante mi universidad: ha sido
esta una iluminación constante para el disenso. El disenso
que permitió a Sócrates morir de manera digna. El
disenso, aquel elemento necesario en un momento determinado para
contradecir las tendencias aparentes, desafiarlas, buscar las
nuevas corrientes por las cuales debe inducirse a la opinión,
a la sociedad. El disenso, ese estímulo irremplazable para
la investigación y el debate. El disenso, para reverdecer
lo anquilosado o superarlo por lo fuerte, fresco, robusto.
Colombia
necesita dejar atrás la violencia destructora que quiso
aniquilar la dialéctica y en su lugar agitar el emocionante
debate de las diferencias ideológicas, pero con fraternidad,
que es la miel que garantiza la síntesis creativa de las
contradicciones. Esta escuela bicentenaria es un lugar para la
construcción democrática de la Patria.
Colombia
necesita una revolución educativa ambiciosa, desafiante,
austera en recursos y pródiga en resultados, producto del
sacrificio y la consagración y no de la abundancia. Esta
escuela bicentenaria es una esperanza para la revolución
educativa de la Patria.
Esta
Alma Máter se encuentra madura y jovencita. En los años
1950, Bertrand Russel, el filósofo inglés, preguntó
a un profesor asiático su concepto de la Revolución
Francesa. La respuesta enseña a contemplar la dimensión
extensa y completa de los tiempos: Todavía es muy
prematuro para opinar. Que lo que hoy digamos sea un estímulo
para hacer todo lo requerido a fin de que en el futuro se pueda
reconocer mucho más.
Que
esta Alma Máter ayude a nuestra tierra a tener más
calor en el hogar y menos llanto, más
pan y menos cicatrices, más tolerancia
con la diversidad y cero tolerancia al crimen, más libertad
y menos temor, más debate y menos cizaña, más
contradicción creadora y menos insidia, más solidaridad,
en especial con la contraparte, y menos afán individual,
el alma más limpia, el carácter más templado
y creciente dignidad colectiva. Un compromiso superior con lo
público, para cuidarlo con el riesgo del error, la incurable
buena fe para discutirlo y siempre, siempre, la certeza del amor
Patrio.
Este
gran pueblo nuestro, grande en la adversidad, sin resentimientos
ante el sufrimiento, que apuesta a un futuro de orden, armonía
social e infinito horizonte democrático, puede decir que
no le debe quejas a la Universidad, le debe inmensa gratitud.
Y que la Universidad exprese hoy que invicta en la fecundidad
del pasado, asume la deuda de garantizar un futuro brillante
a Antioquía y a Colombia.