La visita del Presidente Uribe a Chita
“ADEMÁS DE LÁGRIMAS, EN CHITA PRODUCIMOS DULCES”
Chita, 11 sep (CNE).- Chita fue, a lo largo de 12 años, un pueblo sometido por la guerrilla. Y fue tanto el dominio que los guerrilleros alcanzaron allí, que sacaban a los secuestrados a la plaza del municipio y los amarraban a un poste para que se “dieran una asoleada”.
Cuando el presidente Álvaro Uribe Vélez llegó en helicóptero esta mañana a Chita, municipio del norte de Boyacá, ubicado a 12 horas por carretera de Bogotá, esta fue una de las primeras historias que le contaron.
También le contaron que hacia el mediodía del martes pasado, al calor de una “pola” que apuraban para espantar el “helaje” que bajaba por la ladera del Nevado del Cocuy, algunos de los parroquianos notaron la presencia de un caballo que deambulaba de tienda en tienda, cargando un “joto” al que no quisieron “ponerle mucho capricho”.
El caballo estuvo por lo menos una hora y media deambulando por el pueblo. Entonces, como a eso de la 1:45 de la tarde, en momentos en que el caballo se aproximaba al centro de salud y frente a una tienda de abarrotes, se escuchó una fuerte explosión. El caballo voló en mil pedazos. Ocho habitantes humildes de Chita murieron. Diecisiete resultaron heridos. 34 familias se quedaron sin techo.
La propietaria de una tienda, testiga de primera mano, le contó al Presidente los detalles del atentado: “Un caballo llegó ahí a la esquina, y el caballo se pasiaba y se retorcía y se le botaba a uno a que le diera un alivio. Y el muchacho del frente, que fue el que murió, él lo enderezó. Y yo le dije al señor del lado de abajo que lo descargáramos, porque ese animal era a entrarse a las tiendas. Y nadie le puso capricho. El muchacho lo enderezó y lo dejó ahí. Entonces yo me entré para acá. Y una señora llegó y yo le brindé un tinto. Yo me entré por esa escalera, y allí me senté. Fue cuando sonó la bomba. La señora a la que le ofrecí el tintico, quedó aquí muerta”, dijo una señora que ahora sólo recorre los restos de la tienda que le daba su sustento.
¡QUE SE HAGA JUSTICIA!
A lo largo de esos 12 años en que Chita fue como un pueblo borrado del mapa, sólo dos cosas buenas le han sucedido al municipio. La primera, la llegada hace un mes de 20 agentes para el puesto de policía. La segunda, el anuncio de que el presidente Uribe llegaría hoy para solidarizarse con las víctimas del atentado.
En cuanto supieron que se acercaba el Presidente, empezaron los preparativos. En el colegio los niños confeccionaron banderitas blancas y varias mujeres acometieron la tarea de prepararle un dulce. Toda la gente, grande y pequeña, hombres y mujeres, agricultores y tenderos, se arremolinaron en el parque a esperarlo. Una bandera blanca oteaba en un ventanal.
El ruido del helicóptero produjo un desparpajo, una algarabía entre la multitud de ruanas y sombreros, de alpargatas y botas de caucho, de enaguas largas y pañolones, de cachetes rosados y manos callosas de tanto sembrar papa y cebolla.
Al descender el Presidente, el primero que rompió el cerco fue Don Ángel Reinel Díaz, padre de Yezid Díaz, una de las ocho personas que murieron en el atentado. Llorando por la pérdida de su hijo de 32 años, Don Reinel compartió todo su dolor con el Jefe de Estado. Uribe le preguntó a qué se dedicaba su hijo muerto. “A darle golpes a la tierra y a sembrar cebolla y tomate, que es lo único que en esta tierra sabemos”, contestó Don Reinel.
A voz en cuello, a gritos, como nunca lo había hecho en su vida, Don Reinel pronunció un discurso que le salió de adentro: “Señor Presidente, que se haga justicia, que no recaiga tanta violencia en el pobre que solamente trabaja para sustentar a Colombia. Que no nos acaben como nos están acabando. Que esta violencia termine”.
A la directora del puesto de salud, Mireya Suárez, el presidente Uribe le preguntó cómo era el asunto de la ambulancia. Que si necesitaba ser reparada o tenían necesidad de una nueva. Ella se dirigió al público y dijo: “Díganle, díganle”. Por la respuesta de la gente, al Presidente no le quedó ninguna duda de que Chita no tenía ambulancia. “Cuente con ella”, prometió el Jefe de Estado.
Intervino un niño, Guido Hernández, que hacía las veces de maestro de ceremonias. El Presidente lo animó: “A ver, mijo, hable pues”. “En nombre de toda la comunidad chitana, quiero decirle al Presidente que en Chita teníamos el sueño de la paz, y que ese sueño se nos estaba frustrando, a la una y 40 de la tarde”, dijo el muchacho.
El recién posesionado comandante del puesto de policía de Chita, teniente Fernando Hoyos, también intervino: “Aquí quiero, delante del señor Presidente, comprometerme con las funciones, las misiones y las obligaciones con ustedes. Comprometernos con la comunidad para estar pendientes de ustedes. Que nos los vamos a dejar solos. Vamos a estar pendientes de ustedes y aquí nos vamos a quedar todo el tiempo que sea necesario”.
Un niño le leyó una poesía. Una señora le pidió una biblioteca y un VHS para el colegio. Una mujer le ofreció un platillo y le dijo: “Además de lágrimas, aquí también producimos dulces”.
USTEDES NOS HAN DADO EJEMPLO
El Presidente pasó al micrófono. Su sombrero blanco de ala caída, la ruana boyacense de lana de oveja, lo confundían entre el gentío.
“Vamos a ponernos al pie –les dijo– de la atención a los heridos y de la atención a las personas que han perdido sus seres queridos. Y a ver cómo podemos, trabajando todos, dar una respuesta a Chita y a este norte de Boyacá. No creo que haya un campesinado en el mundo más firme que ustedes. Ustedes tuvieron la primera resistencia antiterrorista en Colombia. Y Chita tiene que ser hoy de nuevo la primera resistencia antiterrorista en Colombia. Todos los colombianos nos sentimos orgullosos de ustedes. Ustedes nos han dado ejemplo”.
En medio del dolor, el Presidente les pidió firmeza y les anunció: “Vamos a derrotar a los terroristas. Se les está acabando la luna de miel. Nuestro deber es proteger al pueblo colombiano y, mediante Dios, nuestra decisión de autoridad para protegerlo no tiene reversa. La Fuerza Pública y las instituciones estatales jamás los abandonarán a ustedes, como estuvieron abandonados en los últimos 12 años”.
El Presidente se fue de Chita con varios ofrecimientos concretos. Una de sus primeras reacciones fue llamar por teléfono al ministro de la Protección Social, Diego Palacio, para darle la orden de que enviara a Chita la ambulancia que tanto necesitan en el municipio.
Otro compromiso fue reparar las torres de Telecom de Jericó y Mahoma, adelantar las gestiones requeridas para que los habitantes tengan el puente que les permita pasar el río y darles solución de vivienda a quienes perdieron sus casas y sus pertenencias. También llamó a la ministra de Cultura, María Consuelo Araujo, para que hiciera efectivo el envío de la biblioteca y el VHS.
“No los vamos a dejar solos”, repitió el Presidente antes de abordar el helicóptero y sobrevolar Chita, el mismo pueblo que alguna vez le sirvió de refugio al Libertador, en su travesía del Llano al Pantano de Vargas, y que hoy, varios siglos después, según dijo Uribe, se ha convertido en un nuevo símbolo de la “resistencia del campesino contra el terrorismo que quiere acabar al país”.