Al parecer los jóvenes celadores
fueron obligados por los delincuentes, quienes minutos
antes les habían dado instrucciones para atraer
a María Esperanza hasta su casa, o de lo contrario
asesinarían a sus hijos.
"Nos encerraron a todos en la casa
del cuidandero y me dijeron que me cambiara los zapatos con
mi mamá, pues yo tenía sandalias, en ese momento
entendí que la que me iba era yo", relató María
Esperanza.
Los delincuentes la obligaron a ponerse
un pasamontañas y la llevaron en la parte de atrás
de su propio auto hasta llegar a un punto de la vía,
en donde la cambiaron de vehículo, a un jeep, en el
cual la adentraron monte arriba. "Una vez llegamos a
un lugar en plena selva me bajaron, me hicieron sentar en
un rincón, me quitaron la venda y me presentaron al
comandante del frente 22 de las Farc".
Los terroristas le explicaron que la delincuencia
común les había dicho que ella era una médica
adinerada dueña de una finca ganadera. "Yo les
dije, les vendieron un hueso. Yo no soy absolutamente nada
de eso que le dijeron a usted".
Ellos investigaron y una vez constatado
que no era millonaria los terroristas le dijeron: "usted
desayuna, almuerza y come". María Esperanza les
contestó que sí, ellos le respondieron que
entonces podía aportarle a la organización. "Uno
termina siendo como un instrumento de garantía para
ellos, no un ser humano", dijo.
María Esperanza compartió cautiverio
con dos hombres secuestrados. Uno de ellos de 70 años
de edad. Durante el tiempo de cautiverio (16 días),
solo pudo comunicarse una vez con su familia a quien les
dijo: "recuerden que tienen una hermana berraca. Les
dije con un acento de voz para que ellos sintieran que yo
estaba bien". La guerrilla exigía 300 millones
de pesos por su libertad.
La presión del Ejército fue
constante. Tanto así, que ella era movida de lugar
cada dos días. "Me movían y me movían
y me movían. Yo sentía que nos alejábamos
de la civilización. Cada día me sentía
más enterrada, más sepultada. Estábamos
en un sitio en el que nadie me podía ver. Eran tan
tupidos que ni el sol entraba".
EL DÍA DEL RESCATE
16 días después del secuestro,
María Esperanza estaba junto a una piedra, al lado
de un pequeño río con los otros secuestrados,
a eso del medio día, cuando sintieron varias ráfagas
de disparos muy cerca. Los terroristas les pidieron que caminaran
con ellos monte adentro hasta el anochecer. Al amanecer del
siguiente día continuaron el camino hasta que uno
de los terroristas gritó: "Corran".
María Esperanza era custodiada por
una niña de 13 años, que solo imploraba a la
virgen que se cumpliese su voluntad. "Ella llevaba un
año con ellos, una amiga la había llevado engañada
y solo esperaba que el comando central la dejara ir sin que
le hicieran nada a ella y su familia", relató María
Esperanza. "Le dije, si usted en algún momento
ve que por llevarme a mí de la mano su vida peligra,
suélteme y sálvese usted. Eso me salvó".
María Esperanza tiene un problema
de cadera que le impide correr, por lo que la guerrillera
que la custodiaba la dejó atrás. María
esperó en el piso mientras los disparos se sentían
con más fuerza. Una vez cesaron los tiros ella encontró,
también en el suelo al anciano que compartía
cautiverio con ella. Ambos caminaron hacia el lugar contrario
a donde habían huido los terroristas.
Varios metros adelante escucharon la voz
de un hombre que les pidió que se identificaran. El
anciano gritó: "somos secuestrados, ayúdenos".
Bajaron agachados una pequeña trocha hasta que encontraron
a un soldado del Ejército que los esperaba.
"Lo que uno siente en ese momento
uno no lo puede describir. Inclusive uno de ellos que estaba
herido se paró de la camilla y me dijo: señora
la felicito, esto valió la pena".
Días después el Ejército
rescató al tercer secuestrado. Hoy, María Esperanza,
desde la libertad, dice con plena seguridad que si no existiera
la Política de Seguridad Democrática otros
muchos como ella no tendrían la oportunidad de ser
testigos vivientes de lo que significa ser rescatado de las
tinieblas del secuestro
"Yo creo que hace unos años
yo no habría tenido la oportunidad de que las Fuerzas
Militares llegaran por mí. Ellas, según lo
veía uno y lo sentía, tenían un límite
hasta donde podían llegar y de ese límite no
se pasaban. Hoy sentí que para mí había
todo, no había límites, que lo más importante
era la vida de las personas que allí estábamos
y que como fuera tenían que sacarnos de allí y
así fue".
El Presidente Uribe le pidió a María
Esperanza que lo acompañara en su discurso de instalación
de las sesiones del Congreso, y ante el parlamento dijo que
su caso era un llamado de atención para derrotar el
secuestro y para que los secuestrados regresen sin que su
liberación "implique fertilizar el delito".
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