DISCURSO DEL VICEPRESIDENTE
SANTOS EN GINEBRA
Ginebra, Suiza, mar. 16 (SNE).-
El siguiente es el texto del discurso del vicepresidente, Francisco
Santos Calderón, en el segmento
de altas personalidades de la 60° sesión de la Comisión
de Derechos Humanos de la ONU
Esta 60 sesión de la Comisión de Derechos Humanos de la
ONU está marcada por graves y recientes hechos producto de una
amenaza que hoy afecta a todos los ciudadanos del mundo: el terrorismo.
Quiero evocar y exaltar ante
todo, el recuerdo y la memoria de ese extraordinario hombre que fue
Sergio Vieira de
Melho, ejemplo de ponderación,
compromiso e inteligencia, quien murió junto con varios de sus
colaboradores en Bagdad, sacrificado por la irracional acción
de los terroristas, precisamente cuando realizaba la tarea a la cual
dedicó la mayor parte de su vida: trabajar por la dignidad y los
derechos humanos de los habitantes del planeta.
Hace cinco días España, y Europa en general, sufrieron
el más cruel y cobarde ataque terrorista en la historia reciente
de este continente. Sentimos este ataque como propio, no solo porque
entre los doscientos muertos hay dos colombianos, John Jairo Ramírez
Bedoya y Gloria Inés Bedoya, sino porque sabemos como país
el dolor imborrable que deja el terrorismo en una sociedad. El gobierno
y el pueblo de Colombia expresamos nuestra indignación, nuestro
dolor, nuestra solidaridad y acompañamos al pueblo español
y a su gobierno en estos momentos difíciles.
Así mismo, sentimos como propia la muerte de cada uno de los
seres humanos que perecieron en los atentados en la isla de Balí,
en el Teatro Dubrovka y en el metro de Moscú, en las calles y
los buses de Jerusalén, en el consulado británico de Estambul
y en tantas otras acciones sanguinarias que ha padecido el mundo durante
el último año.
Colombia es el país
del mundo que ha sufrido con mayor rigor e intensidad la violencia
y el terrorismo y
por ello entendemos mejor
que nadie el significado y alcance de esos ataques.
Fuimos víctimas de más de 8.300 ataques de destrucción
colectiva con explosivos en los últimos seis años.
Para que ustedes tengan una
idea exacta del tamaño del sacrificio
que imponen los terroristas a nuestro pueblo bastaría citar que
en la masacre de Bojayá (Chocó) perpetrada por las FARC
el 3 de Mayo de 2002, murieron 120 personas, 46 menores de edad. En la
masacre del río Naya (Cauca) ocurrida el 14 de abril del 2001
las AUC asesinaron 130 personas, mientras que el ELN dio muerte a 82
colombianos en la masacre de Machuca (Antioquia) ocurrida por un ataque
al oleoducto que incendió este pueblo el 18 de Noviembre de 1998.
Durante el 2003 se registraron
en Colombia hechos abominables como el asesinato de un niño que engañado murió al explotar
su bicicleta convertida en bomba; un carro bomba que mató a 32
personas, seis de ellos niños, en el club El Nogal de Bogotá;
una casa bomba que dejó 15 muertos al estallar en Neiva, Huila;
un caballo bomba en Chita (Boyacá) donde murieron 8 personas;
dos motocicletas bomba que cobraron la vida de 14 personas; un carro
bomba en un centro comercial en Cúcuta que dejó 7 muertos
y 60 heridos; decenas de miles de minas anti-personal que hirieron a
495 colombianos y quitaron la vida a 160 más y 2.200 personas
secuestradas que son mantenidas en condiciones infrahumanas.
Desde la experiencia colombiana
somos enfáticos en señalar
que el tamaño y la gravedad creciente del accionar de las organizaciones
terroristas envían un mensaje contundente a la humanidad: no pueden
persistir dudas ni vacilaciones frente al terrorismo.
Tampoco son admisibles ambigüedades ni caminos intermedios en la
respuesta que los gobiernos y los pueblos debemos dar en este momento
de enormes dificultades: tolerancia cero con el terrorismo. Estamos comprometidos
en una guerra entre los defensores de la libertad contra organizaciones
criminales que pretenden imponer sus fines y su voluntad a las mayorías,
a sangre y fuego.
La historia nos exige grandeza,
fortaleza y determinación para
defender y consolidar los principios y valores fundamentales que ha construido
la humanidad a lo largo de su historia: la justicia, la democracia plena,
la libertad, los derechos humanos y la convivencia pacífica, entre
otros.
La experiencia colombiana,
que además hoy sufre el mundo con
gran intensidad, demuestra que en todas partes el terrorismo comparte
sus crueles características. Cualquiera que sea su pretexto u
objetivo las acciones de los grupos terroristas siempre se distinguen
porque:
- Sus ataques afectan por igual
a niños
y adultos, a hombres y mujeres, a pobres y ricos.
- Ningún principio ético
ni humanitario les es importante.
- No responden políticamente
ante nadie.
- Se proponen crear un clima de zozobra y paralizar a la
sociedad.
- Quieren suspender y eliminar la deliberación democrática.
- La dignidad humana y la limitación de los medios de combate
son conceptos extraños a su práctica.
- Pretenden limitar
y retroceder las conquistas democráticas.
- Siempre están
articulados a las formas de criminalidad más
ruines como el narcotráfico, la corrupción, el tráfico
de armas y sustancias explosivas.
- Envilecen cualquier causa esgrimida
como pretexto.
Nuestro país ha acumulado valiosas lecciones y ha obtenido importantes
logros en su esfuerzo por evitar que el terror imponga sus designios
en su territorio y a la vez para mejorar la vigencia de los derechos
humanos en el país.
La nuestra es la democracia
más antigua y una de las más
estables de América Latina. Desde inicios del siglo pasado ha
experimentado cambios pacíficos de gobierno cada cuatro años,
con excepción de la dictadura militar entre 1953 y 1958. Nuestros
líderes han sido elegidos siempre por el pueblo a través
de elecciones libres, justas y competitivas. Hay plenas garantías
a la oposición política de izquierda que el año
pasado en octubre derrotó al Gobierno en un referendo y eligió al
Alcalde de la capital y al Gobernador del Valle del Cauca, uno de los
departamentos más importantes del país. En nuestro país
hay plena libertad de prensa. Y aún en estas épocas de
grandes dificultades económicas, el Gobierno destina decenas de
millones de dólares al año para proteger actividades vulnerables
-sindicalistas, autoridades locales, defensores de derechos humanos,
miembros de partidos de oposición, periodistas y minorías étnicas
entre otros- y a dar asistencia humanitaria a las víctimas del
terrorismo.
Esa democracia está seriamente amenazada por las minorías
que integran las FARC, el ELN y las AUC, que realizan constantemente
todo tipo de violaciones de los Derechos Humanos y del DIH.
La respuesta del Gobierno
a esta amenaza es la política de seguridad
democrática cuyo objetivo fundamental es rescatar el imperio de
la ley y extender una presencia activa y constante de las instituciones
en todo el territorio para dar seguridad, justicia, fortalecer la institucionalidad
local, propiciar oportunidades para el desarrollo con dignidad y promover
la transformación de las regiones marginadas e inseguras.
Un Estado no puede permitir
que sus ciudadanos y ciudadanas sean víctimas
del terror y pierdan la posibilidad de ejercer sus derechos y libertades.
Por eso, mandato del Presidente Álvaro Uribe es fortalecer en
todos los rincones del territorio nacional la capacidad del Estado para
proteger a toda la ciudadanía sin distingo de raza, credo u orientación
política.
Estamos defendiendo legítimamente
a nuestro pueblo, con persistencia y sin vacilaciones, contra los violentos.
Y aunque todavía nos falta un largo camino por recorrer me complace
informarles que lo estamos defendiendo con buenos resultados. Gracias
a la política de seguridad democrática, durante el año
2003 se redujo el homicidio en Colombia en 20%, lo cual equivale a decir
que 5800 colombianos preservaron su vida. Logramos reducir el desplazamiento
forzado en 52%, las masacres en 33%, el secuestro en 26%, los ataques
a poblaciones en 84% y el asesinato de sindicalistas 57%.
Más colombianos que no murieron. Que no fueron secuestrados.
Que no fueron víctimas del desplazamiento forzado. Millones de
colombianos que recuperaron el derecho a la libre circulación,
organización o empresa. Más colombianos que vuelven a sentir
el amparo del gobierno y los beneficios de la seguridad gracias a que
ahora hay autoridad y fuerza pública en todos los municipios del
país y a que el Gobierno recuperó el control de las carreteras.
Ese es el principal y mejor logro en promoción y defensa de DDHH
y DIH que pueda presentar un Gobierno.
Seguridad sin desarrollo no
es sostenible. De ahí que al mismo
tiempo logramos reducir el desempleo del 15 al 12%, ampliamos en 500.000
los cupos educativos, vinculamos a un millón nuevas personas a
los servicios de salud, duplicamos en un año el número
de estudiantes beneficiarios de formación técnica, acudimos
con complementos nutricionales a más de 320 mil niños.
Estas cifras demuestran de
manera contundente que la aplicación
de la Política de Seguridad Democrática tiene una importante
incidencia sobre la garantía y protección de los derechos
y libertades de colombianos y colombianas. Y explican claramente el respaldo
popular, más del 80 por ciento según sondeos independientes,
a la gestión gubernamental.
Nuestro gobierno ejerce autoridad,
no autoritarismo. La política
de seguridad democrática se aplica con estricta observancia de
las normas internas y de los tratados internacionales de derechos humanos
y DIH.
Es una política firme para combatir a los violentos pero a la
vez generosa con quienes dejan las armas. 2.600 personas fueron acogidas
en los programas del Estado para su reincorporación a la vida
democrática, durante el año pasado.
Nuestro Gobierno no exige
condiciones indignas pero tampoco acepta imposiciones surgidas del
terror. Hemos permanecido
abiertos al diálogo pero
todos los intentos acometidos con las FARC y el ELN, con la ayuda de
países amigos y de la ONU, han sucumbido ante la intransigencia
de quienes orientan esas organizaciones armadas ilegales.
Nos preocupa la persistencia
de algunos problemas como lograr el funcionamiento eficiente de la
justicia. Ningún sistema judicial puede funcionar
bien en medio de las presiones y la debilidad de las instituciones en
el territorio; hemos dado el primer paso al ampliar el control territorial
por parte de las autoridades legítimas pero problemas estructurales,
técnicos, de cultura y de recursos impiden un pleno ejercicio
de la justicia. Respetando la independencia de este poder, el Gobierno
respaldará las acciones que se adelanten para superar esta grave
deficiencia y prestará la protección necesaria para su
adecuado y cabal funcionamiento.
Redoblar esfuerzos para limitar
los crímenes de los grupos armados
ilegales contra la población es otra de nuestras preocupaciones
centrales. Quienes se involucren en un proceso de diálogo tendrán
que respetar el cese de hostilidades al que se comprometan y quienes
persistan en la violencia serán combatidos con rigor. Al respecto,
el Gobierno tiene grandes expectativas en la Misión de Acompañamiento
a los Procesos de Paz decidida por la Organización de Estados
Americanos y espera avanzar hacia la concentración de los miembros
de las autodefensas para lograr su desmovilización.
La Fuerza Pública de Colombia goza de un gran respeto por parte
de la población y su accionar siempre se acoge a las normas vigentes
y a los derechos humanos. Lo certifican los hechos: mientras las operaciones
tácticas de las FFMM se multiplicaron en un 137% entre 2002 y
2003 -pasaron de 4.500 a 10.700-, los cargos formulados por la Procuraduría
General de la Nación contra miembros de la Fuerza Pública
por presuntas violaciones a los DDHH y al DIH se redujeron un 92%. El
informe anual del Defensor del Pueblo correspondiente al año 2002
señala que de 9.000 denuncias por infracciones al DIH con responsable
conocido, sólo 261 fueron atribuidas a miembros de la Fuerza Pública.
En el año 2003 esta cifra se redujo a 161 denuncias.
Somos conscientes sin embargo
de que contraviniendo la política
estatal y las órdenes superiores, integrantes de las Fuerzas Armadas
incurren ocasionalmente en violaciones a los derechos humanos. Trabajamos
y continuaremos haciéndolo para fortalecer los mecanismos de prevención
y control así como para sancionar estos comportamientos inaceptables
para el gobierno, el Estado y la sociedad.
Colombia considera conveniente
y acepta el escrutinio internacional. Acorde con esa tradición formulé en el pasado período
de sesiones, una invitación abierta a los organismos de la Comisión.
Hoy, debo agradecer la visita de la Relatora para la Educación,
del Relator contra el Racismo, del Relator para la libertad de Opinión
y de Expresión y del Relator para los Pueblos Indígenas.
Todos ellos visitaron nuestro
país, se entrevistaron con diferentes
actores de la sociedad colombiana, visitaron regiones y fueron atendidos
por funcionarios del Gobierno al más alto nivel. Fueron testigos
de los esfuerzos de nuestro Estado para hacer realidad los mandatos contenidos
en la Constitución de Colombia, constataron nuestros esfuerzos
y palparon las dificultades, obstáculos y limitaciones.
Nuestro Estado estudia sus
recomendaciones e informes y formularemos próximamente nuestras observaciones acerca de los mismos. En un
caso encontramos que se llegó a Colombia con ideas preconcebidas
y que sus visitas a funcionarios del gobierno fueron una pura formalidad.
Su informe así lo refleja y con esa actitud le hacen daño
al sistema de relatores de Naciones Unidas. Pero esto no hará cambiar
nuestra política; las puertas siguen abiertas y de manera respetuosa
expresaremos nuestras opiniones cuando sea necesario.
El Estado ha hecho un análisis juicioso del informe que presentará el
Alto Comisionado en el presente período de sesiones. Destacamos
los reconocimientos a la labor desarrollada durante el período
objeto de estudio y el contundente señalamiento a los grupos armados
ilegales por su responsabilidad en graves violaciones de derechos humanos
y desacato a los mínimos éticos acordados por la humanidad.
En la respuesta que está a su disposición expresamos nuestras
observaciones respecto a la defensa del carácter democrático
del régimen político colombiano, el propósito de
la política de seguridad democrática de garantizar derechos,
los evidentes logros alcanzados durante el año 2003 y el compromiso
del Estado colombiano con las recomendaciones hechas en el informe del
año pasado.
Durante el 2004 seguiremos
trabajando con la Oficina del Alto Comisionado en Colombia, mantendremos
la interlocución
permanente y buscaremos hacer mejor uso de su capacidad asesora. La
Oficina en Colombia es una
instancia importante para el Estado, la sociedad colombiana y para los
interesados de la comunidad internacional en nuestra realidad.
Nada nos hará desistir del empeño y del compromiso de
proteger a los colombianos y devolver la seguridad a nuestro país.
Para ello necesitamos y convocamos una vez más la ayuda del mundo
para enfrentar el terrorismo que surge de la letal alianza de grupos
armados ilegales y narcotráfico.
Para que la humanidad no vuelva
a padecer hechos como los del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos
y el 11 de
marzo de 2004 en Madrid
y para que nuestro país no siga siendo el más afectado
del mundo por el terrorismo, es preciso eliminar todo vínculo,
tolerancia o relación de individuos, gobiernos y organizaciones
de distinta índole con dichos grupos terroristas, tal y como lo
ordena la resolución 1373 del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. Es inaceptable que los terroristas puedan transitar libremente
por diferentes países, que les sea posible adquirir armas, municiones
y explosivos, movilizar y hacer cada día más rentable el
dinero producto de la extorsión, el secuestro y el tráfico
de drogas ilícitas. Hay que decirlo con toda claridad: luchar
en serio contra el terrorismo exige quitarle a los terroristas toda fuente
de financiamiento y toda posibilidad de moverse de un lugar a otro.
Esta ocasión es propicia para agradecer la inmensa solidaridad
internacional con el pueblo de Colombia expresada en la Declaración
de Londres con la cual estamos comprometidos. Y a la vez para reiterar
nuestro compromiso por hacer cada día más vigentes los
derechos constitutivos de la dignidad humana, de la democracia y la convivencia
pacífica. El pueblo de Colombia espera seguir contando con ese
respaldo político a nuestra democracia y con una creciente presión
internacional que cierre todo espacio político a los grupos armados
ilegales.
Nos duele cada colombiano
y cada habitante del mundo víctimas
del terrorismo. Tenemos como país el derecho a la seguridad. Tenemos
asimismo, como obligación, derrotar al terrorismo con todas las
herramientas que permite una legitimidad democrática que por ningún
motivo vamos a quebrantar. El dolor de un país víctima
del terrorismo nos ha enseñado que el principal valor del sacrificio
de inocentes colombianos y la mejor acción posible para garantizar
los derechos de las presentes y futuras generaciones, consiste en que
los hombres y mujeres de este planeta que creemos en la democracia, fortalezcamos
nuestra conciencia acerca del tamaño y la naturaleza del terrorismo
que es la mayor amenaza que enfrenta la humanidad. Y que no podemos ahorrar
esfuerzo alguno para poner fin a este flagelo.
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