Abril de 2005

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Glifosato sí genera efectos ambientales

Qué pasaría si el reciente informe de la OEA sobre fumigación de los cultivos ilícitos, hubiera confirmado efectos ambientales. Aunque el supuesto ni siquiera serviría para reversar la realidad, sí sirve para evidenciar los intereses políticos y económicos que implica el asunto.

Tomás León Sicard*

El ambientalismo colombiano enfrenta actualmente uno de los mayores retos de su historia, al aceptar debatir en público las alternativas para enfrentar el problema planteado por el uso ilícito de los cultivos de coca y amapola. Ya era hora de hacerlo, porque desde hace muchos años se reconoce en privado que, junto a la pobreza y la inequitativa distribución de la tierra, el cultivo de plantas proscritas por la ley es uno de los mayores problemas ambientales del país.

El reto se asume provocado por una coyuntura: la reciente publicación de un extenso informe, realizado por cinco expertos internacionales liderados por el doctor Keith Solomon de la Universidad de Guelph, en el que, palabras más palabras menos, se concluye que el glifosato, herbicida de amplio espectro utilizado para erradicar por vía aérea las plantas de coca, no genera impactos ni ambientales ni sobre la salud humana. Para sustentar esta descabellada tesis, los autores apelan a muchos malabarismos que son aceptados en el ejercicio de la investigación científica: presentan amplia información bibliográfica, ejecutan ensayos de laboratorio y realizan trabajos de campo con los cuales pretenden demostrar su hipótesis.

Pero se apartan de la buena educación científica, es decir, de aquellos cánones no escritos que regulan el ejercicio del conocimiento: buscan pruebas en donde no las hay; realizan experimentos de laboratorio bien sustentados desde el diseño experimental, pero extrapolan sus resultados de manera no pertinente; en ocasiones, incluso, obtienen de sus mismos experimentos conclusiones sesgadas; en el esfuerzo que hacen para probar sus tesis se basan en exhaustivas revisiones de literatura, pero desechan los trabajos de investigadores que aportan pruebas contrarias. En el campo, particularmente en el trabajo sobre contaminación de aguas, olvidan describir variables intervinientes y los principales parámetros que regulan el movimiento de partículas en el ambiente.

Los autores parten de afirmar: "El Programa de Erradicación de Cultivos Ilícitos es tema de intenso debate por razones políticas, sociales y de otra índole"; por tanto, "se excluyen del estudio específicamente todos los aspectos sociales, políticos y económicos y el informe final se basa estrictamente en la ciencia y en argumentos basados en la ciencia" (la cursiva es del autor).

Esta aseveración por parte de los autores es muy polémica, por lo menos por tres razones: a) esta visión excluye a las ciencias sociales, humanas y económicas del análisis ambiental; b) coloca el acento solamente en las explicaciones que provengan de las ciencias naturales o ciencias "duras" en un fenómeno que, en realidad, toca muchos más de los aspectos considerados por ellos; y, c) es ineludible que este estudio, o cualquier otro de la misma índole realizado bien sea por investigadores del país o, como en el caso presente, por un grupo expresamente seleccionado en el ámbito internacional, se utilizará con fines políticos.

La ciencia no puede declararse neutra frente a la sociedad alegando que su método es puro e imparcial, cuando sus motivaciones y resultados se insertan en el debate social. Más cuando se trata de temas tan sensibles social, económica, política y militarmente, como el que trata el estudio, que se encuentran en el centro de polémicas con repercusiones mundiales y que se ligan con derechos humanos fundamentales, como el de la vida, el ambiente sano y la salud de los colombianos.

A pesar de su buena intención por delimitar el campo de estudio, que en sí es una actitud legítima, los autores no pueden olvidar la complejidad del asunto, especialmente porque ello tiene efectos tanto en su metodología como en sus conclusiones.

En su metodología, porque olvidaron incluir los efectos económicos, institucionales, políticos o sociales que tiene la fumigación con herbicidas en los campos (pérdida y disminución de rendimientos en cultivos lícitos, afectación de animales domésticos, desplazamientos de población o cambios en las relaciones familiares de los agricultores afectados, o agudización del conflicto armado en Colombia, por solo citar cinco ejemplos).

En sus conclusiones porque, como puede observarse en la página 107 del documento de la OEA, los autores afirman: "Los riesgos adicionales asociados con el programa de aspersión son pequeños"; cuando el estudio no consideró, o si lo hizo fue de manera tangencial, los riesgos directos o indirectos sobre ecosistemas o agroecosistemas vecinos, pérdidas de biodiversidad, muerte de animales domésticos, desplazamiento de población o incremento en procesos erosivos del suelo.

El proyecto tiene una grave deficiencia: se basó en estudios secundarios para estimar los efectos del herbicida en la salud humana, acogiendo la mayor parte de los que juegan a su favor, pero desestimando aquellos que indican riesgos. Es más, los autores no consultaron la lista de quejas (en la actualidad reposan más de 8.000 en la Defensoría del Pueblo)1 que han interpuesto diferentes actores de la sociedad colombiana sobre los efectos ambientales de las fumigaciones. Allí seguramente hubieran encontrado una gran cantidad de datos para verificar.

Un trabajo en esta dirección fue realizado por Luengas (2005) quien examinó las bases de datos de la Defensoría del Pueblo y de la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE), encontrando que el 87% de las quejas interpuestas corresponde a daños sobre la vegetación2, el 6,9% a salud humana y el resto, a animales y cuerpos de agua.

Recapitulemos: los autores del estudio de la OEA no tomaron muestras ni analizaron mínimamente los efectos del glifosato sobre los bosques aledaños a los ilícitos; no evaluaron los daños a los cultivos lícitos; no midieron la erosión que se desencadena cuando las plantas mueren y la cobertura vegetal desaparece de la superficie de los terrenos; no analizaron la muerte de animales domésticos ni realizaron estudios directos sobre la salud de los campesinos, niños, mujeres, indígenas afectados con las fumigaciones. Entonces, ¿cómo se atreven a concluir que los daños ambientales son leves y que este herbicida no tiene efectos sobre la salud o que sus riesgos son mínimos?

El informe de la OEA tiene muchas más deficiencias que no se transcriben en este artículo por razones de espacio, y que fueron consignadas en el documento que varios profesores del Instituto de Estudios Ambientales de la Universidad Nacional les hicieron llegar a ellos y a la opinión pública.

Queda en el ambiente, sin embargo, que con este estudio como justificación, el actual gobierno fumigará los Parques Nacionales de Colombia y persistirá en su empeño de la erradicación forzosa de cultivos de uso ilícito. Esto es una solución simplista y poco inteligente a un problema complejo que exige esfuerzos de la imaginación por solucionarlos. Esfuerzos que no hicieron los colegas de la OEA, que con su visión unilateral del mundo y su pretendida objetividad científica, comprometen seriamente ecosistemas y culturas de Colombia que es, en el fondo, la cuestión ambiental. Idea que ellos no entienden.

1 Comunicación personal de funcionarios de la Defensoría del Pueblo, abril de 2005. 2Este resultado es de esperarse debido a que el glifosato es un herbicida, y su primera acción ocurre sobre el componente vegetal.

* Agrólogo. Profesor Asociado. Instituto de Estudios Ambientales (Idea) de la Universidad Nacional de Colombia.

Tomado de UN Periódico
http://unperiodico.unal.edu.co/ediciones/75/08.htm

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