PALABRAS DEL VICEPRESIDENTE SANTOS ANTE
EL CONSEJO PERMANENTE DE LA OEA
Washington, 20 jul (SNE). La siguiente es la intervención
del vicepresidente de la República, Francisco Santos,
ante el Consejo Permanente de la Organización de
Estados Americanos (OEA).
“Agradezco la oportunidad de compartir con ustedes
algunas restricciones sobre los logros y retos que enfrenta
nuestro país en estos cruciales momentos de su vida
democrática. Lo hago con el respeto y el cariño
que Colombia siente por nuestros hermanos del continente,
que han sido siempre solidarios en todos los momentos con
mi patria.
Si lugar a dudas el principal reto para fortalecer la
democracia colombiana es la superación de la violencia.
Los grupos armados ilegales, que cuentan con ingresos extraordinarios
provenientes del narcotráfico, del secuestro, de
la extorsión y el saqueo, superiores al presupuesto
de varios países de nuestro continente, crecieron
en la últimas décadas y se convirtieron en
una amenaza para la democracia colombiana y han actuado
con total desconocimiento de todos los derechos de nuestros
compatriotas.
Homicidios, masacres, secuestros, desplazamiento forzado,
ataques indiscriminados con explosivos en contra de la
población civil, bloqueo de alimentos, impedimento
del libre tránsito, asesinato de autoridades democráticamente
elegidas, extorsión, saqueo, reclutamiento forzoso
y actos contra la población indígena y afrocolombiana,
siempre el procesamiento de tráfico y de narcóticos,
son algunas de sus tácticas.
Los colombianos tenemos una democracia con instituciones
legítimas, sólidas y respetadas. A pesar
de las dificultades, en Colombia hay un sólido Estado
de Derecho. Contamos con un Gobierno transparente y existe
la más amplia libertad de expresión. Los
partidos políticos de oposición han gozado
de todas las garantías para el debate político
y muestra de ello es la elección de gobernadores
y alcaldes en el año 2003, cuando la oposición
ganó los más altos cargos en esa materia.
Colombia, sin duda, hoy es una nación mucho más
pluralista que hace muchos años.
Mientras la sociedad colombiana hace fuertes esfuerzos
por profundizar su democracia, pasando por reformas constitucionales,
ampliaciones de la garantía en el pluralismo político,
la descentralización administrativa, los mecanismos
de participación ciudadana, el amplio reconocimiento
legal del derecho de las minorías, la ejecución
de políticas de equidad de género, la ampliación
del presupuesto y cobertura en salud y educación,
los grupos armados ilegales persisten en el uso de la violencia
contra ciudadanos y ciudadanas y contra las instituciones,
sin respaldo popular, sin razones válidas y, sobre
todo, sin ninguna posibilidad de triunfar.
Las puertas del diálogo, sin embargo, siempre han
estado abiertas. Varios grupos las han atravesado y esos
grupos, insertados en la vida civil, juegan un importante
rol en la vida colombiana. En el caso de las Farc, con
el acompañamiento de la comunidad internacional,
se estableció por tres años un área
de 42 mil kilómetros cuadrados para sostener diálogos
de paz. A la generosidad de la sociedad y del Estado, se
respondió con la falacia. La zona no fue utilizada
para la paz. La zona fue utilizada por este grupo para
fortalecerse, para refugiarse, y el diálogo fue
manipulado para eludir cualquier compromiso con la paz
reclamada por el país.
En esas condiciones, el pueblo colombiano, en el año
2002, pocos meses después de haberse roto las negociaciones
de paz con las Farc, impuso un mandato al presidente Álvaro
Uribe Vélez para recuperar la seguridad como condición
para el ejercicio pleno de la democracia y para lograr
el desarrollo equitativo y solidario. Esta política
de Seguridad Democrática tiene como objetivo garantizar
el ejercicio de todos los derechos a todos los colombianos.
La política de Seguridad Democrática tiene
como propósito proteger a todos los ciudadanos sin
ningún distingo. Al empresario y al trabajador,
a los afectos al Gobierno y a los opositores, a los habitantes
de la ciudad y a los pobladores del campo.
Los resultados son bien conocidos por la mayoría
de ustedes. Los homicidios se han reducido a niveles que
no teníamos en nuestro país hace 20 años.
Las masacres, el desplazamiento forzado, el secuestro y
los efectos sobre la población se han reducido considerablemente,
la mayoría de ellos por encima de un 50% en los últimos
tres años. Las autoridades se han restablecido en
sus sitios de trabajo. En el año 2002, en agosto,
más de 350 alcaldes que habían sido elegidos
democráticamente, fueron expulsados de sus municipios
por las Farc bajo la amenaza de la muerte. Hoy, todos ellos,
con excepción de algunos pocos, han regresado a
gobernar desde sus municipios.
La economía se ha reactivado por la seguridad y
la confianza que hoy hay en el país. Los grupos
armados ilegales han sentido el peso de la autoridad legítima
y resuelta del Estado. 7 mil personas, han abandonado voluntaria
e individualmente estos grupos y se han acogido a los programas
de reinserción del Gobierno. Más del 80%
de ellos se han presentado ante la Fuerza Pública,
demostrando la confianza que hoy inspiran nuestras autoridades.
No hay duda que falta mucho por hacer. Pero los resultados
y el respaldo de la población demuestran que vamos
por la senda correcta.
El Gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez
recibió de su antecesor unos contactos realizados
por la Iglesia Católica colombiana con los grupos
de autodefensa con miras a buscar una salida para ellos.
Como ustedes saben, ante los excesos de la guerrilla y
la debilidad del Estado, estos grupos se conformaron y
crecieron con recursos del narcotráfico, el hurto
de combustible, aportes de ganaderos y hacendados que estaban
desprotegidos, del tráfico de armas y la extorsión.
Estos grupos protagonizaron graves violaciones de los
derechos humanos. La política del Gobierno de Colombia
ha sido transparente: trato por igual a todos los grupos
ilegales armados, exigencia del cese de hostilidades para
dialogar y combate frontal con quienes no deseen el diálogo.
Con posterioridad a la declaratoria del cese de hostilidades,
por parte de los grupos de autodefensa, se iniciaron exploraciones
con ellos por parte del Alto Comisionado para la Paz. Puede
ser cierto que estos grupos no han cumplido cabalmente
con el cese de hostilidades, pero no es menos cierto que
el Gobierno los ha combatido como nunca antes. 43 de estos
jefes se encuentran hoy en prisión, miles de sus
hombres también y centenares de sus combatientes
han sido abatidos.
El proceso de diálogo y la firmeza en el uso de
la autoridad han producido los resultados. 12 bloques de
las autodefensas han dejado de existir, desmovilizando
a 5.879 miembros que los componían. Esperamos que
a 31 de diciembre de 2005, cuando termina este proceso
de paz, todos los grupos de autodefensas se hayan desmovilizado.
Nosotros creemos que este Gobierno pasará a la
historia como el Gobierno que más ha combatido a
las autodefensas y como el Gobierno que así mismo
logró la desmovilización total, la desaparición
de estos grupos.
Las preocupaciones expresadas por algunas entidades, organizaciones
de la sociedad civil e instituciones internacionales, respecto
del marco jurídico previsto para aplicar a los procesos
de desmovilización que se presenten en Colombia,
me obligan a tomar unos minutos de su tiempo para explicar
los aspectos más relevantes de la Ley de Justicia
y Paz, recientemente aprobada y pendiente en los próximos
días de la sanción presidencial.
La ley fue producto de un debate público, amplio
y generoso durante dos años. En este debate participaron
todos los sectores de la sociedad colombiana y algunos
sectores de la comunidad internacional interesados en la
ley. El Congreso de la República enriqueció sus
discusiones con esta participación.
Y esta ley es fruto de la decisión de nuestras
instituciones y de la sociedad y no producto de la negociación
con ningún grupo ilegal. La ley tiene como objetivos
facilitar los procesos de paz y desmovilización,
garantizar los derechos de las víctimas y así mismo
proveer herramientas para eventuales acuerdos humanitarios.
Es un instrumento universal que será aplicado a
todos los grupos ilegales que se comprometan en un proceso
de paz.
Vale la pena preguntar a quienes creen que la ley es muy
laxa con las autodefensas, si tendrían la misma
consideración en el evento que llegase a ser aplicable
a los grupos de extrema izquierda. La ley trata de encontrar
un equilibrio adecuado entre las aspiraciones igualmente
legítimas de quienes quieren transitar por el camino
de la paz y las demandas de justicia por parte de las víctimas.
Para el efecto, la ley ha establecido varios mecanismos.
Las personas que se desmovilicen deberán hacer una
exposición de los hechos en los cuales participaron.
Las unidades de la Fiscalía General de la Nación,
creadas para evaluar estos casos, contarán así mismo
con la información existente sobre los procesos
en que las personas o en que el grupo se hayan involucrado.
Las víctimas tienen garantías para hacer
demandas, para presentar casos y hacer imputaciones. Está previsto
que los casos que no sean confesados o esclarecidos, sigan
siendo investigados por los órganos judiciales.
Si surgen nuevas acusaciones y no son aceptadas por el
imputado, el caso pasará a tramitarse por los tribunales
ordinarios, y en caso de encontrarse responsabilidad, la
pena será la contemplada en los códigos vigentes.
La ley sólo podrá ser aplicada a delitos
cometidos con ocasión a la pertenencia del grupo
armado ilegal. Quedan excluidos los delitos cometidos antes
de pertenecer al grupo, los delitos cometidos que no tengan
relación con el objeto del grupo y los delitos cometidos
después de la vigencia de la ley. La pena alternativa
que figura en la ley consiste en prisión por un
período de entre 5 y 8 años. Es, no obstante,
importante aclarar que los tribunales encargados de la
aplicación de esta ley, deberán imponer a
los procesados la pena ordinaria que figura en el Código
Penal, pero, si la persona cumple los requisitos de elegibilidad
previstos en la ley, se aplicará la pena alternativa.
Los requisitos son: 1) Desmovilizarse, desmontar la organización
y cesar toda acción ilícita; 2) Cooperar
con la justicia en el esclarecimiento de los casos; 3)
Que el objeto del grupo no sea narcotráfico; 4)
Entregar bienes para la reparación; 5) No interferir
en la vida política y social de la comunidad.
Esta pena no es susceptible de descuentos, excepto por
la permanencia en una zona de ubicación, acordada
con el Gobierno, hasta por 18 meses, y se pagará en
un sitio de reclusión que cumpla unas condiciones
mínimas de seguridad y austeridad. Las personas
condenadas reciben en Colombia penas accesorias, como la
inhabilitación para acceder a cargos públicos
sobre elección popular. Y una vez se cumpla la pena
alternativa fijada por los tribunales, se entra en un período
de libertad vigilada hasta por la mitad de la pena alternativa.
La ley tuvo especial cuidado con los derechos de las víctimas
y consagró, entre otras, el derecho a la intimidad
y a la seguridad, el derecho a la verdad, el derecho a
la justicia, el derecho a la reparación integral
y pronta, a ser oído y que se les facilite el aporte
de pruebas, a recibir asistencia integral para su recuperación,
a ser asistido por una bogado de confianza o por la Procuraduría
General de la Nación, a recibir un trato especial
cuando se trate de personas especialmente vulnerables.
La ley, así mismo, crea un fondo para la reparación
de las víctimas y contiene criterios de restitución,
indemnización, satisfacción, rehabilitación
y garantías de no repetición. Establece reparaciones
colectivas y simbólicas. Las autoridades judiciales
y la Comisión Nacional para la Reparación
y la Reconciliación establecerán criterios
y definirán el alcance de las reparaciones. Así mismo
contempla la creación de comisiones regionales para
la restitución de bienes.
La Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación
que crea la ley, en la cual participan delegados de las
víctimas, tiene el encargo de verificar que se cumpla
por completo el proceso de desmovilización y desmantelamiento
de estas organizaciones delictivas y así mismo,
e igualmente importante, la plena actividad, libertad y
garantías de las instituciones estatales en esos
territorios. Esta comisión tiene el encargo de hacer
un informe público sobre las razones para el surgimiento
y la evolución de los grupos armados ilegales. La
verdad histórica.
De esta manera se promueve así mismo el derecho
de las víctimas y de todos los colombianos a la
verdad histórica. Igualmente se contemplan medidas
para preservar la memoria y los archivos y para facilitar
acceso a ellos. Expresamente se define que esta ley debe
ser interpretada en concordancia con las normas constitucionales
y los tratados internacionales suscritos por Colombia.
No deroga, no limita ninguno de ellos.
Los invito a analizar la ley de manera desprevenida y
apelo a su comprensión para entender la situación
que atravesamos. Tenemos, como Gobierno, la conciencia
tranquila de haber actuado de manera pública, transparente
y responsable. Deseamos que quienes tengan genuino interés
en la paz de Colombia y los derechos de nuestros ciudadanos,
revisen con lupa el contenido de la ley y colaboren para
lograr una aplicación cabal que conduzca a esto
que nos une: a la realización de los objetivos propuestos.
En la senda de la desmovilización, el desarme,
en la reinserción total de los grupos de autodefensas,
el Estado colombiano ha contado con la invaluable cooperación
y verificación de la OEA, a través de la
Misión de Acompañamiento al Proceso de Paz
(MAPP) y de las decisiones del Consejo Permanente y la
Asamblea General.
En ese sentido, como Vicepresidente de Colombia, quiero
hacer mención especial del funcionario Sergio Caramagna,
quien me ha tocado verlo recorrer los caminos de Colombia,
ir a las zonas más inhóspitas, estar metido
en los rincones más alejados de Colombia, promulgando,
promoviendo, verificando y acompañando este proceso
de negociación.
En esta nueva etapa, mi Gobierno entiende que esta colaboración
solidaria, como una muestra de confianza en Colombia y
en su capacidad para afrontar con seriedad y responsabilidad
los desafíos de los cuales se ha hablado en el día
de hoy, es fundamental consolidarla y en ese sentido les
pedimos seguir apoyando esta misión.
Quisiera reiterar el agradecimiento del Gobierno colombiano
a la Organización y al secretario general Insulza,
por su apoyo decidido a este esfuerzo que hacemos los colombianos
diariamente en la búsqueda de la paz y la convivencia.
De igual manera deseo expresar nuestra especial gratitud
hacia aquellos países que han apoyado financieramente
la Misión de la OEA en Colombia.
Para ello esperamos seguir contando con la presencia y
acompañamiento y participación de todos los
países del hemisferio a través de la OEA.
Ruego a ustedes comprender los inmensos desafíos
que tenemos para garantizar la seguridad en todo el territorio
y la plena vigencia de la democracia, la convivencia y
los derechos humanos. Día y noche estamos trabajando
intensamente para lograrlo, pero requerimos de su compresión
y su generosidad para conseguirlo.
Un país en paz, un país próspero,
un país sin narcotráfico y con plena vigencia
de los derechos humanos, un país con un Estado transparente
y efectivo, un país solidario y equitativo, un país
con una democracia fortalecida es el sueño que queremos
construir para las próximas generaciones de colombianos
y colombianas, y ese sueño que cada día estamos
tejiendo, será realidad con su apoyo. Muchas gracias”.