PALABRAS
DEL PRESIDENTE URIBE, DURANTE LAS EXEQUIAS DEL EX PRESIDENTE
JULIO CÉSAR
TURBAY AYALA Bogotá, 14 sep. (SNE).- Las siguientes,
son las palabras del presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez,
durante las exequias del presidente Julio César Turbay
Ayala:
“Compatriotas:
Hoy concurren a esta Catedral corazones
de colombianos al mismo tiempo adoloridos que alegres. Adoloridos
por su partida y alegres
por los gratos recuerdos de su existencia y el ejemplo que lega.
Todavía, sin que sus cenizas hayan regresado a la tierra
que tanto amó, Julio Cesar Turbay Ayala, nos entrega en
este funeral el precioso legado de su vida, esculpida en disciplina,
dignidad y decoro, firmeza y humildad, solidaridad, claridad
y amor, en fin, en un sentido superior de Patria.
Su consagración y disciplina lo condujeron desde la alcaldía
de Girardot, el Concejo de Engativá, pasando por ministerios
y el Congreso, la Cancillería y embajadas, hasta la Presidencia
de la República. Sintió que nada merecía
y con esfuerzo consiguió todo. De los suyos reivindicaba
atributos, nunca pergaminos. Su padre, el inmigrante cristiano
del Medio Oriente, fue su ejemplo de labor. Su madre, “la
virtuosa mujer de la provincia cundinamarquesa”, fue su
fuente de transparencia. No tuvo ni buscó más peldaños
para su vertiginoso ascenso que la rigurosa alternación
del estudio y el trabajo.
Cada misión que le fue confiada la realizó con
esmero. No improvisaba. Su serenidad era el marco mental para
hacerlo todo bien. Ajeno a la ostentación, era perfeccionista
sin notoriedad y sin interés de parecerlo. Era intenso
sin perder la calma.
El triunfo, la constante de su vida,
jamás alteró la
sobriedad. Padeció en dignidad la dificultad y el dolor.
Lloró en su interior la aflicción de padre y la
enmarcó dentro de los linderos, que con severidad se impuso,
en virtud del concepto que practicaba sobre las instituciones
y los deberes superiores del Estado.
Julio Cesar Turbay Ayala fue jefe político magistral.
Imponía disciplina por la claridad de sus ideas y la gentileza
de sus maneras. Se sentía obligado a impulsar a sus seguidores,
con quienes nunca confrontó como competidores. No ejerció jefatura
en función de sus propios intereses. Su dirección
política ascendía a medida que abría más
puertas a los mejores, desconocidos y desapadrinados. Su mayor
congruencia democrática se constituyó entre la
convicción y la práctica de inducir y facilitar
el ascenso de sectores medios y populares.
No reclamó su turno, la historia lo definió cuando
ya había contribuido con eficacia a la elección
de 7 presidentes de Colombia. Su arma secreta era la persuasión,
y en aparente contradicción con su delicado concepto de
las relaciones humanas, era inmune a las presiones. Por coacción
nada entregó y nada pretendió. Así labró un
camino no superado de amistades y lealtades que se declaraban
sin esfuerzo al sólo conocerlo, o se convertían,
cuando el primer contacto disipaba injustificadas prevenciones,
nacidas del pecado capital de protagonistas de su época,
que en vano trataban de frenar el avance incontenible de su trayectoria.
Fue un servidor público, no un hombre de negocios públicos.
Repudiaba que se mezclara lo uno con lo otro. Hablaba con humilde
vanidad del decoro de su pobreza.
Era un ser de sólida firmeza que se expresaba con paciencia
y sin intemperancias. Nunca reaccionó al impulso de las
primeras impresiones.
Su sentido de autoridad y de orden público tenía
como exclusiva motivación el afán para que sus
compatriotas disfrutaran paz y tranquilidad.
Cuando le correspondía proceder con firmeza, lo hacía
en solidaridad con el bienestar de los colombianos, y también,
por solidaridad con ellos, extendía generosidad sin límites
en el momento oportuno. Intercaló la autoridad severa
frente a los violentos con la generosa exploración de
la paz en su gobierno, o el apoyo dado a otros presidentes en
situaciones similares.
Su diálogo fue sencillo, sin pausas, sin ficciones ni
insultos. Al oírlo, aportaba tanta claridad, que lo denso
o aún confuso, se tornaba elemental. Transmitía
lógica sin pretensiones y franqueza sin maltratos. Con
la sinceridad de sus argumentos reclamaba la razón y con
la sinceridad de su actitud también la concedía.
Construir consensos era su vocación. Descartaba posiciones
dogmáticas y las sustituía por intereses legítimos
y aspiraciones positivas, que se esforzaba para que quedaran
debidamente satisfechos en los acuerdos, los muchos acuerdos
que a lo largo de su existencia se pactaron y cumplieron.
Todo era confianza, en la relación con él, en
su larga carrera política. Desde el primer asomo en los
menesteres públicos, fue depositario de la confianza de
quienes en la época eran los conductores de la Nación.
La confianza marcó la interlocución con sus contemporáneos
y con quienes venían detrás. En diferentes momentos
esa confianza se gestó por su prematura madurez, después
por su buen juicio y finalmente por su desprendimiento en el
don de aconsejar.
Vivió ajeno al odio y en su febril actividad pública
no produjo motivos para odiarlo. Su intuición y talento
supieron marcar la diferencia entre la noble controversia de
las ideas y la agresión personal. Qué orgullo para
su recuerdo: tanta y tan difícil actividad política
sin propinar agresiones y con infinita capacidad de asimilarlas
sin resentimientos.
La vida y obra de Julio Cesar Turbay
Ayala se explica en una palabra: amor. Ese grandioso amor por
su Patria donde cupo todo,
por supuesto su familia, y hasta sus propios huesos, que trató sin
mayores consideraciones, y que desde el Cielo, hoy mira feliz,
que regresen a su suelo amado de Colombia.
Su familia continuará rodeándolo
del amor que de él recibió. Sus compatriotas lo
recordaremos con profunda gratitud. Muchos miraremos su ejemplo
para intentar
controlar nuestras flaquezas y debilidades y servir mejor a Colombia.
El sentimiento que une los corazones acongojados
en esta Catedral, que embarga a los colombianos de todas las
regiones que amó sin discriminación, la tristeza
que atribula el alma desde la hora de su deceso, indican que
Julio Cesar Turbay Ayala hizo de su calidad humana y patriótica
la mayor sabiduría. Que desde el Cielo proteja a Colombia
para que las nuevas generaciones puedan vivir felices, en esta,
la tierra de sus amores.”