EL
DÍA QUE EL PRESIDENTE URIBE MARCHÓ CONTRA EL
SECUESTRO
Bogotá, 5 jul (SNE). Faltando cinco minutos para las 12
del día, el presidente Álvaro Uribe Vélez
apareció por la puerta de la Casa de Nariño que
da a la Plaza de Armas. Excepto por un escolta vestido de civil,
iba solo. Iba solo y de prisa. “Estamos como retrasaditos”,
dijo consultando el reloj.
El Presidente apenas sí había tenido tiempo para
desembarcar del avión que lo trajo de Chaparral, trasladarse
al Palacio, atender dos o tres cosas urgentes, darse un baño
y vestirse para la ocasión histórica. Se había
calado un riguroso vestido azul y, mientras avanzaba hacia la
Catedral Primada, iba comiendo de un racimo de uvas grandes y
azules que desgranaba una por una.
Al llegar a la mitad de la Plaza de Armas, se encontró con
un grupo de funcionarias de la Presidencia, quienes, vestidas
con camisetas blancas con letreros alusivos a la gran jornada
contra el secuestro, se tomaban una foto. “Muy bonitas
las camisetas”, les dijo el Presidente y les compartió las
uvas. “Muchas gracias y un saludo a todas, con mucho cariño
y gratitud”.
Avanzó hacia la Carrera Séptima, preguntando por
su hijo Tomás y seguido por las funcionarias de las camisetas.
Ellas le decían: “Unas escoltas como nosotras, no
ha tenido nunca el señor Presidente”.
Es casi seguro que para sus adentros el Presidente se preguntaba: ¿y
a mí por qué no me dieron camiseta? Esto quedó en
evidencia cuando, al salir a la Carrera Séptima y ubicarse
al frente del nuevo edificio del Congreso (donde lo esperaban
su esposa Lina Moreno y sus hijos Tomás y Jerónimo,
además del canciller Fernando Araújo, el asesor
José Obdulio Gaviria y ex presidente Belisario Betancur,
entre otras personalidades), alguien se le acercó ofreciéndole
la tan anhelada camiseta. El Presidente sonrió. Le brillaron
los ojos. Se despojó del saco y se vistió la camiseta
por encima de la camisa con corbata. El letrero de la camiseta
decía: “Libertad sin condiciones, ya”.
En este lugar se detuvo un minuto para saludar de mano a quienes
más pudo. Preguntó que dónde estaban los “Chicago
boys” de Planeación Nacional, e intercambió impresiones
con el ex presidente Betancur. Luego todos avanzaron por la
Carrera Séptima hacia la Plaza de Bolívar, donde
lo recibió la multitud blandiendo pañuelos blancos.
Unos gritando: “Buena esa, Presidente, buena esa”.
Otros exhibiendo pancartas donde se leían frases como “No
al despeje”, “Adelante, Presidente”, “No
al secuestro”, “No más burlas de las Farc” y “Liberen
a Emmanuel”.
En la esquina suroriental de la Plaza, el Presidente se puso
las gafas oscuras, pero de inmediato se las quitó. Cogió un
pañuelo y lo batió, uniéndose a la marejada
de pañuelos blancos que inundaban la plaza. Dio varios
pasos más y ya, en mitad del trayecto y por entre la
calle de honor, salió a su encuentro Luis Eduardo Garzón,
el alcalde de Bogotá. Se saludaron estrechándose
las manos. En ese momento tocaban a vuelo las campanas de la
Catedral, mientras que la multitud en la plaza gritaba: “Libertad,
libertad, libertad”.
EL DÍA HABÍA EMPEZADO EN CHAPARRAL
La jornada nacional contra el secuestro había estado en
la mente del Presidente de la República desde las primeras
horas de este jueves 5 de julio.
Así lo hizo saber a quienes lo recibieron a las 7 de la
mañana en el aeropuerto Navas Pardo del municipio de Chaparral.
A esta localidad del sur del Tolima, famosa por el coraje de
su pueblo indígena en la época de los conquistadores,
el Mandatario llegó a bordo de un avión Casa de
la Fuerza Aérea Colombiana, sin desayunar y vestido de
pantalón beigge, camisa azul a cuadros, sombrero, poncho
y botas cafés.
Lo acompañaban el ministro de Defensa, Juan Manuel Santos;
los comandantes de las Fuerzas Militares, el Ejército,
la FAC, la Armada y la Policía; el Director del DAS; el
asesor José Obdulio Gaviria; el secretario de Prensa de
la Presidencia, César Mauricio Velásquez; algunos
congresistas y funcionarios del CTI de la Fiscalía General
de la Nación.
El gobernador del Tolima, Fernando Osorio, el alcalde de Chaparral,
Heliófilo Mosquera, los alcaldes de los municipios de
Rioblanco y Rovira y altos mandos militares y policiales de
la región, hacían parte de la comitiva que fue
a darle la bienvenida.
Lo previsto era que de inmediato el Presidente se trasladara
a las instalaciones del Batallón en la localidad, para
liderar una reunión con representantes de gremios y
líderes cívicos y para, a la vez, realizar un
consejo de seguridad, con miras a fortalecer la acción
de la fuerza pública en la zona.
Sin embargo, el Presidente cambió los planes sobre la
marcha, aduciendo que quería ir al centro del casco urbano
para hablarle a la comunidad, directamente, sobre la necesidad
de no claudicar ante el terrorismo y despejar al país
de bandidos.
Pero resultó que al llegar a la plaza principal de Chaparral,
la comitiva se encontró con que había muy pocas
personas en el sitio. La misa matinal había concluido
y los feligreses se habían marchado. Apenas pasaba por
allí una decena de parroquianos que iban para la plaza,
para sus trabajos o para sus negocios, al igual que cinco o seis
pequeños transportadores.
A lo mejor esperando a que mejorara la audiencia, el Presidente
entró al restaurante “El Embajador”, donde
pagó 50 mil pesos por una tanda de 50 buñuelos
y almojábanas, con que desayunaron él y sus acompañantes,
así como uno que otro afortunado chaparraluno que atinó a
pasar por allí en ese preciso momento.
Ya desayunados, se tuvo la idea de que el Presidente empezara
a hablarle al público desde el balcón del tercer
piso del restaurante, pero esto se descartó porque con
el equipo de sonido con que se contaba, un humilde megáfono,
era imposible que Uribe se hiciera escuchar en los cuatro costados
de la plaza de Chaparral, cuyo nombre, “Plaza de los
Presidentes”, había atraído poderosamente
la atención del mandatario de los colombianos.
Frente a este obstáculo, no hubo más remedio que
pedirle permiso al cura párroco del municipio, el padre
Jesbán Rodríguez, para que permitiera al mandatario
pronunciar su discurso desde el atrio de la Iglesia San Juan
Bautista.
Cuando el Presidente dio inicio a sus palabras, hacia las 7:30
de la mañana, ya se le arremolinaban unas 500 personas.
Media hora después, la plaza estaba atiborrada.
Terminado el discurso, en el que el Presidente se sintió como
pez en el agua, como en sus mejores tiempos de orador y “combatiente
de la democracia”, Uribe recorrió metro a metro
el cuadrado completo de la Plaza de los Presidentes, saludando
de mano a cada persona, preguntando a cada uno cuál era
su percepción sobre si había mejorado la seguridad
y la vida económica del municipio.
“¡Viva Chaparral, viva el Tolima,
viva Colombia!”, gritó desde
el carro que, poco después, lo llevó de regreso
al aeropuerto.
Una vez allí, se buscó un sitio para realizar el
consejo de seguridad, pero Uribe prefirió hacerlo al aire
libre, en un prado, mientras los asistentes terminaban de dar
buena cuenta de las almojábanas y los buñuelos
que habían sobrado, bajo la sombra de árboles payandé,
vainillo y sembé.
Al despedirse para abordar el avión, alguien lo felicitó por
su cumpleaños número 55, y el Presidente dijo que
le gustaría quedarse todo el día en Chaparral,
pero que tenía que venirse a Bogotá para hacer
presencia en la manifestación pública del pueblo
colombiano contra el secuestro.
Anunció, sin embargo, que pronto realizaría un
consejo comunal en Rioblanco, un municipio cercano, también
del Tolima, para tratar más íntegramente la problemática
social y de seguridad de la región.
En su discurso de Chaparral, aparte de rememorar que de allí habían
partido grandes hombres de la patria como el general José María
Melo, Murillo Toro y Darío Echandía, el Presidente
dijo, con fervor, que este era el instante definitivo de despejar
de bandidos el sur del Tolima y de recuperar “un momento
en el cual la ciudadanía pueda dormir tranquila y volver
a pescar de noche”.
“Esta cordillera es una colcha de propiedad
democrática –expresó–.
Aquí la guerrilla ha maltratado al campesinado. Aquí no
hay grandes comerciantes, aquí hay una colcha de pequeños
comerciantes, aquí hay un pueblo digno de medianos recursos
con gran sentido de patria. Un pueblo que ha sido maltratado
por ese verdugo que son las Farc, y tenemos que quitarles de
encima ese verdugo”.
EL DÍA ANTERIOR
Durante las últimas 24 horas, es decir todo el día
del miércoles 4 de julio, precisamente el día en
que cumplió 55 años, el presidente Uribe había
estado pendiente de los pormenores de la jornada contra el secuestro,
a tal punto que este fue el tema recurrente de las entrevistas
que concedió. Sólo a unos pocos aceptó hablar
del aspecto humano de su onomástico.
El asesinato de los 11 diputados vallecaucanos, la marcha contra
el secuestro, la convicción de que la ciudadanía
debía manifestarse para exigir a los violentos la liberación,
inmediata y sin condiciones, de los secuestrados, así como
la entrega de los cuerpos sin vida de los diputados, habían
ocupado toda la agenda del miércoles.
Para el Presidente, era claro que la cadena humana contra el
secuestro no sólo debía exigir esto a los terroristas,
sino también dirigirse al Gobierno para reclamarle firmeza
en estos momentos de dolor. Una firmeza traducida en no permitir
que el terrorismo chantajee al país. En mantener cero
tolerancia frente al terrorismo, cero tolerancia frente a la
concesión de zonas de despeje, cero tolerancia frente
a la liberación de guerrilleros para que vuelvan a delinquir.
Estas ideas las expuso con amplitud durante una jornada de entrevistas
con varias emisoras, en las cuales el Presidente trató de
evitar cualquier referencia a su cumpleaños, pese a
la insistencia de la prensa. Pero cuando el periodista Darío
Arizmendi, de Caracol Radio, le dijo que a sus 55 años
parecía un “muchachito”, Uribe no tuvo más
remedio que contestarle con una de sus frases típicas: “Hay
que levantar la enjalma, para que se vean las talladuras”.
Por ahí hacia el mediodía, en una de sus salidas
del despacho, el Presidente se encontró con un grupo de
niños scouts que iban a la Casa de Nariño para
conocerla. Él los saludó llamándolos “hijitos”,
y ellos aprovecharon para cantarle el happy birthday y para dejarle
una pañoleta como regalo.
Más tarde recibió una llamada de los periodistas
de la emisora Candela Estéreo, y con ellos hizo una excepción:
accedió a hablar sobre temas más informales. Envió un
saludo a los jugadores y el cuerpo técnico de la Selección
Colombia y recibió una serenata que dijo haberlo “conmovido
en las fibras de la patria”.
El Presidente no tuvo objeción en confesar que canciones
como La Ruana, El Camino de la Vida o Río Badillo, estaban
entre sus predilectas. Que de pequeño gozaba con que le
regalaran un balón número 5 o una bicicleta de
semicarreras. Que de comida, lo que más le gustaba era “empezar
con unos frijolitos, una arepa tostada y un queso molido de Antioquia,
seguir con un champús del Valle del Cauca, y sumarle a
eso un ajiaco bogotano, una mazamorra boyacense, una carne de
cabrito santandereano, un sancocho de la Costa Caribe, un frichi
guajiro, una lechona tolimense o unos bizcochitos de achira del
Huila, acompañados de un jugo que se llama chalupa. ¿O
qué me dice de la carne mamona del oriente colombiano?
Es la mejor carne del mundo que haya saboreado”.
El Presidente se declaró más bien “malito” para
el cine, aunque aceptó que de pequeño veía
Lassie y el Llanero Solitario. Otro tanto dijo de sus gustos
para vestir, de su ropa predilecta, sobre lo cual afirmó: “Yo
me vestía de El Éxito, ahí en la Séptima,
de Hernando Trujillo. Yo pocas veces le paro bolas a eso”.
Y en cuanto al fútbol, ni qué decir. Aseveró que
en algún momento fue seguidor del Atlético Nacional,
pero que a la gente de Antioquia él le decía siempre
que necesitaba también de los votos de los hinchas del
Deportivo Independiente Medellín.
¿Que cuándo pensó por primera vez que podría
ser Presidente? “Hombre, William, todo el que está en
la carrera política, en la lucha política, piensa
en la Presidencia de la República. Pero a estas alturas,
lo que pienso es que mi Dios me ayude a que estos tres años
que me faltan en la Presidencia los pueda hacer con toda honradez,
con todo amor por Colombia, por los colombianos y de manera útil
para nuestra patria”.
¿Que cuál ha sido su día más triste en el
ejercicio de sus funciones presidenciales? “Hombre, William,
el cumplimiento del deber hay que hacerlo con felicidad, pero
hay horas muy tristes. Este asesinato de los diputados, asesinados
el 18 de junio, mientras unos delegados europeos autorizados
por el Gobierno hablaban con el criminal Raúl Reyes, en
busca de un acuerdo humanitario. A esa hora las Farc estaban
asesinando a los diputados. ¿Cómo le parece? Diálogo
y asesinato al mismo tiempo. ¡Criminales! ¡Qué doble
moral! Muy triste que no entreguen los cadáveres, cuando
el Gobierno los está esperando para que los examine una
comisión internacional forense, que le cuente a Colombia
y al mundo la modalidad de ese asesinato lleno de alevosía,
lleno de sevicia. Sí. Hay hechos tristes. La muerte de
Juan Luis Londoño, el ministro de Protección. Hechos
tristes como la muerte de Gilberto Echeverri y la de Guillermo
Gaviria Correa. ¡Bendito sea mi Dios! Pero el cumplimiento
del deber hay que hacerlo con amor y con felicidad”.
¿Y el momento más alegre, señor Presidente? “Hombre,
William, todos los momentos del cumplimiento del deber hay que
hacerlos con alegría. Por ejemplo, cuando se recibe una
buena noticia sobre que cedió el desempleo, uno siente
unos minuticos de alegría. Sí. Cuando hay disminución
del desempleo. Cosas de esas”.
COMUNIÓN CONTRA EL SECUESTRO
A las 12 y 5 del día, el Presidente entró a la
Catedral para participar en la misa que, en memoria de los 11
diputados asesinados por las Farc y como parte de la manifestación
pública realizada en distintos lugares del país
contra el secuestro, ofició el Cardenal Arzobispo de Bogotá,
monseñor Pedro Rubiano Saénz.
El prelado hizo un ferviente llamado desde el púlpito: “No
dejemos apagar en el corazón y en el alma las llamas que
se han encendido en la oscuridad. Nuestra luz de esperanza es
más fuerte que la muerte, y nadie la podrá apagar”.
Y explicó también que la Iglesia se unía
a la voz del pueblo colombiano que se había levantado,
con vigor, este jueves, para repudiar el asesinato de los diputados
y clamar que sean devueltas a sus hogares las personas que permanecen
secuestradas.
El Presidente comulgó y oró de rodillas por los
secuestrados y sus familias. La celebración eucarística
terminó a la 1 y 40 de la tarde. Para entonces se había
previsto que el Presidente no saliera de nuevo a la plaza sino
que regresara a la Casa de Nariño por la carrera sexta,
pero él prefirió regresar por donde había
llegado, por entre el gentío y los micrófonos,
ya sin la camiseta y saludando con la mano en alto a la muchedumbre.
Varios periodistas le preguntaron qué significaba para él
esa manifestación multitudinaria que había levantado
su voz contra el secuestro. El Mandatario lo sintetizó en
unas pocas frases: “Es la expresión de la dignidad
de Colombia, de la firmeza del pueblo colombiano. Es el carácter
del pueblo colombiano, la justa decisión del pueblo colombiano
de no claudicar ante el terrorismo, de superar definitivamente
esta tragedia del terrorismo, para que las nuevas generaciones
puedan vivir felices”.
Antes de ingresar de nuevo a la Casa de Nariño
para acometer la intensa agenda de la tarde, cuando pasaba por
frente al
edificio nuevo del Congreso, Cecilia Ligia, una mujer que desde
hace 20 años trabaja en el rebusque (cuidando carros,
vendiendo confites) en este sector, se le acercó y le
pidió dinero “para el almuercito”. El Presidente
buscó entre los bolsillos y le entregó un billete
doblado que nadie pudo ver. Ella miró con detenimiento
el billete, como si no lo pudiera creer. Abrazó al Presidente,
y él se despidió de ella con un “chao, hija”.
–¿Cuánto le dio el Presidente?– le
preguntaron a Cecilia Ligia.
–¡Cincuenta mil lucas!– respondió ella.
–¿Cincuenta mil?
–Es que ese doctor Uribe no deja de ser
tan bello– dijo
Cecilia Ligia, y se fue a almorzar. |