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20 de julio

HOMILIA PRONUNCIADA POR EL CARDENAL PEDRO RUBIANO SAÉNZ

HOMILÍA

TE DEUM 20 DE JULIO DE 2007

Gal. 5,1.13-15
Salmo 130
Mt. 5,13-16

“Esta Catedral Primada, ubicada en el corazón de la Patria, ha sido testigo mudo de los más relevantes acontecimientos de nuestra vida nacional. Así, cuando estaba apenas en construcción el actual edificio, hoy hace 197 años, presenció el llamado “Grito de Independencia”; y, hace unos pocos días, el 5 de este mismo mes de julio, fue testigo de la manifestación unánime de repudio contra el horrendo flagelo del secuestro.

El “Grito” de hace 197 años fue en principio contra el invasor francés al territorio de nuestra Madre Patria y en defensa de las autoridades legítimas depuestas por Napoleón, pero hoy lo celebramos como el origen de nuestra vida republicana y como símbolo de nuestra independencia nacional. El “Grito” de hace unos días fue de fe en el valor de la libertad personal y en defensa del derecho a la vida digna menoscabado en forma gravísima por el abominable crimen del secuestro. En ambos casos, el pueblo y sus dirigentes, se manifestaron a favor de los grandes valores cristianos de la convivencia entre los hombres, y por el respeto al derecho y la libertad como su único marco posible.

Hace 197 años, por la influencia de conceptos heredados de la vieja savia cristiana y transmitidos en las instituciones educativas como las universidades y colegios mayores de esa época, se reclamó con vigor por la defensa de los derechos de los nativos de este suelo, los llamados “criollos”, como lo hiciera admirablemente Camilo Torres Tenorio en su “Memorial de Agravios” y lo proclamara el Tribuno del Pueblo José Acevedo y Gómez, con el apoyo de distinguidos clérigos como se puede comprobar en la lista de los firmantes de la llamada “Acta de Independencia”.

El pasado 5 de julio, cuando multitudinariamente los colombianos manifestamos nuestro total rechazo a la violencia, y de manera especial, el repudio al asesinato de los diputados del Valle del Cauca y la exigencia a la insurgencia, para que devuelva a sus hogares a todas las personas que tienen secuestradas, exigimos, y esto tiene que ser permanente, el respeto por la vida y por la libertad, y nuestra solidaridad tiene que extenderse también a las familias de los soldados y policías que han ofrendado sus vidas para defender la libertad y el orden constitucional.

Hoy, para interpretar la fuerza y el valor de esa protesta debemos reafirmar la defensa de la dignidad de la persona humana como lo ha hecho siempre la Iglesia, defensa que llevó en su tiempo a la concepción del Derecho Natural y al nacimiento del “Derecho de Gentes”, antecedentes imprescindibles del hoy llamado Derecho Internacional Humanitario.

La Iglesia ha sostenido que los Derechos Humanos, y entre ellos el de la libertad, no son creación de un positivismo jurídico, sino que son anteriores y superiores a cualquier ordenamiento estatal, que no los crea, sino que está obligado a reconocerlos, protegerlos y garantizarlos. Por eso tienen por sí mismos el carácter de inalienables, superiores y obligatorios. De ahí se deduce, con meridiana claridad, la obligación moral de reafirmar que el secuestro ciertamente es un crimen abominable, que en ningún caso, ni bajo ninguna condición es aceptable o justificable, y que siempre es repudiable y condenable. Posición compartida por la inmensa mayoría de los colombianos y que prima sobre otras opiniones acerca del modus operandi de la lucha contra el secuestro.

Por esto, no nos debe extrañar que el Apóstol San Pablo nos haya recordado, en el texto de la Carta a los Gálatas que hemos escuchado, el principio básico de nuestra vivencia cristiana: nuestra condición de ser libres: “Para ser libres nos libertó Cristo”. Por eso, nos invita a que nos mantengamos “firmes” y por lo mismo, no decaigamos en nuestro compromiso de luchar contra todo lo que atenta contra la libertad, que en el caso de Colombia, supone en primer lugar la lucha contra el secuestro, ya que no podemos prepararnos dignamente para la celebración del bicentenario de nuestra independencia nacional, mientras existan compatriotas que padezcan esa condición. El secuestro es una mortífera forma para “oprimir” a miles de hermanos nuestros inocentes y a sus familiares y amigos “bajo el yugo de la esclavitud”.

Hemos sido llamados a la libertad, nos dice San Pablo, y esa libertad alcanza su plenitud en el amor al prójimo; por eso, en este día de nuestra independencia, deben plantearse sus respectivos deberes para con el pueblo colombiano, todas las autoridades, que pertenecen a cualquiera de las diferentes ramas del poder público, y de manera especial, los senadores y representantes que hoy inician una nueva legislatura, así como los diputados de las Asambleas Departamentales, los concejales y los ediles municipales, ya que siempre deben obrar como delegados del pueblo que los ha elegido, y por esto, sin excepción, deben ser servidores del bien común.

El bien común ciertamente nos obliga a todos; pero aquellos que detentan algún grado o forma de autoridad, además son, por razón de su encargo u oficio, “servidores” natos del bien común. Son, siguiendo la terminología que el Señor empleó en el Sermón de la Montaña la “sal de la tierra” y la “luz del mundo”; de ahí la necesidad de proceder siempre en el ejercicio de sus funciones con una pulcritud a toda prueba, con una conducta absolutamente transparente e irreprensible, éticamente inmaculada y alejada totalmente de toda forma de corrupción.

El que nuestros líderes deban ser “sal” y “luz” implica la necesidad de una honda reflexión sobre el actual momento que estamos viviendo en nuestra Patria; porque muchos de los escándalos de los últimos tiempos llevan a pensar, y no sin razón, a nuestro pueblo, que la clase política se ha desvirtuado en su importante misión de dirigir la sociedad.

Sabemos que existen políticos honrados que quieren cumplir con sus deberes tratando de imitar el ideal encarnado en Santo Tomás Moro; son “luz” en medio de la oscuridad y debemos rogar al Señor que sus obras brillen.

Pero no podemos ignorar en este día la gravedad de las acusaciones que pesan sobre algunos miembros de las clases políticas y esperamos que las autoridades judiciales, en quienes todos los ciudadanos tenemos puestas las esperanzas de que cumplirán con su delicada misión, puedan esclarecer la verdad y administrar justicia. Así como ciertamente debemos exigir que se cumpla la ley con los culpables, al mismo tiempo, debemos defender el derecho a la presunción de inocencia.

En un Estado del Derecho, como el que salvo cortísimas interrupciones, ha presidido toda nuestra vida republicana desde 1810, y que hoy estamos celebrando, tenemos que defender las garantías y los procedimientos judiciales en favor del acusado; sin permitir, por una parte, que se usen medios que desnaturalizan la administración de la justicia; y, por otra parte, sin tolerar, que la opinión pública sea manipulada por los medios de comunicación social y absuelva o condene sin un verdaderamente discernimiento jurídico. Nuestra “independencia nacional” pasa, en este momento histórico que nos ha tocado vivir, por la necesaria y valiente independencia de nuestros órganos judiciales. Rogamos al Señor de la Verdad y de la Justicia, que nuestros jueces y magistrados estén a la altura de sus graves responsabilidades.

La independencia nacional está intrínsecamente unida al respeto y reconocimiento internacional; independencia no significa autosuficiencia, ni autarquía; nunca como ahora nuestra Patria debe cuidar su imagen dentro del concierto de las demás naciones, y debe dar ejemplo de su acatamiento al orden jurídico internacional, al cual se ha adherido libre y soberanamente desde 1810; esa ha sido una constante, que hoy se pone a prueba de muchas maneras, dadas las actuales e irreversibles circunstancias que nos impone la globalización, la triste realidad de nuestro conflicto interno y los múltiples compromisos que nuestros gobiernos han firmado y que nosotros siempre hemos manifestado que queremos cumplir. Hoy como ayer debemos hacer honor al principio jurídico de Pacta sunt servanda.

Invito en esta tarde, a que hagamos nuestro el sentido del Salmo De profundis y desde lo más hondo de nuestro ser clamemos al Señor, para que escuche nuestra voz, porque esperamos en Él y sabemos que de Él viene la misericordia. Él es el Señor de la vida, la verdad, la justicia y la paz.

La Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora del Carmen, cuya fiesta celebramos recientemente, nos acompaña para que todos los colombianos estemos dispuestos a hacer siempre la voluntad de Dios y con María decimos “Hágase en mí, según tu Palabra”.

+ Pedro Rubiano Sáenz
Cardenal Arzobispo de Bogotá”.

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