MENSAJE DEL PRESIDENTE URIBE CON OCASIÓN
DE LOS 120 AÑOS DE EL ESPECTADOR
Bogotá, 22 mar (SNE). El siguiente
es el mensaje leído
por el presidente de la República, Álvaro Uribe
Vélez, con motivo de la celebración de los 120
años de El Espectador.
“Vale la pena reflexionar hoy sobre el momento fundacional
de El Espectador. El liberalismo y el conservatismo vivían
tiempos de dispersión y oscuridad. Núñez,
convencido de que la anarquía había sumido al país
en el caos, orientaba un viraje, un cambio de rumbo. A finales
de 1885 se reunió en Bogotá el Consejo Nacional
de Delegatarios, que expidió la Constitución de
1886.
El Espectador nació en 1887, como respuesta democrática
a una difícil situación de tensión política.
En lugar de ocultar la cabeza en la tierra, don Fidel Cano respondió a
la pérdida del poder con la fundación de un potente
medio de comunicación. En lugar del desespero inmediatista,
acorde con su ideario liberal, intelectuales como don Fidel decidieron
incorporar a Colombia en las grandes corrientes del pensamiento
universal.
En 1887, Colombia tenía una constelación de grandes
hombres, capaces de trabajar con ese criterio. Algunas de las
páginas más brillantes del periodismo se escribieron
por aquellos días. Para muestra, don Fidel Cano publicó en
1888 una frase perenne, escrita para los colombianos de todas
las épocas:
La injusticia consuetudinaria, el hábito de mentir y
la profesión de calumniar son cosas muy distintas de los
pasajeros errores del sentimiento o del criterio (…) Justicia
y verdad han de ser como deidades para quien sinceramente se
consagra a la defensa de una causa política.
Colombia necesita más democracia, no menos democracia.
Más debate creador, menos odio personal. Más deliberación
constructiva, menos inquina. La democracia, el más grande
invento de la humanidad, la más brillante solución
para lograr paz y convivencia entre los hombres.
Lamentable defecto es mantener en el análisis histórico
el mismo grado de confrontación, beligerancia e intolerancia,
existentes en el momento en el cual se produjeron ciertos hechos.
Nuestra historia requiere ser estudiada con mente positiva; hay
que reconciliar en el presente ciertos legados que pudieren provenir
de actores antagónicos del pasado. En lugar de mirar la
fundación de El Espectador como un acto de confrontación
liberal-conservadora, como una continuación de la batalla
de La Humareda, bien podría mirarse, también, como
un hecho positivo que apuntaba a una necesaria rectificación
frente a anteriores excesos.
Comparto con el fundador de El Espectador su fe en el ideario
liberal heredado del General Santander, su convicción
en el valor de la libertad y en el imperio de la ley como instrumento
para garantizarla. Pero me parece natural entender ese ideario,
reconciliado con los reclamos de orden preconizados por El Libertador.
Se debe reconocer que El Espectador es hijo de una de las etapas
más prósperas, intelectualmente productivas, y
más pacíficas de Colombia, lamentablemente interrumpida
por la nefanda noche de la guerra civil.
Era un momento que respondía a la doctrina que Núñez
llamó La Paz Científica, una política que
se había propuesto salvar a la comunidad siguiendo
los consejos de una lógica severa y fecunda.
Colombia tiene que conocerse más. Porque, mientras más
se conozca, más se amará a sí misma. Más
entenderá que las obras del progreso son hijas de la seguridad
y del buen gobierno de la economía. En los años
ochenta del siglo XIX, el pueblo de Colombia dio un profundo
viraje político, que condujo a las más grandes
transformaciones constitucionales y de la política económica.
Hasta 1881, la seguridad, fin esencial para el cual se constituyeron
los gobiernos, era un bien perdido. Había libertinaje
económico, se descreía del papel del Estado en
la búsqueda del bienestar o de su derecho a regular asuntos
cruciales. El federalismo había llegado a extremos tales
que, en sus relaciones, Cundinamarca y Antioquia, por ejemplo,
parecían dos países distintos y enemigos y no dos
porciones fraternas de una misma patria. No había soberanía
monetaria; en fin, se había perdido el elemento coloidal
de cualquier sociedad: la confianza.
Con las nuevas instituciones, en cambio, comenzaron a aparecer
en las tiendas letreros como este: la tertulia me perjudica.
No es una simple anécdota. Es el reflejo del renacimiento
económico, entusiasmo empresarial, nueva cultura de trabajo,
disciplina, que nacieron con la nueva Constitución. La
Nación comenzó a recomponerse. Bogotá, que
mientras rigió la Constitución de 1863, fue la “Capital” de
nada, la reina de burlas de los Estados, volvió a ser,
con la Regeneración la capital de Colombia. Eso explica
la migración calificada de santandereanos, antioqueños,
boyacenses, de gentes de todas las regiones, que llegaron a disfrutar
y participar en el nuevo ambiente de progreso que se respiraba
en Bogotá.
La política rige sobre la vida social. Los cambios progresistas
de la Constitución de 1886 lograron construir confianza,
la palabra clave para esa vida en sociedad. La confianza que
se impuso fue la madre de los grandes avances.
Con la confianza regresaron los extranjeros; se fundaron hoteles,
restaurantes, teatros, se construyó el acueducto con tubos
de hierro y se recogieron las aguas negras; se concesionó el
teléfono, se tendió la electricidad y, sobre todo,
se inició una fiebre por construir nuevas vías
de comunicación, principalmente de ferrocarriles. Contra
la absurda creencia de que Colombia no podía ser patria
de las industrias, el gobierno apoyó las nuevas fábricas
de fundición y, con ello, garantizó que se tendieran
rieles. Además, y para salir del feudalismo económico,
fundó el Banco Nacional y le confirió el monopolio
de la expedición de papel moneda.
Fue un salto hacia la modernidad. Hubo un nuevo espíritu
asociativo que dio vida a las sociedades de San Vicente de Paúl,
la Junta de Aseo y Ornato, la Junta de Comercio, la Junta General
de Beneficencia y la Junta de Higiene.
Algunos se preguntarán, al leer la edición facsimilar
del primer número de El Espectador, si el Rafael Uribe
Uribe que aparece anunciando el libro Diccionario
Abreviado de galicismos, provincialismos y correcciones de lenguaje, es el
mismo general de la Guerra de los Mil Días, aquel que
inspiró en García Márquez al personaje central
de Cien Años de Soledad, el general Aureliano Buendía.
Fidel Cano y Rafael Uribe Uribe fueron hermanos a los que unieron
las ideas y los sentimientos de lealtad y solidaridad. Algún
día se escribirá la novela sobre los tiempos anteriores
a los de Cien Años de Soledad, sobre esa pléyade
de seres monumentales que habitaban la Medellín de 1887
y que concurrieron directa o indirectamente a la fundación
de El Espectador.
Representaban una humanidad digna de protagonizar obras épicas.
No importaban sus creencias, su ideología o su riqueza,
todos ellos pasaron por el mundo dando ejemplo de grandeza.
Estaba Marceliano Vélez, el gobernador, que autorizó al
prisionero de guerra, Fidel Cano, salir de la cárcel para
visitar a su esposa enferma y quien, al preguntarle la guardia
sobre las seguridades a tomar para que no huyera, respondió:
Ninguna, el mejor guardián de don Fidel es su palabra
de honor.
Estaba Carlos E. Restrepo, quien desde la orilla de El Correo
de Antioquia y de la militancia conservadora practicaba a diario
la consigna de Voltaire, de ser capaz de dar la vida por el derecho
del otro a expresar sus ideas. Estaba el Indio Uribe, la mejor
pluma de su generación, contestataria; Marco Fidel Suárez,
el presidente sabio; Tomás Carrasquilla, el primer gran
novelista de Colombia y Rafael Uribe Uribe, el amigo de don Fidel.
En 1888, cuando el gobierno cerró por seis meses el periódico,
Uribe tomó sus riendas con el solo propósito de
ir, él también, a la cárcel para acompañarlo
en su cautiverio.
Don Gabriel Cano dejó para la memoria histórica
este relato:
El General Uribe Uribe, era, lo mismo que mi padre, uno de los
jefes naturales del liberalismo en Antioquia, y la amistad personal
entre ellos dos llegó a ser tan fuerte como la comunidad
de ideales políticos y filosóficos. El General
Uribe Uribe frecuentaba por ambos motivos nuestra casa, y mis
asombrados ojos infantiles se acostumbraron a ver como a un miembro
de la familia al héroe casi mitológico de tantas
batallas militares y civiles. Más tarde pude comprender
cómo consiguieron fraternizar y convivir tan armoniosamente
un ángel de la guerra como el General Uribe Uribe y un
apóstol de la paz como don Fidel Cano. Entrambos alentaban
un mismo ideal liberal y un mismo sentimiento patriótico,
y uno y otro buscaban, a veces por caminos distintos, propósitos
idénticos: la libertad de los colombianos y la felicidad
de Colombia.
Por su parte, don Luis Cano, también hijo de don Fidel,
esculpió este recuerdo del General:
Aparece en mis recuerdos más distantes el general Uribe:
alternativamente periodista o guerrero; siempre erguido en defensa
de la libertad su diestra infatigable, y constantemente fijos
en el porvenir de la República sus penetrantes ojos de águila
(…) En su amplio orgullo de superhombre había tal
expresión de grandeza, que lejos de afectar el conjunto
de su personalidad, contribuía a realzarla. Diligente,
austero, valeroso, tenaz, poseía todas las condiciones
del conductor, y una que es peculiar a los temperamentos superiores
en los centros de civilización más avanzada: la
actividad metódica. Por eso su primera hora de reposo
fue la última de su vida (…).
Al conceder la Medalla al Mérito de las Comunicaciones “Manuel
Murillo Toro” a El Espectador en la celebración
de sus 120 años, la imponemos en el pecho de sus directores
de hoy y en el corazón de todos quienes les antecedieron.
Todos ellos guiados por aquel lema inaugural: Trabajar
en bien de la patria con criterio liberal y en bien de los
principios
liberales con criterio patriótico. Todos ellos convencidos
de que las libertades son el presupuesto para que podamos gozar
de la justicia, la igualdad y la equidad.
De la familia Cano y de El Espectador, puede decirse, como se
dijo de El Libertador, que fueron los hombres y el periódico
de las dificultades. Las enfrentaron con arrojo y estoicismo;
con fortaleza y con dignidad. No los arredraron las persecuciones
políticas y religiosas; ni los incendios provocados, ni
los cierres y la censura; ni los asesinatos y la destrucción
terrorista. Siempre apareció ante los ojos de los colombianos
el mismo rostro adusto, la intrepidez temeraria e irreductible,
que sabía afrontar las penalidades que acompañan
a quienes hacen de la libertad su bandera y de la justicia, la
igualdad y la equidad, su programa.
Siempre respetuosos del otro, los Cano tuvieron como mandamiento
aquella frase de don Fidel, escrita para corregir una información
injusta: Cuando El Espectador hiere, soy
yo quien hiere; y cuando se le ultraja, se me ultraja a mí.
Rindo homenaje a la memoria de don Guillermo Cano, asesinado
por sicarios del narcotráfico pagados con ese dinero,
estiércol del demonio. Guillermo es el símbolo
de las víctimas de la tragedia colombiana. Rindo homenaje
a su familia. A doña Ana María Busquets de Cano,
expresión más elevada de la mujer fuerte, de la
nobleza de las esposas y madres colombianas.
Don Guillermo fue fiel a sus principios. Valiente y directo
contra los enemigos de la democracia, escribía pensando
en el bien común, nunca en intereses personales o de grupo.
Su visión de patria lo hizo grande, y su legado es parte
sustancial de la historia del periodismo colombiano. Centenares
de los mejores periodistas de las últimas décadas,
llevan con orgullo el carisma que imprime el haber sido sus discípulos.
Hace 25 años, como alcalde de Medellín, tuve el
privilegio de encabezar un homenaje para expresar la admiración
y el respeto que sentíamos por la vida y obra de Guillermo
Cano. Hoy reiteramos ese sentimiento por su memoria.
Saludo a don Julio Mario Santodomingo y a su familia. Ellos,
en medio de la crisis producida por la salvaje persecución
al periódico por el terrorismo del narcotráfico,
aceptaron hacer el relevo. Sé que en el alma de don Julio
Mario primó el interés por la defensa del pensamiento
y de la palabra. Para él, que es un escritor extraviado
en los negocios, fue un reto vital conservar para las futuras
generaciones de escritores, la Casa que fuera de García
Márquez, Fernando González y Baldomero Sanín;
de Porfirio y Carrasquilla; de los Zalamea y los Caballero; de
Rendón y de Osuna.
Y saludo al grupo de directivos, que hoy dirigidos por Gonzalo
Córdoba y Fidel Cano, guían los destinos de El
Espectador. Deseo para todos los escritores y trabajadores, muchos éxitos
en la ardua tarea de avanzar en la construcción diaria
de un medio democrático y pluralista.
Mi modesto aporte a la memoria de don Fidel y de don Guillermo
Cano y al deseo de que se proyecte la huella de su pluma, es
lograr para el presente y el futuro que los colombianos vivamos
sin paramilitarismo, sin guerrillas y sin narcotráfico.
Que todos vivamos en una Colombia fraterna y democrática,
que les de felicidad a las nuevas generaciones.
Qué bueno para Colombia estos 120 años de El Espectador,
qué bueno para Colombia un futuro de libertades. Felicitaciones
a todos.
Periodista: Señor Presidente, gracias por esas palabras.