PALABRAS DEL PRESIDENTE URIBE AL INAUGURAR CONGRESO
INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA
Cartagena, 26 mar (SNE). Las siguientes
son las palabras del presidente de la República, Álvaro
Uribe Vélez, durante la ceremonia inaugural del IV Congreso
Internacional de la Lengua Española y el homenaje al
Nobel Gabriel García Márquez.
“Hace dos días, en Medellín, por el voto
unánime de las 22 Academias, se aprobó la nueva
Gramática de la Lengua Española. Hoy, aquí en
Cartagena, empieza el nuevo Congreso del Idioma en el marco de
este homenaje del alma al maestro Gabriel García Márquez.
Muchas gracias a todos ustedes por este gesto de confianza en
Colombia. Sus Majestades, muchas gracias.
Su Majestad, su liderazgo, su afecto por Colombia, fueron decisivos
para que se tomara la decisión de venir a Medellín
a la deliberación final de las Academias, y seleccionar
a Cartagena como la sede este Congreso.
Muchas gracias a la Comisión presidida por el señor
ex presidente Belisario Betancur, por este gran esfuerzo. Muchas,
muchas gracias, a los alcaldes de Cartagena y de Medellín,
a los gobernadores de los dos departamentos, a los Ministerios
de la Cultura, a nuestra Ministra de la Cultura y a todos sus
compañeros de trabajo.
Muchas gracias a los académicos, a los escritores. Muchas
gracias a la Real Academia. Muchas gracias a todas las academias
por este inmenso honor a Colombia.
Sus Majestades:
Quiero reiterar la gratitud del pueblo de Colombia por su visita
memorable.
Ayer Medellín, hoy Cartagena, han saludado alegres, con
sentimiento unánime, al símbolo de la unidad española,
en unas tierras que son, desde la llegada de Colón al
continente americano, el primer bastión de la lengua de
Castilla.
Gracias, también, a los ilustres miembros de Academia
que deliberan, en su IV Congreso Internacional, acompañados
por académicos de esos veintiún países en
los que la lengua de Cervantes es la savia vital que nos reúne
como a un solo pueblo hijo de España y de la Cruz.
Gracias escritores y profesores, libreros y periodistas; gracias
a los participantes todos en las actividades del IV Congreso
de la Lengua. Ustedes son testigos de la avidez de nuestro pueblo
por escuchar la palabra y compartir las ideas.
Cartagena, la patria del presidente Rafael Núñez,
un pensador que siempre siguió los consejos de una lógica
severa y fecunda, vio nacer para la literatura a García
Márquez, el iluminado escritor de Cien Años de
Soledad, obra a la que Neruda llamó El
Quijote de nuestro tiempo.
Algún sino misterioso quiso siempre que en esta ciudad
amurallada se alcanzara la más elevada expresión
del español; que se escribieran aquí las más
bellas páginas en el más bello idioma de los hombres;
que naciera aquí la obra maestra del castellano. Cartagena
atrajo, como una fuerza irresistible, a Cervantes y a García
Márquez.
Cuenta la leyenda que don Miguel, después de haber pensado
en las más inútiles empresas, hallábase
al borde de vivir de la caridad pública y que por ello
intentó conseguir un cargo en Cartagena. En 1590, el Rector
del Consejo de Indias concedió la gracia diciendo: “Vaya
el peticionario de Contador de Galeras de Cartagena de Indias”.
Las intrigas echaron atrás el nombramiento y, a lo mejor,
evitaron, al decir de Pedro Gómez Valderrama, “que
el fragor del trópico y su aire caliente saturado de salitre
y sexo”, hubiesen engullido ese cerebro en el que ya estaba
depositada por los dioses de la inspiración la semilla
que daría forma a la obra inaugural del idioma.
Pero hoy llegan a Cartagena las huestes vivas de la lengua castellana,
a reivindicar el destino que Cervantes no alcanzó y a
celebrar el frustrado viaje que precipitó a Don Quijote.
Cuando desembarcaron los ejemplares de la primera edición,
con recepción multitudinaria, en la razón de la
inteligencia criolla y en la emoción del temperamento
Caribe, quedó para siempre la fervorosa adhesión
a la lengua que nos congrega.
En 1948, el destino impelió a García Márquez
para que viniese a Cartagena a iniciar su vida literaria. En
un abril nefasto, Bogotá ardió por todos los costados
y el joven estudiante no tuvo más remedio que regresar
al Caribe. Si la veleidosa burocracia no permitió que
en 1590 estas murallas alojaran al escritor de El Quijote, un
cataclismo social hizo aposentar aquí a quien estaba llamado
a cerrar, con Cien Años de Soledad, el primer ciclo de
construcción de una lengua que vivirá por milenios
y será, muy pronto, la primera del universo.
En el altiplano andino, los ojos del estudiante recogieron los
trazos de esos personajes que en su obra siempre están
tiritando de frío, visten de negro y se cubren con sombrero
de fieltro. En Cartagena se reencontró con la explosión
alegre de su carácter costeño. Y en México,
la antigua capital de la Nueva España, como un Cervantes
pobre, invadido por un fuego creador, durante largos meses de
privaciones, solamente acompañado por Mercedes y sus hijos,
construyó la obra que es simbiosis del alma iberoamericana.
La narración de hechos históricos, de costumbres
y la descripción de nuestra manera de ser, tomaron en
Cien Años de Soledad una dimensión épica.
La obra de García Márquez nació porque existe
el gran pueblo de Colombia que inspiró su creación
y porque existe el entorno cultural que proveyó las bases
de esa excelencia estilística que asombra al mundo.
En cada personaje de Cien Años de Soledad hay la esencia
de un carácter o una idiosincrasia nuestra. En Aureliano
Buendía, por ejemplo, está retratada el alma de
Rafael Uribe Uribe, la virtud hecha liderazgo, quien supo convertir
sus repetidas derrotas en una elevada expresión de concordia
y fraternidad. Las palabras pronunciadas para ordenar el cese
de la guerra, aquella que anticipó que Panamá sintiera
que había llegado a la mayoría y de edad y declarara
su independencia, no hubieran desentonado si García Márquez
hubiese querido incorporadas en sus ficciones:
De los primeros yo en tomar las armas,
dijo, de los últimos
en soltarlas, quiero hoy –cuando ya el fallo de la suerte
está dictado– declarar mi conformidad con él,
y contribuir en toda la medida de mi influencia, al apaciguamiento
de los ánimos. Como los mancebos israelitas, entré al
horno de la guerra y salgo de él con la cabeza fría
y el corazón sin cólera.
He renunciado a ser un revolucionario con
las armas, pero jamás
renunciaré a ser un revolucionario con las ideas. Por
eso, cada mañana toco la diana, paso revista a las ideas
que he venido profesando, doy de baja a aquellas que considero
inútiles y obsoletas y las sustituyo por otras más
fuertes y robustas.
El buen idioma Caribe, elemental y castizo, con tonadas de pentagramas,
convirtió narraciones cotidianas y simples en sinfonías
de corazones. Francisco El Hombre es la Colombia profunda, la
que cantan el Maestro Rafael Escalona y los juglares, esos que
llevan a las gentes las noticias faustas y las infaustas o les
alegran sus noches de parranda admirando los amores y doliéndose
de los desamores. En el vallenato estaban prefiguradas muchas
páginas de García Márquez.
En esta Cartagena, el joven García Márquez, al
lado de Clemente Manuel Zabala, Ibarra Merlano, Rojas Herazo,
Ramiro y Óscar de la Espriella, tuvo los primeros contactos
con la obra de Faulkner, Virginia Wolf y Malaparte. Él
y sus compañeros, a través de la lectura, se hicieron
discípulos de don Ramón Gómez de la Serna,
de quien aprendieron el arte de la greguería; del Tuerto
López, maestro de la sátira; de Barba Jacob, quien,
según García Márquez, hizo en el Caribe, “sus
más torturantes indagaciones en la tiniebla de la poesía”.
Y en el grupo de Barranquilla, con Álvaro Cepeda, Germán
Vargas, Alfonso Fuenmayor, Obregón, Ramón, el sabio
catalán, entre otros, alcanzó su madurez.
Maestro García Márquez:
Colombia, toda, está unida alrededor de tantas conmemoraciones
suyas: ochenta años de vida, cuarenta de la publicación
de Cien Años de Soledad y veinticinco del otorgamiento
del Premio Nobel. El que cien destacados intelectuales de todo
el mundo hayan escogido a Cien Años de Soledad como una
de las veinte obras más importantes de todos los tiempos,
lo engrandece a usted y engrandece al pueblo que lo inspiró y
lo quiere.
Déjenos, Maestro, reiterarle nuestra gratitud por su
amor a Colombia, por su compromiso de demócrata integral,
por su lucha incansable en favor de los derechos humanos, por
su trabajo como periodista y cronista de nuestra realidad.
Usted, Maestro, carpintero ejemplar del idioma, nos ha enseñado
que el sentido de detalle y la perseverancia son el alimento
del éxito de los pueblos.
Exalto ante el mundo su liderazgo en la búsqueda de la
convivencia y seguridad para los colombianos. En toda negociación
de paz exitosa vemos su impronta; en las frustradas, usted ha
hecho oír con oportunidad su escepticismo.
Maestro García Márquez: la trascendencia de su
obra literaria, sus aportes para que el mundo construya una sociedad
más justa, son un orgullo para Colombia.
Nada mejor que esta celebración en el Congreso de la
Lengua, aquí en la Cartagena de la cultura, de la tormenta
lírica, donde se construye el Español con esmero,
el buen léxico, atributo de pobres y ricos, negros, indios,
mestizos y blancos, se selecciona con franqueza, la espontaneidad
no afecta la sintaxis y la fonética transmite toda la
carga de la extrovertida alma colectiva.
Muy ilustres visitantes: muchas gracias por estimularnos con
su compañía. Su presencia contribuye al afán
colombiano de buscar 100 años de felicidad para las nuevas
generaciones.
Encuentran una Colombia con dificultades, y con toda la fuerza
del alma para superarlas. Una Colombia de ilimitada libertad
que otorga a la palabra, al lenguaje, todo el espacio para la
denuncia y la transformación. Una Colombia que asocia
la reivindicación y la felicidad con la libertad. Una
Colombia donde el lenguaje no oculta sus casi permanentes crispaciones,
pero donde la violencia ya parece que empieza a serenarse. Un
pueblo que lee en García Márquez las leyendas de
la vida elemental, convertidas en epopeyas del lenguaje, para
inspirar el futuro, que al decir de don Alonso Quijano “de
aquí se sigue que habiendo durado tanto el mal, el bien
esté ya cerca”.