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Mayo 20     Versión imprimible

Palabras del Presidente Uribe en la inauguración del Sail Cartagena de Indias 2010

Cartagena, 20 may (SP). “Agradezco en nombre de todos los colombianos la presencia de estos buques insignias de la naciones americanas y hermanas.

En este momento trascendental para la reflexión de la vida de nuestros pueblos, nuestras naciones entre 2009, 2010, 2011, cumplen 200 años del grito de independencia.

En Colombia hemos reflexionado bastante sobre estos 200 años, que apenas nos han dejado 47 años de paz y que nos imponen el reto de conquistar la paz que nos ha sido esquiva, para que las generaciones futuras no tengan que sufrir las frustraciones de las generaciones pasadas y de las nuestras, que no han podido vivir un día completo de paz.

Reflexiones para poder avanzar en la prosperidad colectiva, en la superación de la pobreza, en la construcción de la equidad.

Reflexiones que nos llevan al reconocimiento de que si hoy se propone como presupuesto del progreso un mundo integrado, algunos lo llaman globalizado, pero con aspectos fundamentales que marquen la diferencia entre la globalización sin equidad y la globalización con equidad, como es la preocupación por los derechos humanos, los derechos de los trabajadores, el respeto al medio ambiente, si así se reclama la globalización, cuanto más se requiere la integración entre nosotros.

Ante ustedes, apreciados comandantes de estos buques insignia de las armadas de los países hermanos, ante ustedes apreciados tripulantes, reiteramos nuestra fe en la hermandad de nuestros pueblos, en estos 200 años que nos llevan a recordar los héroes que presiden esta ceremonia.

Cuando pensamos allá en el Río de la Plata, vienen a nuestra memoria el general (José de) San Martín, (José Gervasio) Artigas, (Bernardo) O’Higgins.

Cuando pensamos en México, vienen a nuestra memoria Morelos e Hidalgo y todos los que con ellos lucharon.

Cuando pensamos en el Caribe, vienen a nuestra memoria aquellos que a nosotros nos asistieron, aquellos que dieron refugio a Bolívar, que lo apoyaron. Un día (Alejandro) Petion en Haití, otro día en Jamaica.

Vienen a nuestra memoria las semejanzas de las luchas y también sus diferencias; viene a nuestra memoria identidades entre Bolívar y San Martín; el camino diferente, de pronto menos sangriento, de Brasil; los altos y bajos de la independencia mexicana, el porqué llegó allí la invasión francesa y por qué después tuvo que reaparecer otro grito de independencia de México en la voz de Benito Juárez.

Y pensamos en San Martín y en Bolívar.

Cuando condecoraba el pabellón del Buque Insignia de la República Oriental del Uruguay, venía en mi memoria que San Martín nació en el territorio uruguayo.

Estando todavía muy pequeño fue con su familia a España, se incorporó en los ejércitos españoles, en guerras contra los franceses, contra los ingleses; estuvo en el África y regresó a América en 1812.

Había pasado 22 años en Europa. Vino a Argentina. Empezaría lo que se llamaría la independencia de las provincias argentinas, posteriormente la independencia de Uruguay, donde instala al gobierno de Artigas.

Pero San Martín tiene una visión continental. Oyó que esos gritos de independencia, a pesar del atraso de las comunicaciones, se produjeron casi al unísono en todos los puntos cardinales del continente, donde se reclamaba soberanía independencia, reconocimiento a los derechos de los criollos.

Deja relativamente, consolidado el gobierno de Buenos Aires y se instala en Mendoza, la ciudad argentina al pie de los Andes que separan Argentina de Chile. Allí da albergue a Bernardo O'Higgins, derrotado en Chile.

En Mendoza, con un criterio gerencial ejemplar, el general San Martín organiza la fuerza que posteriormente hace la travesía de los Andes, derrota, gana la victoria de la guerra en Chile y se instala nuevamente el Gobierno de O'Higgins en la nación austral.

Pero San Martín cree que Chile y Argentina no deben quedarse solos en el goce de su independencia, que hay que dar la lucha por la independencia del Perú. Se entiende con los ingleses, con el almirante Cochrane, se crea una gran armada en Chile y en esa armada se embarca el ejército por el Pacífico hacia el norte, que finalmente llega a Perú.

San Martín en Perú comprende las inquietudes de los criollos, que en alguna forma estaban compartiendo intereses con los españoles, da pasos muy importantes para el reconocimiento de los derechos de los indígenas, pero ellos mismos se resisten al derecho de propiedad individual que San Martín les quería reconocer.

Se esfuerza por la liberación de los esclavos negros, pero también choca contra realidades.

San Martín se constituye en un soldado que al mismo tiempo comprende las aspiraciones de todos los grupos sociales del Perú. Eso le merece que lo llamen el Protector del Perú.

De pronto esa mezcla entre la tolerancia democrática y el afán del soldado le impidió que pudiera ver culminada totalmente la independencia del Perú.

Se reúne con Bolívar en Guayaquil (Ecuador) y de esa reunión de Guayaquil, sobre la cual la historia nos dice que no hubo testigos, se desprende la decisión de que finalmente esa ciudad entre el Caribe y el río Guayas corresponda a Ecuador, que hacía parte de Colombia.

Y también se toma la decisión de que Bolívar, en reciprocidad a lo que había hecho San Martín, que había mandado un batallón importante para ayudar a (Antonio José de) Sucre en la batalla de las Laderas del Pichincha, que consagró la libertad del Ecuador, que Bolívar en contraprestación, enviara ejércitos para consolidar la independencia del Perú, todavía bien en entredicho.

Pero San Martín entiende que con el genio de Bolívar no es para compartir batallas ni tampoco para disputarse la gloria.

Regresa al Perú, renuncia a la primera magistratura, sigue de paso por Chile, allí se recibe al héroe que se considera el gestor de su independencia, se instala breve tiempo en Mendoza, conoce del fallecimiento de su señora esposa en Buenos Aires, regresa a Buenos aires y se embarca para Europa.

Si la memoria no me falla, ese embarque para Europa se da en 1824 y hace apenas un regreso en 1832, por unos meses, pero encuentra que ya no se le necesita, que los pueblos del sur quedaron en independencia gracias a su coraje y a su criterio organizador, y que debe permitir que esos pueblos sigan autodefiniendo su futuro.

Regresa a Europa y muere en Europa en 1850 a la edad de 72 años.

¡Cuántos años de exilio!

Pero (José Gervasio) Artigas también salió en alguna forma con un golpe de los ciudadanos a quienes había dado libertad, y se refugia en el Paraguay.

Y O'Higgins también sale del poder en la Chile, la Patria que él había libertado bajo la dirección de San Martín.

Y el genio de Bolívar tiene algunas identidades con San Martín.

Cuando examinamos bien los documentos de la historia, encontramos que en las dos personalidades en el fondo había espíritu democrático, pero las dos fueron asediadas por los caudillismos; el uno en el sur, el otro en Venezuela y en alguna forma en la Nueva Granada, y esos caudillismos los llevaron a proponer una monarquía, que lo hizo San Martín, y a proponer una dictadura institucional, que lo hizo Bolívar.

Esta ciudad de Cartagena, con don Manuel Rodríguez Torices, recibe a Bolívar derrotado en la primera campaña de Venezuela. Aquí se rearma.

Empieza la ruta del río Magdalena, Tenerife y Mompós, va reclutando un ejército que finalmente recibe el apoyo de las provincias unidas federalistas que estaban en Tunja (Boyacá) bajo el mando de don Camilo Torres, y avanza en la Campaña Admirable.

Triunfos iniciales, otro fracaso al final, el segundo. El primero había sido cuando al regresar de Inglaterra, de pedir apoyo para la reconstrucción de Caracas (Venezuela), destruida por el terremoto de 1812, es derrotado junto con (Francisco de) Miranda; Miranda puesto preso y llevado a morir a Cádiz (España).

El Libertador era un hombre que no se detenía ante nada, solo lo detuvo la muerte. Lo derrotaban una y otra vez y reemprendía el camino hasta la victoria final. Pedía apoyo en Haití, en Jamaica, entraba a Venezuela por el río Orinoco, se instalaba en ciudad Angostura y finalmente entendió la invitación de Santander a recuperar el camino de la independencia desde los Llanos Orientales a los campos de Boyacá.

Y el día que triunfa en el campo de Boyacá, al Libertador así como no lo habían detenido las derrotas tampoco lo detienen los triunfos.

En lugar de quedarse en el reposo de Bogotá, después de la independencia del campo de Boyacá, encarga del Gobierno al Vicepresidente Santander y emprende la campaña de Venezuela, donde había sufrido tantas derrotas, y finalmente se impone en la Batalla de Carabobo (Venezuela).

Pero ese triunfo tampoco lo detiene.

Regresa apenas por unos pocos meses a la Nueva Granada y con el mariscal Sucre y el entonces coronel José María Córdova emprende la campaña del sur: las dificultades de Pasto (Nariño), las dificultades de la Batalla de Bomboná, finalmente encuentra el triunfo de Sucre en las laderas de Pichincha.

Y después de reunirse en Guayaquil con el general San Martín, es nombrado dictador del Perú, consolida la independencia del Perú y la independencia del alto Perú, hoy la República de Bolivia.

Esas batallas de Junín y Ayacucho definitivamente consolidan la independencia del Perú y la independencia de Bolivia.

Redacta las bases fundamentales de la Constitución de Bolivia, Sucre organiza el Gobierno y el Libertador regresa pero no se detiene.

Todo el regreso es una reflexión, un delirio por la unidad continental, por la gran cumbre del itsmo, la misma que finalmente no se realizó como el Libertador lo concebía.

Pero el caudillismo lo sigue asaltando.

Un día, en lugar de dedicarse a las acciones del buen Gobierno, tiene que partir presuroso a Venezuela, a tratar de disuadir al general (José Antonio) Páez de la desintegración de la gran Colombia, y al día siguiente con angustia al Ecuador, a tratar de detener al general Juan José Flores del propósito de la desintegración de la Gran Colombia.

En 1828 el general Santander parte hacia el exilio, en el que permanece hasta 1832.

En 1830 Bolívar a lo que será su viaje final, para morir en la ciudad de Santa Marta ese 17 de diciembre.

Pero cuando estaba en la ciudad de Cartagena, recibe la noticia que el 4 de junio de ese año, 1830, fue asesinado el mariscal Sucre en Berruecos, su hijo predilecto, aquel en que había puesto todas las esperanzas.

Cuenta Luis Perú de Lacroix, en ese bellísimo libro que se llama ‘El Diario del Libertador en Bucaramanga’, que en aquellas noches de Bucaramanga, mientras el Libertador tenía la mente en la Convención de Ocaña, a la cual no pudo asistir, también se entretenía en tertulia con sus viejos compañeros de lucha.

Le hacían una pregunta una noche y otra pregunta a la siguiente.

En una de esas noches de Bucaramanga le preguntaron cómo calificaba él a los generales, y dijo: ‘Los mejores son aquellos que son buenos en el campo de batalla y buenos en la oficina, los segundos aquellos que son buenos en la oficina y malos en el campo de batalla, y aquellos generales peores son los que siendo buenos en la oficina son malos en el campo de batalla’.

Una lección muy importante para el presente, para la gerencia, para el liderazgo, para las Fuerzas Armadas.

La gerencia tiene que vivir en el campo de batalla, el liderazgo en el campo de batalla escuchando y orientando ciudadanías, las Fuerzas Armadas en el campo de batalla garantizando el orden jurídico, garantizando la seguridad.

Y osada la segunda pregunta, que se la formula Luis Perú de Lacroix: ‘Libertador y de acuerdo con esos criterios ¿quién es el mejor de sus generales?’. No vaciló en afirmar que Antonio José de Sucre.

Cuál sería su dolor, cómo se agudizaría su enfermedad, cuando llegando a Cartagena en aquel viaje póstumo, recibió la noticia que Sucre había sido asesinado en Berruecos.

Era el tercer magnicidio. Habíamos sufrido otros: el de (Manuel Carlos) Piar y el del almirante (José Prudencio) Padilla, el héroe de la única batalla naval de esta guerra del norte de Suramérica, que fue la batalla de Maracaibo.

Con Sucre en Berruecos se da el tercer magnicidio.

Después, en los años 1870 allí también es asesinado el Presidente electo de Colombia, Julio Arboleda.

Y Colombia sigue entre las guerras civiles, la violencia, los magnicidios.

Pactada la paz en aquel final de 1902, en 1903 se independiza Panamá, en una bellísima Acta de Independencia en la cual los panameños dijeron que habían llegado a la mayoría de edad, que se independizaban como hermanos, que querían ejercer sus derechos. No hubo acción violenta ni tampoco resistencia violenta.

Una separación como hermanos, enmarcada por una intervención del Gobierno de Teddy Roosevelt de los Estados Unidos, por los intereses económicos en el canal, y también, además de esa política del gran garrote, por la política del gran descuido en nuestra Patria, que por estar inmersos en la violencia interna habíamos descuidado a Panamá, que era la cabeza de Colombia.

Y después viene el magnicidio de (Rafael) Uribe Uribe en 1914, y el de (Jorge Eliécer) Gaitán en 1948, y los más recientes: (Luis Carlos) Galán y Álvaro Gómez.

Y una Patria colombiana que ustedes visitan hoy, muy apreciados comandantes y tripulantes de los buques insignias del continente, una Patria colombiana que ustedes visitan hoy con muchos ríos de sangre en su historia, pero con una gran decisión de recuperar definitivamente la seguridad, para que las nuevas generaciones puedan vivir en paz.

Y ningún lugar más importante que Cartagena de Indias, la Cartagena de la resistencia, la Cartagena del albergue de Bolívar, la Cartagena que incorporó tantos luchadores a las guerras de la Independencia, la Cartagena del Almirante Padilla, la Cartagena de (Rafael) Núñez.

Primero elegido Presidente del Estado de Bolívar y después de la Nación entera por su carácter, por su compromiso con el orden, porque nos hizo saber que la alegría del Caribe es la expresión detrás de la cual subyace un serio espíritu de orden contrario a la violencia.

Núñez ejerció una administración de orden, una administración de progreso, de visión futurista, nos dio los únicos siete años de paz del siglo XIX, durante los cuales florecieron las primeras industrias del Caribe y floreció la agricultura, floreció la caficultura en la Colombia andina.

Ninguna ciudad más importante que esta ciudad de la expresividad, del afecto y del rigor en el orden al mismo tiempo, para recibirlos a ustedes en este Bicentenario de la Independencia.

Rindo un homenaje al sur, en cabeza del general San Martín, de Bernardo O'Higgins, de Artigas.

Un homenaje a México y a Centroamérica, en cabeza de (Miguel) Hidalgo y (José María) Morelos.

Y un homenaje a todo este continente en cabeza de Bolívar, de Santander, de Córdoba, en cabeza del mariscal Antonio José de Sucre.

Un homenaje a ustedes, comandantes y tripulantes; un homenaje a sus pueblos; un homenaje a nuestras democracias y el compromiso de que nuestra generación tiene que culminar la vida con un esfuerzo de todas las horas, para que las nuevas generaciones puedan vivir tranquilas.

Sin la inseguridad, que ha golpeado tanto a nuestras generaciones, que las nuevas generaciones puedan vivir la seguridad y la paz, para que florezca la ciencia, produzca sus resultados el esfuerzo colectivo de los pueblos, para que en las próximas conmemoraciones encontremos unas naciones además de independientes, más libres, mejor educadas, más respetuosas con el medio ambiente, con la pobreza superada y con mayor equidad.

Bienvenidos comandantes y bienvenidos tripulantes.

Muchas gracias por su presencia hoy en Cartagena de Indias. Muchas gracias por su presencia en Colombia”.

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