Abandonada la paz caribeña, toca sumergirse en la capital de Colombia. Bogotá es, con sus casi 3.000 metros de altitud, una de las ciudades a mayor altura de Suramérica. El viajero lo percibirá enseguida en un ligero cansancio al caminar o en la imposibilidad de intuir si hará calor o frío en cualquier momento
del día.
En Bogotá no existen las estaciones, llueve, hace calor o refresca sin avisar al viandante, que debe ser previsor antes de salir de casa. El ritmo es frenético: de tráfico, de gente, de comercios... todo bulle de vida. Sobre todo al acercarse al barrio de la Candelaria, la zona colonial y de mayor belleza de la ciudad.
Callejear por sus avenidas empedradas está lleno de sorpresas, desde descubrir locales en los que venden productos típicos a seguir la ‘Ruta de los Fantasmas’ en las antiguas casonas coloniales o ascender por las cuestas hasta llegar al Chorro de Quevedo, la plaza en la que, según la leyenda, se fundó la ciudad.
Bogotá es también una ciudad que vive para las artes. Son numerosas las representaciones dramáticas y su Festival de Teatro es internacionalmente conocido. La literatura y la escultura tienen sus representantes en artistas como Fernando Botero o el escritor Gabriel García Márquez. Esta inquietud por las bellas artes se traduce en un sinfín de bibliotecas, destacando sobre todas ellas la de Luis Arango.
Otra visita imprescindible es la del Museo del Oro, en el que se exponen numerosas piezas de la antigua artesanía indígena en oro mediante un interesante recorrido. Y, por supuesto, es imprescindible la ascensión a la cumbre del Montserrate –símbolo natural y de peregrinación religiosa– a bordo del funicular o el teleférico.