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El sufrimiento madura el alma

Por: José Obdulio gaviria
Columnista de EL TIEMPO

Ser seminarista introyectó en mí el sentimiento estoico y la visión escéptica. Me preguntan: ¿cómo resiste impávido tantos ataques? Practico la enseñanza cristiana, que es en esencia la ataraxia: disposición de ánimo con equilibrio emocional, baja intensidad de las pasiones y los deseos, fortaleza ante la adversidad. ¡Eso es masoquismo!, dirán: ¡No! El sufrimiento madura el alma.

Estoico no significa pusilánime. A algunos les enerva mi firmeza acompañada de buenas maneras. Me preferirían histérico y tranzando sobre inamovibles, en vez de sosegado pero enemigo de componendas.

En mi concurrencia a foros y Horas 20, nunca imploro a la jauría que excluya temas, pero aprovecho el escenario para ahondar en lo que llamo la doctrina uribista. Allí topé con cierta gente que se creía la Verdad encarnada. En función de su derecho natural y divino, pontificaron, condenaron, absolvieron o ignoraron a su antojo ideas, personas y hechos, entronizando torpes conceptos como que “la Seguridad es de derecha, y en Colombia nunca ha pelechado la derecha” o que “los que predican la seguridad son ‘paracos’” o que “el dilema es, ser guerrerista o aplicar la política social y, como Uribe es guerrerista, no tiene política social”. Tratándolos, descubrí que su principal estratagema era lo que Schopenhauer llama argumentum ad personam: “Si el adversario es superior, proceda ofensiva, grosera y ultrajantemente y pase del objeto de la discusión a la persona del adversario. Pase de la apelación de la fuerza del espíritu a la fuerza del cuerpo”. De Aristóteles aprendí la contra regla: “no discutir con el primero que salga al paso; sólo con quienes discuten con razones y no con demostraciones de fuerza”. Ahora, cuando estoy metido irremisiblemente en un zaperoco, debato en paralelo, es decir, hago caso omiso de las agresiones y, si puedo, aprovecho para dar al público los argumentos que el interlocutor nunca querrá oír.

El ataque personal ha sido en gavilla. En Hora 20, mientras hablo, rumban los mensajes; en los auditorios, para desviar la atención, mandan ‘espontáneos’ que recuerden que soy pariente de un terrible criminal. Cuando está en su fina una discusión pública sobre temas gruesos (paramilitarismo, narcotráfico, guerrilla), alguien dirá que “no se iguala con el primo de fulano”, expresa su “justa indignación” y pide mi destitución. 

Un episodio reciente es tan arrevesado como la trama de La Sala número seis, la novelita de Chejov. Cada personaje parece esquizofrénico. Primero, un burócrata me acusa de ocultarle un expediente que nunca conocí y de no llamarlo a comentar chismes que no conozco de su tía de él. Puesta en marcha la trama, la jauría grita: ¡cómplice!, ¡encubridor! Y se declara “justamente indignada”. Ese es el punto de partida para reciclar –a lo Chejov- anteriores ‘hechos’ aducidos, no para juzgarme sino para abochornarme. Veamos los nuevos: 1. Soy portador del pecado original, raíz de mis demás pecados: ser primo de Pablo Escobar. 2. Como creen que me atormenta que se sepa lo que todos sabemos desde 1984 -que Escobar asesinó a Rodrigo Lara-, dizque traté de ocultar la prueba. 3. Aparezco en una foto en un acto político con Escobar. 4. Eso les demuestra que es verdad lo que dice un libro de alias 'Osito': que yo iba a la Catedral y que su hermano me regalaba 10 ó 15 millones para gastos en Medellín.

Como mis malquerientes adoran la suspicacia, dan por sentado que la plata sí existió, pero la pasan al rubro de honorarios de abogado. Afirmo, con juramento, que eso es falso. Nunca fui a la Catedral y seguramente me habrían cascado si lo hubiese hecho, porque, a diferencia de casi todos, consta, con testigos, que fui público luchador, denunciante, activista, contra el terrorismo del Cartel. Consta, con testigos, que critiqué la política de sometimiento de Escobar, por otorgarle una jaula de oro con la disciplina carcelaria más laxa de que se tenga noticia. Consta que el grupo de abogados, suntuosamente pagados por Escobar, fue dirigido por Guido Parra, a quien nunca traté, ni vi de lejos ni de cerquita. Esos abogados fueron asesinados. No hay que ser muy inteligente para observar que Osito me trató en su libro como a un enemigo; que buscó destruirme. ¿Nunca se les ocurrió preguntarse el porqué? Ahora a Osito le llegan coequiperos de campanillas: ciertos columnistas. Con la diferencia de que él se retractó de la calumnia. Ellos, en cambio, son contumaces.  

En el libro Colombia, asesinato y política, afirmé que Santofimio (a quien no conozco), había oficiado en la ceremonia de matrimonio entre narcotráfico y política. Es la única mención que hace de mí Alonso Salazar, quien habló con todos los protagonistas y escudriñó, como ninguno, todos los episodios de la vida de Escobar. ¿No les dice nada que Osito, miembro del Cartel, hubiera querido destruirme con acusaciones que no refrenda uno solo de los millares de escritos, narraciones, videos y fotografías sobre el capo? ¡Ah!, ¡fotografías! Declaro que no puede haber una foto mía en un acto político con Escobar. Yo militaba en Firmes, él en el santofimismo. Así de simple, así de categórico. 

Ni para qué hablar de ETB, del lobby para unos cableros y demás sandeces. Muestren un solo interés económico, lícito o ilícito, en mis llamadas y citas. ¿Pueden decir lo mismo mis detractores? ¿Pueden superar felizmente la prueba de someterse por más de cinco años a un escrutinio enfermizo de todos sus actos, al seguimiento de todos sus pasos por terroristas de las FARC, al control político de morbosos detractores, a grabaciones ilegales de sus conversaciones y a enfrentar irresponsables denuncias penales? ¿Puede acusárseme de haber usado contra alguien las armas viles que sí se blanden contra mí?, ¿de haberle citado a alguien su parentesco con un criminal o, para debilitarle la argumentación, describir sus preferencias sexuales, sus asociaciones turbias, sus contratos millonarios o los simples rumores que corren?

Acepto responder por la conducta mía y la de mis familiares. Pero solicito que se limite a mis hijos, quienes reflejan mi aporte formativo. No es mucho pedir.

 

   
 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
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