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FARC: modelo del narcoterrorismo

Editorial
Diario La Nación de Argentina

Un día después de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) liberasen a dos de sus rehenes, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, durante un discurso que pronunció en la Asamblea Nacional, solicitó al gobierno colombiano, a los gobiernos del continente y a los países europeos que retiraran la calificación de terroristas a las FARC y al Ejército de Liberación Nacional (ELN), alegando que "no son grupos terroristas" sino que se trata de "verdaderos ejércitos insurgentes [con] un proyecto político que nosotros respetamos".

La respuesta del gobierno colombiano no se hizo esperar ante esta insólita actitud del presidente venezolano. El ministro del Interior colombiano, Carlos Holguín, calificó la actitud de Chávez de "insólita y desproporcionada", y el principal asesor del presidente Álvaro Uribe, José Obdulio Gaviria, expresó que "la condición de terrorista" de esos grupos no es merecida por lo que dicen sino por "los hechos que cometen", y los calificó de "organizaciones que ejercen la violencia contra un gobierno democrático" y contra el pueblo colombiano.

Es comprensible el rechazo que ha provocado en Colombia, así como en otros países del mundo, esa solicitud del presidente Chávez. Basta con escuchar los relatos de las recién liberadas Clara Rojas y Consuelo González de Perdomo sobre las condiciones de su cautiverio y las de sus compañeros de infortunio, para saber que las FARC tienen bien ganado el calificativo que ostentan. En definitiva, son sus actos y no la decisión de un gobierno los que las hacen un grupo terrorista.

Las FARC han hecho del terrorismo su principal arma de combate para destruir oleoductos, sistemas eléctricos, abastecimientos de agua potable y otros bienes comunitarios; han provocado indiscriminados y crueles atentados que causaron la muerte de inocentes ciudadanos, y han ejecutado sumariamente a aquellos que se atreven a desertar de sus filas. Junto con el ELN, hace mucho tiempo que dejaron de ser organizaciones políticas para convertirse en bandas armadas que se financian con el narcotráfico y se apoyan en una cadena internacional de complicidades para constituirse en una grave amenaza para la región.

Es imperativo hacer memoria sobre algunos de sus crueles y cobardes atentados: disparar cilindros bomba contra centenares de refugiados en una iglesia de Bojayá, provocándoles la muerte; colocar una bomba en el Club El Nogal, donde la explosión provocó docenas de víctimas fatales; disparar a autobuses repletos de civiles o a ambulancias en misión médica. Están también el reclutamiento forzado de menores de 15 años, la colocación de minas antipersonales, el uso de armas no convencionales, las ejecuciones de no combatientes, por sólo mencionar algunas atrocidades más. Todo lo enunciado constituye, efectivamente, crímenes de guerra o de lesa humanidad. Anteriormente, sólo los Estados cometían estos delitos, pero con la nueva legislación internacional también los individuos y las organizaciones los perpetran y pueden ser condenados por ello.

Desde su irrupción en el escenario político colombiano, las FARC vienen desafiando a un Estado democrático con métodos y objetivos propios de las mafias internacionales que trafican con drogas. El surgimiento del narcotráfico les dio la oportunidad de contar con grandes recursos económicos jamás soñados por una agrupación guerrillera, lo que las ha convertido en una poderosa máquina de guerra que terminó por despreciar toda forma de proselitismo ideológico. Sin espacio político alguno, estigmatizadas en el nivel internacional, incapaces de comprender el sentimiento mayoritario de los colombianos y recluidas en sus guaridas selváticas, las FARC son una agrupación en un proceso irreversible de degradación que está llegando a unos extremos de salvajismo y crueldad absolutamente inadmisibles, no solo para Colombia, sino para la humanidad entera.

Quien secuestra y comercia con personas, hace explotar bombas indiscriminadamente, arrasa pueblos enteros y asalta cuarteles policiales es, se encuentre o no incluido en lista alguna, una organización terrorista sin costado "humanitario". Si las FARC quieren que el mundo comience a verlas de otra forma, primero deben terminar con todas sus actividades ilícitas y liberar a los más de 700 secuestrados que tienen en su poder.

Pero, curiosamente, y contra todo lo que correspondía esperar, ayer las FARC volvieron a demostrar qué poca confianza se les puede tener a sus declaraciones o a las de sus emisarios, aunque se trate del presidente de Venezuela. Los terroristas agregaron más víctimas a su triste lista: seis turistas colombianos (dos profesores, una bióloga, un estudiante universitario y dos comerciantes), de un grupo de 19, fueron secuestrados en Nuquí, departamento de Chocó, al oeste de Colombia. Como para recordarnos que las FARC han hecho de la mentira otra de sus armas favoritas.

 

 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
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