Las viejas ideas nunca mueren
Diario El Tiempo
Domingo 14 de diciembre de 2008
Por Román D. Ortiz
Una de las ironías que con frecuencia intercambian los investigadores en el mundo académico es aquella de que "nunca se debe permitir que la realidad estropee una buena teoría". La broma oculta una realidad científica más seria: la resistencia a morir de las viejas ideas, incluso cuando la realidad las desmiente. El problema no es nuevo. Hace casi medio siglo, Thomas Kuhn, en su trabajo clásico La estructura de las revoluciones científicas, explicó cómo los prejuicios intelectuales conspiraban para mantener en uso teorías cuya falsedad había quedado demostrada por los hechos.
Algo así pasa con el debate estratégico en Colombia. A pesar de la abrumadora evidencia que confirma una disminución radical de la violencia, los estudios que niegan la solidez de los avances en seguridad se mantienen vigentes. Una línea de pensamiento que tiene su último ejemplo en las conclusiones del análisis sobre el estado de la guerra que la Corporación Nuevo Arco Iris hizo públicas recientemente. Desde esta perspectiva, dos son los argumentos para declarar el fracaso de la actual política de seguridad. Por un lado, la idea de que los avances en la pacificación del país han comenzado a revertirse. Por otro, el planteamiento de que la campaña del Estado contra las guerrillas ha fracasado y solo la negociación puede conducir a la paz. Ambos puntos de vista son difíciles de sostener cuando se contrastan con la realidad.
El primer argumento con el que se defiende el aparente retroceso en la seguridad es el crecimiento de las bandas criminales emergentes (Bacrim). Sin embargo, parece difícil argumentar que estas estructuras delictivas se hayan acercado a la estatura de las Auc. Ciertamente, hay una fuerte controversia sobre sus dimensiones, provocada por las dificultades para estimar el tamaño de unos grupos integrados en gran medida por colaboradores ocasionales. De hecho, la Corporación Nuevo Arco Iris habla de unos 10.000 integrantes mientras, todas las agencias de seguridad del Estado coinciden en situar su volumen en torno a los 2.000.
En cualquier caso, se trata de cifras lejos de los más de 15.000 combatientes de tiempo completo que integraban las autodefensas en el 2004 y todavía, a más distancia, de los 31.000 paramilitares que se desmovilizaron un año después. Pero, además, lo que parece indiscutible es que la capacidad de las Bacrim para generar violencia es muy inferior a la que demostraron los antiguos paramilitares. Para confirmarlo, basta con recordar aquel año 2001, cuando las Auc cometieron 200 masacres (1.200 muertos).
La supuesta capacidad de la guerrilla para resistir de forma ilimitada la presión del Estado parece igualmente discutible. En el 2001, las Farc todavía podían desplegar cuatro bloques móviles de entre 250 y 350 hombres para lanzar ataques a gran escala. Hoy, los guerrilleros rehúyen el combate abierto porque no se sienten capaces de resistir la respuesta de las tropas. Entre tanto, una combinación de bajas, capturas y deserciones está reduciendo el capital humano de las Farc. No se trata solo de la pérdida de tres miembros del Secretariado en este año, sino sobre todo de una sangría de mandos medios, que cada vez hacen a la guerrilla más quebradiza y reduce el número de militantes capaces de suceder a la actual cúpula dirigente.
Si con la desaparición de Manuel Marulanda las Farc perdieron el referente clave de su pasado, con la pérdida del 'Negro Acacio', 'Martín Caballero' y otros, ven que se les escapan sus expectativas de futuro. Parece cuestión de tiempo antes de que una guerrilla con un liderazgo mermado y sometida al poder corruptor del narcotráfico pierda la esperanza en lo que el pensador militar británico Basil Liddell Hart consideraba la antesala de la derrota.
En este contexto, sin duda, un acuerdo de desmovilización con la guerrilla ofrecería la salida de la violencia menos costosa en términos humanos y materiales. Pero ni la negociación es necesariamente viable, ni representa la única vía a la paz. En su momento, algunos vieron en las conversaciones con Eta del gobierno español de Rodríguez Zapatero un ejemplo de cómo un Estado podía ofrecer una salida negociada a una organización terrorista arrinconada. Después de su fracaso, la experiencia de Madrid demuestra que un grupo armado debilitado puede sentarse a la mesa de conversaciones solo para presentar unas exigencias inaceptables, ganar notoriedad política y luego regresar a la violencia. Pero esto no quiere decir que el conflicto no tenga salida. Italia desarticuló a las Brigadas Rojas abriendo vías de desmovilización individual para sus militantes; pero eludiendo negociar con la cúpula de la organización. Ese podría ser el destino de la guerrilla en Colombia.
Admitir los avances de la actual política de seguridad no significa que el país se encuentre en el mejor de los mundos posibles. Las Farc todavía pueden lanzar ataques terroristas de dimensiones traumáticas. El narcotráfico representa una amenaza de grandes proporciones capaz de alimentar ejércitos privados. Los recientes escándalos por abusos contra los derechos humanos que involucran a algunos oficiales de las Fuerzas Militares señalan la necesidad de reformar el sistema de evaluación de la campaña de seguridad y mejorar la formación castrense.
Estas y otras cuestiones demandan estudios que conduzcan a propuestas realistas. Pero identificar los verdaderos problemas exige un análisis equilibrado del escenario donde se asuma que el país ha cerrado la crisis de estratégica de los años 90 y se enfrenta a un escenario distinto. Lo demás es mantener viejas ideas sobre seguridad, más basadas en preferencias ideológicas que en datos reales.
Coordinador del Área de Estudios de Seguridad y Defensa de la Fundación Ideas para la Paz
Román D. Ortiz.
|