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Palabras del Presidente Álvaro Uribe Vélez, luego de recibir el
Premio Gold Mercury Internacional por la Paz y Seguridad 2009

Noviembre 23 de 2009 (Bogotá)
     
 

“No tengo palabras para expresarles mi gratitud. Lo único que puedo decirles es que quienes merecen estar en la nómina de las personalidades distinguidas por Gold Mercury International son los soldados y policías de la Patria; las víctimas. El 50 por ciento de las familias de esta Colombia han sido víctimas directas de un proceso de violencia que no ha dado sino una tregua de 47 años, en dos siglos de vida independiente.

Los soldados y policías de Colombia han aportado un enorme sacrificio. En los pabellones de sanidad de los hospitales militares y de policía, tenemos hoy más de 1.700 integrantes de nuestra Fuerza Pública mutilados, parapléjicos, cuadripléjicos, con enormes limitaciones debidas a su heroísmo, a su capacidad de enfrentar el narcoterrorismo que ha afectado tanto a Colombia.

La verdad es que mis compañeros de Gobierno y yo lo que hemos procurado es cumplir con el deber.

Alguien decía: ‘Colombia, un país a pesar de sí mismo’. Yo creo que eso fue un gran reto para que los colombianos reaccionaran y hagan, ellos mismos, un país maravilloso.

Confianza en Colombia

Nuestro deber ha sido crear condiciones de confianza en Colombia. Yo diría que ese es el cumplimiento del deber elemental. Una Patria que construya confianza a través de la seguridad, la seguridad con valores democráticos; de la inversión con responsabilidad social; de la política de cohesión social con libertades.

Una Patria que ha sufrido mucho la violencia. Ahora que estamos en estas reflexiones de la víspera del Bicentenario, uno hace cuentas, tomando los periodos de los historiadores, que difícilmente encuentran más de 47 años de paz en 200 años de vida independiente en Colombia: siete años en el siglo XIX, 40 años en el siglo XX. Tortuosa, violenta, La Conquista; inmensamente violenta La Reconquista; violento el cadalso. Yo diría que esa iluminación que aquí sembraran Mutis y otros se perdió, en muy buena parte con el cadalso que sufrieron Caldas, Torres y otros tantos.

Muy violenta la guerra de la Independencia, entre nosotros mismos. La muerte de Piar, la muerte de Padilla, la muerte de Córdoba, son episodios que en alguna forma nos marcaron. Fue muy violenta en aquella manera de conquistar la Independencia, y esa Independencia se hizo mucho más difícil por la violencia entre nosotros mismos.

No había regresado todavía definitivamente del sur El Libertador, y en lugar de poderse ocupar de las políticas de buen gobierno, tenía que dirigirse a apaciguar el ánimo de desintegración de la Gran Colombia, que ya se expresaba en la Venezuela de Páez.

Y en la plena madurez de su mente, en el pleno equilibrio de su raciocinio, cuando pudo darnos lo mejor, también tenía que ocuparse para que Ecuador, con el general Juan José Flores a la cabeza, no desintegrara la Gran Colombia.

Y desde esa época empiezan los magnicidios; después de la muerte de los héroes en plena guerra de la Independencia, sus fusilamientos, viene el 4 de junio de 1830, en Berruecos, el asesinato del Mariscal Sucre.

Regresa el general Santander del exilio, asume la Presidencia de la República y empieza con él una gran revolución educativa. Pero el interés se pierde rápidamente, porque esos procesos son sucedidos por aquella que se llamó La Revolución de los Supremos.

Y vamos guerra tras guerra, completando un siglo XIX que no tuvo más de siete escasos años de paz, alrededor del Gobierno del doctor Rafael Núñez, un Gobierno extraordinario.

Nosotros nos hemos dado a la tarea en estos días de destacar lo bueno de cada gobierno de Colombia, para esa conclusión: ¿por qué teniendo tan buenos gobiernos, buenos líderes, buenas políticas públicas, el país ha tenido menos buenos resultados?

Historiadores, economistas, sociólogos darán una razón o la otra. Nosotros también creemos que la violencia ha sido un gran obstáculo para que el gran liderazgo, el buen gobierno, la buena política pública, produzcan la plenitud de resultados en favor de todos los colombianos.

En esos pocos años de paz, alrededor del Gobierno del Presidente Núñez, empezó la industrialización del Caribe colombiano. Allí hubo unos asomos interesantísimos de industrialización y también se vio florecer en aquel período la industria caficultora de Colombia.

Pero fueron escasos esos años. Después vino otra guerra civil: la de 1895. Creo que fue la tercera guerra civil, en la segunda parte del siglo XIX, en Colombia.

Y no se habían apagado todavía las llamas de esa guerra civil, cuando estalló la guerra civil de los Mil Días, que no fue de mil días, fue de 1.128 días, y en una nación de menos de cuatro millones de habitantes, dejó más de cien mil muertos.

Aquella guerra no terminó porque hubiera una convicción de paz, sino porque el país estaba destruido. Si no hubiera sido por la destrucción del país, porque ya no había más qué destruir, quién sabe cuánto más se hubiera prorrogado aquella guerra.

Se celebraron tres pactos de paz, a finales del año 1902. Uno en la finca Neerlandia, en el departamento del Magdalena. Allí acudió, en nombre del Ejército oficial, el General Florentino Manjarrés, y en nombre de las fuerzas insurreccionales, el General Rafael Uribe Uribe y dio este testimonio, dijo: ‘El país está destruido. Todo está por reconstruir. Nuestros padres y nosotros mismos creímos equivocadamente hacer Patria con los fusiles destructores de la guerra. Hoy el único camino que tenemos para hacer Patria es el camino de las armas fecundas del trabajo’.

Aquel día, en medio de la conmoción de una Patria destruida, dijo, como una invitación a las nuevas generaciones: ‘He renunciado a ser un revolucionario con las armas, pero jamás renunciaré a ser un revolucionario con las ideas. Por eso cada mañana toco la Diana, paso revista a las ideas que he venido profesando, doy de baja a aquellas que considero inútiles y obsoletas y las sustituyo por otras mas fuertes y robustas’.

Les dijo a los soldados: ‘Entramos al horno de la guerra como los mancebos israelitas. Hoy salimos del horno de la guerra con la frente en alto y el corazón sin cólera’.

‘Esta es una política de seguridad sin cólera’

Hemos procurado que esta sea una política de seguridad sin cólera. Por eso, este país generosamente ha permitido que más de 50 mil personas que han hecho una rectificación se reintegren a la vida constitucional de Colombia.

De pronto, lo más importante de esta política de seguridad no va hacer su fortaleza contra los violentos, sino su generosidad frente a aquellos que quieren regresar definitivamente a la vida constitucional y abrir el camino de la paz.

Este país quedó destruido. Al año, el 3 de noviembre de 1902 se separó Panamá. Uno se tendría que preguntar, para que lo respondan los historiadores: ¿qué determinó más la separación de Panamá: la política del ‘gran garrote’ del Presidente (Franklin) Roosvelt, en los Estados Unidos, o la política nuestra del gran descuido, por entretenernos en el juego peligroso de la violencia interna?

Ya los panameños se habían quejado. Años antes había tenido que llegar allí, apresuradamente, el General Rafael Reyes -años antes de aquella separación- a enfrentar un conato de separación, porque la violencia y el descuido desde acá, que no había puesto disciplina, hizo que quemaran totalmente la ciudad de Colón. Y nosotros no aparecíamos a imponer el orden, a proteger a los ciudadanos. Y hubo allí una gran inconformidad.

Una ciudadanía incomoda, angustiada, desde aquel momento quiso separarse. Se aplazó esa separación porque el General Rafael Reyes condujo muy bien esa tardía respuesta y dio garantías de seguridad al pueblo panameño.

Pero llegó 1903 y ya fue inevitable esa separación.

Cuenta la historia que al medio día de aquel 3 de noviembre, el General Pedro Nel Ospina entró al Palacio de San Carlos, la casa presidencial del momento, a anunciarle al Presidente (José Manuel) Marroquín, quien estaba leyendo una novela en francés, que se estaba separando Panamá.

Fue un acta de independencia de hermanos. En una corta acta, en uno de sus renglones dice: ‘Nos separamos como hermanos, sin resentimientos, sin odios con solidaridad, porque hemos llegado a la mayoría de edad y queremos ejercerla’.

El país siguió muy deprimido. Vinieron unos gobiernos realizadores, como el Gobierno del General Reyes. Años después, el Gobierno del General Pedro Nel Ospina, que invirtió en desarrollos de infraestructura los 25 millones de dólares de la indemnización que pagó los Estados Unidos por la pérdida del Canal de Panamá.

Vino ese Gobierno excelencia del Presidente (Alfonso) López Pumarejo, el Gobierno que insertó a Colombia en el siglo XX en la modernidad. Yo diría que fue el Gobierno de la modernidad democrática, el Gobierno de la prosperidad y de la modernidad empresarial y, al mismo tiempo, el Gobierno de los derechos de los trabajadores.

Hay que mirar el Gobierno de López Pumarejo desde las dos ópticas. Porque algunos ha pretendido poner a López Pumarejo como un punto de referencia en la lucha de trabajadores contra empresarios, cuando lo que hizo fue todo lo contrario: impulsar la modernidad empresarial y, al mismo tiempo, construir la política de defensa de los derechos de los trabajadores. Fue el que le dijo a este país que había que unir, en la empresa moderna, el esfuerzo del empresario con el derecho del trabajador.

Pero no hacia mucho había terminado ese Gobierno y vino la violencia partidista.

Yo diría que el 9 de abril no es el principio. Hubo muchos hechos de violencia partidista que antecedieron al 9 de abril, casi que desde el inicio de los años 1940.

Esa violencia partidista se supera con el pacto del Frente Nacional, de finales de los años 1950, que tuvo como sus dos grandes líderes a los ex presidentes Alberto Lleras Camargo y Laureano Gómez.

Pero no se había producido la totalidad del efecto del Frente Nacional, no se había dado la paz en la profundidad que se requería, y aparecieron las guerrillas marxistas.

Recién había triunfado la revolución cubana y se escogía a Bolivia y a Colombia como los dos países suramericanos para replicarla, para instalar aquí la dictadura del proletariado, destruir las instituciones de la democracia que peyorativamente trataban como las instituciones de las burguesías y sustituir el pluralismo, el debate político, por la lucha violenta de clases.

Hubo gestos muy generosos de los gobiernos para reinsertar esas guerrillas en la vida constitucional, pero esas guerrillas traían una lección y un propósito: la destrucción de nuestro Estado.

Finalmente, a pesar de resultados marginales de paz, lo que hicieron en el fondo fue aprovechar los gestos benévolos, generosos, democráticos, de varios gobiernos, para fortalecerse en su lucha criminal.

Y crearon una reacción igualmentecruel: el paramilitarismo. Y los dos cooptados por el narcotráfico. Podría decir uno que con ese periodo entre 1902 y principio de los años 40, después de los años 40, incluido los años 40, las generaciones vivas de colombianos no han vivido un solo día de paz.

Este debe ser el siglo de la prosperidad

Por eso la urgencia de que este sea el siglo del desquite, que este sea un siglo de gran prosperidad.

Tal vez el día viernes, en Cartagena, veíamos algo muy importante: el país acaba de aprobar una legislación muy moderna en materia de Competencia, la Ley 1340. Una legislación muy moderna contra las posiciones dominantes, monopolios de mercado, etcétera.

Y eso no fue lo que llamó la atención. Lo que llamo la atención es que 50 años antes, en 1959, en la administración Lleras Camargo, durante el Ministerio de Hacienda a cargo del doctor Hernando Agudelo Villa, el país había expedido la Ley 155, que se anticipaba muchísimo a estos desarrollos de los ordenamientos jurídicos de América Latina. Y uno leyendo la Ley 155 parece que estuviera leyendo la legislación contemporánea, la legislación de la hora.

Pero no fue la única vez. Este país ha tenido gobiernos visionarios. Ese Gobierno de (Rafael) Núñez en materia de moneda, en regulaciones de banca, intervención de banca, también se anticipo 40 años a muchos procesos latinoamericanos.

La historiadora Rosemary Thorp, cuando escribe aquel libro para el Banco Interamericano sobre la historia económica de America Latina en el siglo XX, destaca que Colombia fue un país de eventos excepcionales.

Mientras en otros países la caficultura se acabó o se concentró pocas manos, Colombia, gracias a la Federación Nacional de Cafeteros, que se concibió muy originalmente aquí; al Fondo Nacional del Café; a decisión de gobiernos como el Gobierno de Eduardo Santos, de adscribir el manejo del Fondo a la Federación, logró preservar una caficultura de pequeña propiedad, próspera y de propiedad democrática.

Destaca también que mientras en los años 70 muchos países latinoamericanos crearon las condiciones para una de las crisis de la deuda, al endeudarse masivamente dejándose ilusionar con las ofertas de crédito que venían del Medio Oriente por la bonanza petrolera de aquellos años en el Medio Oriente, la administración (Alfonso) López Michelsen en Colombia evitó que el país se contagiará de ese mal.

También dice Rosemary Thorp que cuando todo el continente tenía que ajustarse a las exigencias del Fondo Monetario, el Presidente Carlos Lleras se apartó de las exigencias del Fondo Monetario, y cuando el país solamente tenía un saldo de algo así como 50 millones de dólares y estaba en el borde de una crisis cambiaria, se dictó el Decreto 444, que introdujo en aquel momento un sistema de control de cambios y que permitió que el país se salvara, con criterio propio, con una gran autonomía de su Gobierno, con una gran originalidad, de aquella crisis que fue común a muchos países latinoamericanos.

Yo creo que es un buen aporte a mis compañeros de Gobierno y el que yo pueda hacer, en todos estos meses de las vísperas del Bicentenario, hacer un repaso de lo que podríamos llamar los buenos liderazgos, las buenas políticas públicas, los buenos gobiernos de Colombia, y preguntarnos por qué, a pesar de ello, el país no ha prosperado bastante. Y yo diría que una de las causas determinantes ha sido, una de ellas fundamental, es la violencia.

Por eso, nuestro deber es trabajar con toda la entrega, el denuedo, para que nuestros compatriotas puedan vivir en este siglo en una Colombia segura, en una Colombia en paz, que cree las condiciones para que sea una Colombia con toda la confianza de inversión con responsabilidad social; para que sea un país que supere la pobreza; para que sea un país construye equidad.

Cuando uno oye las historias que le ha tocado vivir, los textos que ustedes leían ahora, no quiere que eso lo tengan que repetir las nuevas generaciones de colombianos.

Aquella firma de la paz entre el Mariscal Sucre (Antonio José de Sucre) y el Virrey Laserna (José de Laserna) fue uno de los pocos destellos iluminantes, pero también rápidamente se opacaron. Eso no duró mucho, porque entonces Sucre tuvo que regresar. Cuando venía de regreso se estaba dando la guerra entre Perú y Ecuador, no obstante que el General Bolívar, en aquella reunión con el General (José de) San Martín dejó resuelto el pleito por Guayaquil en favor de Ecuador.

Y Sucre llega aquí e inmediatamente El Libertador lo envía a Venezuela. Y no puede hacer la gestión que se le encomendó para que Venezuela dejara de atentar contra la Gran Colombia. Y regresa y El Libertador le dice que se tiene que ir al Ecuador. Sucre quiere irse al Ecuador porque allá está su señora y su hijita. Y cuando tenía previsto irse por Buenaventura, el doctor Domingo Caicedo, quien era el Vicepresidente de El Libertador, le dice que debe irse por Popayán y Pasto, para hablar con (José María) Obando, que está al frente de la Presidencia del departamento del sur, a fin de que se preserve la independencia frente a las tentaciones del General Juan José Flores de llevarse nuestro sur a esa desintegración de la Gran Colombia.

La historia más o menos ha clarificado quienes mataron a Sucre. Pero no nos ha clarificado por qué no lo dejaron que se fuera por Buenaventura, sino por la ruta en la que finalmente encontró el calvario en Berruecos.

Y aquel armisticio entre Bolívar y Morillo, en Venezuela, tampoco dura mucho. Ya había muerto (Manuel) Piar, si la memoria no me traiciona, había sido sacrificado, como terminó sacrificado el maestro y compañero de Bolívar en esa Guerra de la Independencia que fue (Francisco) Miranda.

Pero después de aquel encuentro y de aquel armisticio en Venezuela, después vino el fusilamiento de muchos por el atentado septembrino de 1828, entre ellos el Almirante Padilla. Y la muerte del General Córdoba en Rionegro, Antioquia.

Una historia de violencia muy difícil. Con líderes excelentes, pero una historia de violencia muy muy difícil. Ojalá la podamos superar.

Yo me sonrojo mucho de que ustedes me entreguen este premio (Premio Gold Mercury Internacional por la Paz y la Seguridad 2009).

Alguien de mi generación que tuvo la posibilidad de ser Presidente de Colombia, lo menos que debió hacer es lo que hemos procurado mis compañeros de Gobierno y yo hacer; alguien que le ha tocado oír y vivir la historia de la violencia no podría hacer nada distinto. Yo lo recibo con mucha pena y con mucha gratitud con ustedes.

Es una nómina muy distinguida la que ha recibido este Premio. Quiero entregárselo a los soldados y policías de Colombia, porque son ellos los que con su heroísmo merecen estar en esa nómina ilustre de las personas que han recibido este Premio Gold Mercury International.

Muchísimas gracias. No tengo palabras para reiterarles mi gratitud”.

 
     
 
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
   
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