PALABRAS
DEL PRESIDENTE URIBE PARA DESPEDIR A JUAN LUIS LONDOÑO
Bogotá,
13 feb (CNE). Las siguientes son las palabras pronunciadas por el
presidente Álvaro Uribe Vélez durante las exequias
del ministro de la Protección Social, Juan Luis Londoño
de la Cuesta.
PARA
DESPEDIR A JUAN LUIS LONDOÑO
Entre
los sollozos de una Nación que lo admiró, venimos
a acompañar a Juan Luis Londoño de la Cuesta, ahora
que la Providencia acalló simplemente el torrente de su pasaje
físico, porque su inteligencia será guía eterna
al rumbo de la Nación. Lo secunda en este tránsito
y hoy lo rodea, un grupo de quienes le colaboraron en las tareas
del servicio activo. Con él han partido Lena Bloss, comienzo
de una juventud plena de inteligencia y de vocación de servicio;
Alirio Arcila, una vida dedicada al sueño de un país
de propietarios; José Joaquín Vera, el leal escudero,
impotente para protegerlo ante las cumbres de los Andes; y el capitán
de aviación, Germán Vanegas.
Esta
semana, un rumor pocas veces expresado, del pueblo en su totalidad,
ha reclamado con respeto ante Dios por qué se llevó
a uno que había dado mucho, pero tenía mucho más
que dar. En efecto, acudimos a devolver a la naturaleza a uno grande
entre los sobresalientes.
Las
nuevas generaciones tienen en Juan Luis Londoño un ejemplo
excepcional. El estudio fue la gran empresa para su sueño
de servicio. Se graduó de administrador en la Universidad
EAFIT de Medellín y simultáneamente adelantó
economía en la Universidad de Antioquia, disciplina que concluyó
en las aulas de los Andes con la adición de una maestría.
En Harvard repitió la maestría en economía
y dio lustre a la Patria al obtener el grado de doctor en la misma
ciencia. No hubo un día de la vida que Juan Luis se apartara
del estudio.
Sin
embargo, no fue el académico que encontró reposo en
la inacción. Todo lo contrario. Saltaba con ímpetu
ilimitado de la teoría a la práctica del experimento
social. Jeffrey Sachs lo señalaba como el mejor economista
que había pasado por la Universidad de Harvard y los colombianos
lo calificamos como un volcán de trabajo que desconoció
la fatiga y laboró sin detenerse a mirar la avanzada noche
o la temprana madrugada. A todos los retos e interlocutores respondía
con diligencia y asombrosa disposición. ¡Qué
temperamento tan realizador!
La
transparencia de su vida, el amor a la Patria, sus manos puras para
el manejo de las responsabilidades públicas y privadas y
su concepto profundo, bueno, también elemental, de la familia
y la sociedad, consolidan en él esa virtud de la honradez
que los colombianos captaron de modo tan natural y por lo cual le
abrieron sin dificultad un espacio infinito en sus corazones.
Fue
un reformador con academia y corazón. Millones de colombianos
pobres lo recordarán cada vez que tengan que exhibir el carné
del Régimen Subsidiado de Salud y cuando las condiciones
del empleo mejoren, una Nación con gratitud mirará
al cielo con profunda plegaria por él. Pero siempre nos asaltarán
brotes de cólera y protesta cuando reclamemos su presencia,
no encontremos su viva voz y debamos resignarnos a la interpretación
de su inteligencia para resolver lo que siempre falta y habrá
de faltar.
Juan
Luis Londoño era la imaginación, la creatividad permanente
al servicio de cambios profundos en materias controversiales por
razones de grandes conveniencias colectivas. Su sabiduría
no le permitió caer en el engaño al pueblo y su sensibilidad
social lo alejó de las trampas del economicismo puro. Fue
una mezcla de ciencia sin fundamentalismos de mercado y de afecto
por la gente sin caer en las tentaciones del populismo.
Por
estos días hemos vivido en medio de la desazón y la
tristeza un bello espectáculo para la Patria: los contradictores
temáticos de Juan Luis Londoño han expresado sin reservas,
sin ánimo de salvar las reglas de cortesía, espontáneamente,
desde la profundidad de sus corazones, la admiración por
este compatriota irremplazable y la tristeza por su partida.
Juan
Luis Londoño era profundo en los temas, aguerrido en las
ideas, directo en la palabra, desafiaba lo establecido o lo supuesto
sin dejar una sola herida personal.
Ante
la temperatura de sus críticos no palidecía en su
proposición y no desataba agresividad. En el momento del
debate fuerte aparecía con una sonrisa, con un comentario
informal que primero desconcertaba y después descongelaba,
con un palmoteo en el hombro de su oponente que impedía la
rabia y estimulaba la fraternidad. Era el punto exacto de la tozudez
sin dogmatismo. Ajustaba y corregía por razones sin ceder
ante presiones. Enfocaba su inquietud en la búsqueda de opciones
para que la contradicción agria no frustrara la decisión
necesaria. ¡Qué carácter tan constructivo!
¡Qué
patriota, qué buen miembro de familia, qué amigo,
qué compañero de trabajo, qué contertulio tan
creativo a través del acuerdo y el desacuerdo!
Quienes
tuvieron la fortuna de trabajar con él no desmayaban por
su ritmo, al contrario, se contagiaban de su voltaje que se transmitía
en abundancia de calidez.
María
Zulema su esposa, Juliana, Daniela y Juan Felipe sus hijos, el doctor
William Londoño y doña Lucía de la Cuesta,
sus padres, y sus hermanos y familiares, sienten hoy una profunda
tristeza porque Juan Luis Londoño era luz del pueblo y luz
del hogar. Los colombianos que los acompañamos en este momento
les decimos a todos ellos gracias por haber permitido que este ser
sobresaliente sirviera a la Patria sin dosificar el talento ni sus
fuerzas.
Fueron
unos pocos años de una vida intensa y noble, pródiga
en el balance de las realizaciones académicas y sociales,
también inconclusa frente a las ilusiones que él concibió,
estimuló y logró que el pueblo compartiera. Cuando
le manifestamos gratitud por todo lo que hizo, Juan Luis Londoño
nos responde desde la eternidad que todo estaba por hacer, que alcanzó
a poner las bases de un sueño grande por Colombia, nos reta
entre la sonrisa y el ceño fruncido a arreciar el ritmo.
¡No podemos ser inferiores!
María
Zulema, Juliana, Daniela y Juan Felipe: qué bello ejemplo
de familia unida nos han dado ustedes. Yo que tuve la fortuna de
trabajar momentos tan intensos con su esposo y padre y que ahora
ejerzo esta responsabilidad con la Patria, quiero referirles que
en él ha nacido una llama eterna de buen ejemplo. En la vida
de ustedes habrá un motivo permanente de júbilo: sus
compatriotas con alborozo recordarán ese ser humano que fue
Juan Luis Londoño y con fortaleza reclamarán que esas
ideas sigan vivas.
Ustedes,
apreciada y querida familia, en Juan Luis entregaron a Colombia
lo que hoy devuelven a Dios: un acopio de honradez, preparación,
trabajo, sentido humano, amor por la familia y orgullo de la Nación.
Ahora,
en minutos, cuando la bandera de Colombia que ha cubierto a Juan
Luis en este recorrido final, se ponga en las manos de ustedes,
un sentimiento habrá de recorrerlos: esa bandera lo ha acompañado
no por los decretos del protocolo sino porque así lo ordena
una Nación agradecida con un hijo que la supo querer y servir.
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