Junio 14

Erradicadores de coca, otros ‘héroes anónimos’ en la lucha contra el narcotráfico

“Estoy aportando un granito de arena para que se acabe este narcotráfico que le está haciendo tanto daño al país”. La frase, de Rodrigo Sánchez, un huilense que hace parte del grupo de erradicadores del Programa Presidencial Contra los Cultivos Ilícitos, resume el sentimiento de estos hombres que arriesgan incluso su integridad, en la tarea de limpiar el país de hojas de coca.

Por Yuber Puerto

Zonas de Antioquia y Putumayo, 14 jun (SP). Durante dos meses, en periodos que varían al año, seis mil hombres pertenecientes a los grupos de erradicadores del Programa Presidencial Contra los Cultivos Ilícitos, que coordina Acción Social, adelantan la difícil labor de arrancar a mano, día a día y mata por mata, los cultivos de coca esparcidos en diferentes regiones del país.

Desde sus campamentos en el norte de Antioquia y el sur de Putumayo, Richard, Ferney y Rodrigo, integrantes de estos grupos, relatan qué camino los llevó a emprender esta misión, desconocida por casi todo el país, pero que los compromete tanto, al punto de arriesgar su propia integridad.

Ellos son, también, esos ‘héroes anónimos’ que en la invisibilidad del monte y de la selva contribuyen en la lucha que el país enfrenta contra el narcotráfico.

Richard: de ‘raspachín’ a erradicador

Richard Emilio Hernández, de 29 años, nació en el municipio de La Sierra, en el Cauca. Lleva un año como erradicador. Antes era ‘raspachín’ o recolector de hoja de coca.

Richard llegó a esta labor por sugerencia de amigos que ya participaban en el Programa de Erradicación. “Ellos me trajeron a este lugar y desde entonces estoy trabajando”, cuenta.

Como ‘raspachín’ se desenvolvía en la zona de Argelia (Cauca). “Uno allá raspaba y se iba para la casa con la platica y volvía otra vez a trabajar”.

Por esta labor, luego de recoger siete, ocho o diez arrobas de hoja de coca y a riesgo de ser capturado por las autoridades, se ganaba entre 30 y 35 mil pesos al día. Sin embargo, siempre lo martirizaba el hecho de que se trataba de una actividad ilegal.

Aunque su familia no está de acuerdo con que trabaje como erradicador, por los riesgos que ello implica, Richard sigue firme en la actividad. “Uno aquí, como trabajador, tiene que aguantarse el agua, el sol y los caminos feos, las palizadas”, dice.

Ahora, como erradicador, se gana un millón cien mil pesos en dos meses, tiene todas las prestaciones sociales, un seguro de vida y, lo más importante, trabaja en la legalidad.

‘Estamos poniendo el hombro’: Ferney

“Yo fui ‘raspachín’. Duré como unos cuatro años raspando hoja”, relata Ferney Hernández, de 29 años, y quien nació en Florencia (Caquetá). Hoy este hombre es el ranchero de un grupo de erradicadores.

Cansado de recoger hoja de coca decidió “buscar un mejor trabajo”, a través de unos amigos que ya han sido erradicadores. “Ellos me llevaron a donde un capataz, que son los encargados de buscar la gente para esto”, explica.

Ferney dice que “por la necesidad” era ‘raspachín’, pero que ahora, “estamos asegurados, tenemos una esperanza de ayuda del Gobierno. Allá no era sino lo que laboráramos en el día y lo que produjera. No más”.

Como ranchero debe levantarse a las 2:00 de la mañana para prepararle el alimento a sus treinta compañeros de grupo. A las 6:00 de la mañana ya tiene lista la comida que se lleva a los cultivos de coca y a las 11:00 empieza a preparar la cena “para cuando lleguen del corte”.

Ferney es conciente de los riesgos a los que se somete. “Usted sabe que estamos es luchando contra la mafia y contra muchas cosas. Nosotros estamos en un grupo, pero sin armas; estamos con la protección de la Policía y ellos van a hacer lo más posible”, expresa.

“Ellos no pueden atacar de frente, pero están las minas, que es ese el factor sorpresa que se puede dar aquí”.

Aun así, su esperanza es “tener salud para seguir en el proyecto, a ver si Dios quiere seguir hasta lo que más se pueda”.

Ferney pide a los países que consumen droga que “ojalá le metan más mano a esto y nos ayuden más. Que de pronto se enteren que estamos exponiendo la vida de nosotros para acabar con esto. Que de pronto, en los países de ellos, se acabe el consumo y no haya más droga, ya que nosotros exponemos la vida”.

“Estamos poniendo el hombro. Entonces, que ellos también hagan lo mismo. Que nos tengan más en cuenta a nosotros los erradicadores, porque nosotros somos gente pobre y humilde que estamos en esta lucha”.

Rodrigo: el capataz

“No es sólo mandar, sino saber mandar. Saber dirigir la gente. Hay que respetar para que lo respeten”.

Con esta frase enfatiza Rodrigo Sánchez, huilense de cuna y de corazón, su capacidad de liderazgo frente al grupo de erradicadores a su cargo.

Desde hace 21 meses participa en labores de erradicación, a donde llegó por curiosidad e iniciativa, ya que tan pronto como supo del Programa se presentó a una estación de Policía para buscar más información. Llegó “por probar” y se quedó.

Más que un capataz, es un líder. Su misión es dirigir al grupo de erradicadores: “Tratarlos bien y enseñarles cómo es el modo de trabajo, cómo deben de andar en el camino haciendo silencio”.

Y asume su tarea casi de papá: “De noche, acá, estar muy pendiente de ellos que no hagan bulla. Sobre todo las linternas, los radios y que coman bien. Estar pendiente a toda hora de ellos, porque yo creo que esa es la responsabilidad de uno como capataz”.

Su vocación, capacidad de liderazgo y tenacidad las adquirió durante su paso en el Ejército. Fue soldado profesional durante nueve años y, orgulloso, expresa que sus seis hermanos son todos reservistas.

Orgullo que lleva a pesar de la muerte de su hermano a causa de violencia: “Lo mató la guerrilla en la serranía de San Lucas. Una mina lo despedazó. Se cansó de la vida militar y se retiró”.

Ahora asume con empeño su labor de capataz - erradicador: “Uno acá a ratos sufre, a ratos goza, pero tiene que estar uno resignado a lo que sea: a mojarse, a asolearse, a dormir en el barro. Uno aquí viene resignado a lo que sea”, relata.

En el Programa de erradicación ha enfrentado muchos peligros. Relata varios episodios, como los hostigamientos de la guerrilla, las casas bomba y las minas antipersona, especialmente, de las que se salvó en la frontera con Ecuador, en Tumaco (Nariño).

A pesar de ello, se siente muy comprometido con su labor en los grupos erradicadores, ya que “estoy aportando un granito de arena para que se acabe este narcotráfico que le está haciendo tanto daño al país”.

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