Medellín, 26 mar (SP). “Agradezco a ustedes esta inmensa condecoración. Tendré que hacer muchos esfuerzos para merecerla.
Me honra mucho visitarlos esta mañana aquí, en la casa de uno de los grandes de la Patria. De aquel que escribió la historia de Colombia expresada en crisis.
Primero dijo que la gran crisis colombiana se había dado porque la cultura chibcha destruyó a la cultura agustiniana. Después, por la llegada de españoles, que destruyeron la cultura chibcha. Después, por la frustración de la organización federal del país, al ser sustituida la Constitución del 63 por la Constitución del 86. Y la última crisis a la cual se refirió, fue aquella que se produjo por la separación de Panamá.
Una historia que parecería de crisis. La de Antioquia, de enormes dificultades, pero también de gran capacidad para remontarlas.
Todo lo que la historia cuenta de Antioquia ha sido una epopeya, porque todo lo han conseguido nuestros coterráneos y nada les ha sido fácil.
Cuando visito esta mi ciudad, digo a mis compañeros de Gobierno: ‘Todos los días admiro más a mis coterráneos. Cómo han hecho florecer en este estrecho Valle de Aburrá, con esta topografía tan abrupta, a tanta distancia del mar, esta pujante civilización de trabajo’.
El empuje y la disciplina del trabajo han sido una constante de esta civilización antioqueña. Todo ha sido por obra del empuje y por la disciplina del trabajo. Por ello primero se llegó de Urabá aquí. Y después ese visionario, Gonzalo Mejía, reconquistó a Urabá.
Por empuje y disciplina, se logró la colonización del gran Caldas. Ese himno del Quindío es bellísimo: Antioquia viajó descalza por los caminos de Caldas. Por empuje y por trabajo, se llegó al norte del Tolima. Por empuje y por trabajo, se han logrado, una a una, las acciones de progreso.
Y el capital social ha sido muy rico. Esa bellísima tesis doctoral de Patricia Londoño Vega, escrita en la Universidad de Oxford, sobre el capital social de Antioquia, entre 1850 y 1960, muestra la riqueza social de la tierra. La manera como el capital social construyó la educación. La manera como el capital social construyó la salud.
Don Alejandro Echavarría, viviendo en Santa Elena, para poder mejorar la salud de su señora, bajaba a dirigir la construcción del hospital de San Vicente. Y eso se repitió en cada uno de los poblados de Antioquia.
Un pueblo trabajador, empresario, pero no solamente eso: con un gran a capital social, que es de pronto lo que no se ha destacado suficientemente. Y en mi concepto, quien muy bien lo destaca es Patricia Londoño Vega en su tesis doctoral.
Muestra ella cómo nos anticipamos, gracias a ese capital social, en la educación. Cómo, después de la misión educativa alemana traída por el Gobernador Berrío, mientras en el resto del país el analfabetismo alcanzaba al 80 por ciento de los obreros industriales, en el área industrial de Medellín solamente al 20. Había sido alfabetizado el 80 por ciento de los obreros industriales de Medellín.
Esos grandes avances de educación y de salud, fueron producto de que el antioqueño, además de empujar y trabajar, sabía producir un gran resultado en el tejido social.
Dice la historiadora Patricia Londoño que su tesis termina en 1960, porque a partir de ahí entramos en ese túnel tan difícil del narcotráfico, las guerrillas del odio de clases y la reacción, igualmente cruel, del paramilitarismo.
Todo lo cual estamos en proceso de superar, después de tantos esfuerzos de tantos gobiernos y de tanta sangre de tantos coterráneos y compatriotas.
Otra constante bien importante de esta tierra ha sido el igualitarismo. Difícil encontrar en otra comarca una disposición natural hacia el igualitarismo, como la que se percibe en Antioquia.
Aquí, cuando se tutea o más familiarmente se aplica el vos, se hace con una gran naturalidad, no importa la diferencia en patrimonio entre los interlocutores, en posición social, empresarial, etcétera.
A la tierra del igualitarismo la afectó muchísimo el odio de clases, que coincidió con esa época del túnel, que se está superando.
Cuando recorría el país para buscar la Presidencia de la República, me decían en muchas partes: ‘Nosotros queremos votar por usted, pero es que usted es antioqueño y todo se lo lleva para allá’.
Dije: ‘Tengo un compromiso: estimular un concepto regional, igualmente intenso en todas las regiones de la Patria: que cuando salga de la Presidencia, pueda decir a mis coterráneos antioqueños que procuré que los antioqueños quedaran bien en el corazón de todos los colombianos, de todas las regiones’.
Aquí, en la casa del Profesor López de Mesa, quiero repetir ante ustedes que es el gran esfuerzo que, con la ayuda de mis compañeros de Gobierno, realizamos: trabajar con amor por todas las regiones de Colombia, para que cuando este Gobierno termine, en todas las regiones de Colombia puedan decir: ‘Los paisas nos quieren’.
Venir a la Academia Antioqueña de Historia a recibir este homenaje, para lo cual tendré que trabajar mucho, para mí no es fácil.
Pensaba en estos días en Antioquia, en este lugar, en ustedes, apreciados coterráneos. Y rescaté por allá aquel discurso del General Uribe Uribe, de hace un siglo: ‘Abajo los antioqueños’.
Permítanme leerlo, porque no es muy largo y es bien interesante para recordar ese tramo de la historia de Antioquia, que él comprime tan bien en estas tres páginas:
“(…) En la Plaza de Bolívar y Calle de Florián se oyó, a propósito del desgraciado acontecimiento ocurrido el 19 de los corrientes, el grito de ‘abajo los antioqueños’, proferido no tanto por gente del pueblo que podía proceder por ignorancia, sino por personas de cierta ilustración y notoriedad.
Perfectamente. Vamos a gritar ‘abajo los antioqueños’, pero no así en globo, sino descomponiendo el grito en sus partes naturales. Tomando las cosas cronológicamente, desde el principio, empezamos por clamar:
Abajo Córdoba, el Héroe de Ayacucho.
Abajo Girardot, cayendo herido en la frente, en la cumbre del Bárbula, con la bandera de la República en la mano.
Abajo Liborio Mejía, el mártir compañero de García Rovira.
Abajo Zea, Presidente del Congreso de Angostura, Vicepresidente de la Gran Colombia y nuestro primer diplomático.
Abajo los demás jefes y legiones de antioqueños que contribuyeron a dar libertad e independencia a estos mismos que hoy emplean para darle ‘mueras’.
Abajo el dictador Del Corral, primer redentor de los esclavos.
Abajo su secretario, Doctor José Félix de Restrepo, que en el Congreso de Cúcuta hizo consagrar la medida, y luego fue hombre de nuestra magistratura, junto con Duque Gómez, Uribe Restrepo.
Abajo Don José Manuel Restrepo, el historiador y ministro de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander.
Abajo Juan de Dios Aranzazu, el único antioqueño que durante un siglo de República haya ejercido la Presidencia, y eso sólo por algunos días.
Abajo Alejandro Vélez, el estadista patriota.
Abajo Henao, el vencedor del Puente Bosa contra la dictadura de Melo.
Abajo Salvador Córdoba, Don Manuel Antonio Jaramillo, las víctimas de Cartago.
Abajo José María Salazar, autor de nuestro primer Himno Nacional.
Abajo el General Juan María Gómez, nuestro Primer Ministro en el Brasil.
Abajo Giraldo, el Gobernador íntegro y austero.
Abajo Pedro Justo Berrío, el administrador republicano y probo.
Abajo Manuel Uribe Ángel, el geógrafo, el sabio, el filántropo.
Abajo José María Pardo, Juan Crisóstomo, José Vicente y José María Uribe, grandes médicos y republicanos.
Abajo Gregorio Gutiérrez González y Epifanío Mejía, dulcísimos poetas.
Abajo Emiro Castro, Camilo Antonio Echeverri, autores de cuadros de costumbres.
Abajo el Doctor Carrasquilla, uno de los pocos sabios que en Colombia han sido.
Abajo otros tantos hijos de la montaña que se han distinguido en las letras, en las ciencias, en la política, en la milicia, en el foro, en el sacerdocio y en el arte.
Veamos el mejor modo de apear de su silla al ilustrísimo Doctor Bernardo Herrera Restrepo, Primado de Colombia.
Y abominemos de la memoria de su venerable padre.
Arranquemos y dispersemos al viento las cenizas del ilustrísimo Doctor Vicente Arbeláez, prelado virtuoso y manso.
Solicitemos del Presidente de la República que despida a dos de sus Ministros, al doctor Emiliano Isaza, de Instrucción Pública, y al Doctor Baldomero Sanín Cano, de Hacienda, y a todos los demás empleados antioqueños.
Hagamos en la Plaza de Bolívar un acto de fe con los libros escritos de Andrés Posada Arango, el gran botánico; de Fidel Cano, el periodista inmaculado; de Víctor M. Londoño, el altísimo poeta; de Fernando y Bonifacio Vélez y Luis Eduardo Villegas, insignes jurisconsultos.
De Tomás Carrasquilla, el celebre cuentista; de Eduardo Zuleta, el novelista de tierra virgen; de Samuel Velásquez, el autor de ‘Madre’; de Efe Gómez, Francisco de Paula Rendón, Gabriel la Torre, Max Grillo y cien romancistas, dramaturgos, críticos, prosadores, periodistas.
Y agreguemos a la hoguera el ‘Cristo’, de Montoya, y los cuadros de Francisco A. Cano, el pintor genial.
Exijamos al General Rafael Reyes que retire una de sus célebres y justicieras frases, la aplicada a Antioquia, cuando la llamó ‘pueblo del hogar cristiano y del trabajo honrado’.
Pidamos al legislador medidas urgentes para impedir la alarmante fecundidad de esta raza y limitar la expansión, porque esos hombres, hacha y azada en mano, van extendiéndose demasiado hacia todos los puntos cardinales, amenazando no dejar en pie por parte alguna selvas bravías, que deberíamos conservar con cuidado para morada de las fieras o para inmigración extranjera.
Pero, sobre todo, vámonos, lanceta en ristre, averiguando quiénes, hombres o mujeres, niños o ancianos, tienen sangre antioqueña en las venas, ya pura, ya mezclada con la de otras familias, y obliguémoslas a que se la deben sacar, porque es mucha deshonra uno llamarse José Ignacio Escobar, Rafael Tamayo, Diego Uribe, Marco Fidel Suárez, Francisco Uribe Mejía, Eduardo Posada, Antonio Gómez Restrepo, Antonio José Cadavid, Santiago Espinosa, o descender del patriarca Vespasiano Jaramillo, de Don Vicente Palacio, o llevar cualquiera de esos odiosos apellidos de Sánchez, Arbeláez, Montoya, Gutiérrez, Botero, Lorenzana, Santamaría, Posada, Pizano, Arteaga, Gaviria, Hernández, Martínez, Restrepo, Bravo, Correal, Uribe, Mejía, Álvarez, Toro, Vélez, Salazar, Tamayo, etcétera, que para nada han contribuido a la cultura nacional ni a realzar las virtudes colombianas.
Ni por qué limitarnos a gritar ‘abajo los antioqueños’. No déis a los partidos nombres geográficos, aconseja Washington a sus compatriotas, con profunda sabiduría. Y el día que lo olvidaron, llamándose sudistas y nordistas, corrieron ríos de sangre.
‘Apreciad o condenad a los hombres por su valor intrínseco, no por el lugar de su nacimiento, circunstancia fortuita de que no son responsables y que no envuelve culpa ni mérito’, dice un precepto filosófico.
Si desde ya damos aquel consejo y este precepto, preparémonos a ir gritando, por turno riguroso: abajo los boyacenses, abajo los caucanos, abajo los costeños.
Si son algunas las tribulaciones que disgustan, propéndase por modificaciones o cambios, pero no se equivoque el camino ni se incurra en confusiones llenas de injusticia (…)’.
Creo que este ensayo del General Rafael Uribe tiene tres lecciones muy bellas.
Primero, ese recuento de ese período tan importante de la historia de Colombia, que él lo hace a través de los personajes.
Segundo, el llamado a los hombres a hacer esfuerzos para merecer su gentilicio. Esa es la mayor reflexión que en esta hora me causa esta visita y esta lectura.
Y el tercero, la invitación a que esta nación sepa que es un producto de la diversidad, que es una conjunción de regiones, con una gran riqueza, que se origina en su diversidad.
Muchas gracias, apreciados coterráneos. Procuraré querer a Antioquia, profundamente, hasta el último día de la vida, como la única manera que tengo para agradecer tanta generosidad de mis coterráneos. De nuevo, muchas gracias”. |