DISCURSO DEL COMANDANTE DE LAS FF.MM.
EN LA CEREMONIA DE RECONOCIMIENTO A LAS TROPAS
Bogotá, 16 ago. (SNE).- El
siguiente es el discurso del comandante de las Fuerzas Militares,
general Fredy Padilla de León,
durante la ceremonia de reconocimiento a las tropas, realizada
en la escuela Militar de Cadetes, José María Córdova:
“Estamos orgullosos de cuanto hemos hecho. Estas Fuerzas
Militares nunca fueron inferiores a su destino y no lo serán
en la hora que nos corresponde vivir. En largos años hemos
sabido aprovechar nuestros éxitos innumerables, pero también
aprendimos graves lecciones, templadas en la fragua del dolor y
la derrota. Pero nada, ni las incomprensiones, ni las calumnias,
ni los obstáculos, ni el acero enemigo, ni los reveces inevitables,
podrán contra el espíritu indomable que en nosotros
alienta.
La lucha siempre es dura, y el momento
de la victoria final, que es el nuestro y el de ahora, trae aparejadas
la responsabilidad
y la gloria. Conscientes de lo que ello significa, nuestras órdenes
son precisas y terminantes: vamos a ganar la guerra y vamos a conquistar
la paz. El Gobierno y el pueblo de Colombia están dispuestos
a darnos cuanto esté en sus manos. Lo que haga falta, señor
Presidente, señor Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos,
lo que haga falta lo pondrá nuestro corazón.
Este supremo esfuerzo comporta decisiones
oportunas y valerosas. Desde el alto mando no vamos a rehuír las que sean nuestras.
Pero ninguno de nuestros oficiales y de nuestros soldados dejará de
asumir el riesgo o el compromiso requeridos. En la hora suprema
no caben las vacilaciones ni los errores por omisión. Sobre
todo, no habrá espacio para el peor de ellos, que es el
despilfarro de las oportunidades. En el ataque final, que hoy empieza,
cada uno estará en su puesto y sabrá cumplir su deber.
El que no se sienta con capacidad o entusiasmo suficientes para
esta empresa, dirá ahora, y no más tarde, la palabra
justa y razonable que le ahorre estas obligaciones enormes. Sabremos
comprenderla.
No vamos a equivocarnos, en el momento
culminante, en el diagnóstico
de nuestro deber. Si libramos una guerra contra la agresión
narcoterrorista, la destrucción del negocio de la droga
es una condición de la victoria. El narcotráfico
no será más un problema civil de orden público.
Al contrario, estará inserto en nuestra tarea militar, para
la que nos serviremos de la cooperación invaluable de la
Policía Nacional y la que nunca agradeceremos bastante;
la de los países amigos que nos tienden su mano solidaria,
y con generosidad que no ha conocido límites nos ilustran
con su sabiduría y su experiencia. Los enemigos que acabaremos
de vencer, han cometido todos los ultrajes imaginables contra el
género humano. Su ingenio para el mal desborda las previsiones
de los Protocolos de Ginebra y lo han afinado en la más
cruel, abyecta y despiadada técnica de maltrato, que es
la del secuestro. Mientras alguno de nuestros compatriotas gima
entre estas cadenas infames, no tendremos descanso ni daremos por
concluida la faena.
Las fuerzas del terror están aisladas y cercadas, pero
no lo suficiente: no falta camino cada día más difícil
por recorrer. Resultan contingencias y como dijo el señor
presidente Alvaro Uribe Vélez, en la tarde anterior en la
Ciudad de Cúcuta: “estos bandidos no negociaran por
concesión política, sino por estado de necesidad”,
por lo tanto, no las vamos a subestimar, sobre todo en su aparato
financiero, el lazo de unión con sus condiciones de sobrevivencia.
Derrotar las finanzas de los bandidos en armas, bloquear su acceso
a los precursores químicos, los combustibles y el cemento
con que trabajan la hoja de coca y la amapola, es una orden perentoria
e incuestionable. Y, punto a los cabecillas, serán tan importantes
los que tienen responsabilidad armada directa, como los que hacen
posible su acción detestable, a través del comercio
de los alucinógenos y la financiación del equipo
y el sostenimiento de sus despreciables mercenarios. La erradicación
de los cultivos ilícitos, dentro de esta lógica insobornable,
se vuelve también asunto de nuestro fundamental cuidado.
Seremos, acaso, el primer ejército que en la historia gane
una guerra con la preocupación fundamental del respeto al
Derecho Internacional Humanitario, que contemplamos desde la atalaya
luminosa de nuestra Constitución y nuestras leyes. No vamos
a deshonrar nuestro combate con un acto salvaje, con una crueldad
o una cobardía con el vencido. Los resultados nos legitiman
ante el pueblo por el que luchamos, la Justicia nos justificará ante
el mundo y ante la posteridad. Será mil veces preferible
un revés momentáneo que soportar para siempre una
indignidad.
Nunca se ganó una guerra perdiendo el respaldo popular.
La abrumadora favorabilidad con que los colombianos juzgan nuestra
conducta, no puede envanecernos ni torcer nuestro camino. Bajo
las instrucciones del poder civil, contribuiremos a la construcción
de la paz. Las tierras y los bienes de todos los bandidos que han
asolado la República tendrán que volver a su titular
legítimo, que es el pueblo de Colombia. Cada unidad militar
estará obligada a denunciar las seudo propiedades de los
delincuentes en derrota. Nuestra proximidad al gran escenario de
los acontecimientos, nos convierte en actores fundamentales en
el descubrimiento de esos activos mal habidos, y en la garantía
plena de la nueva, limpia, creativa propiedad que los jueces otorguen
sobre ellos.
Por nuestras limitaciones, Colombia tenía hasta hace poco
perdida la soberanía sobre la mitad de su territorio. Eso
no sucederá nunca más. Hay errores que no se pueden
repetir y no nos faltará lo necesario para asegurar, desde
el día de la próxima victoria, el bien inestimable
de la paz dentro del orden.
Estas palabras están autorizadas por nuestro comandante
supremo, el señor Presidente de la República y el
Señor Ministro de Defensa. Asumimos cada uno de estos compromisos
con la solemnidad con que un día prestamos ante la Bandera
nuestro juramento de honrarla, defenderla y servirla. Mejor ahora
que nunca, la victoria, limpia y contundente, es el primero, inaplazable
y más sagrado de nuestros deberes.
Soldados de tierra, mar y aire: ¡Firmeza
y Honor!”
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