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22 de febrero

EL RUMBO SE CORRIGE, PERO NO SE DETIENE

  • En este momento de la historia de la Patria requerimos comandantes victoriosos. No requerimos comandantes para justificar derrotas.
  • Los maltratos afectan la confianza del soldado en la institución. Quien maltrata no tiene confianza en la Institución porque la irrespeta. Los maltratos afectan la confianza de los padres de familia de los soldados en la Institución. Esa desconfianza contagia y puede conducirnos a una perdida general de confianza, que hay que evitar.
  • El soldado maltratado es un soldado que se resiente. Puede llegar a ser un soldado valiente, agresivo, con iniciativa, pero finalmente llegará a ser un soldado amargado y resentido.
  • Batallas que se dan al amparo de las fuerzas de la amargura y del resentimiento, son batallas que se pierden.
  • El maltrato al soldado lo autoriza para maltratar. Primero, sufre él el maltrato y después se siente autorizado para maltratar al criminal, al terrorista, para maltratar al ciudadano inocente.
  • Al soldado hay que enseñarlo a ganar, sin autorizarlo para maltratar.
  • La victoria militar necesita que perdure la confianza de opinión. Con maltratos se pierde la confianza de la opinión. Con maltratos, al perder la confianza de la ciudadanía, se afecta la posibilidad de continuar esta batalla hasta que nuestra Fuerza Pública consolide la victoria.
  • Si algo debe quedarnos claro en este triste episodio, es que hay una profunda relación entre los derechos humanos que tenemos que respetar en nuestro combate a los criminales, los derechos humanos que tenemos que respetar en nuestra relación con la ciudadanía y los derechos humanos que tenemos que respetar al interior de la Fuerza.
  • Si los violamos al interior de la Fuerza, perdemos la credibilidad para defender que los observamos ante ciudadanía y ante los criminales.
  • Estos no son incidentes de poca monta, son profundos. Son profundos porque la política de Seguridad nuestra, no es la política de seguridad de una dictadura. Esta política es democrática porque es una política en un Estado de opinión.
  • En Colombia, en estos días, hemos tenido dos debates: el debate de la violencia infantil y el debate de este incidente lamentable de torturas al interior de la Fuerza. No los podemos desvincular. Hay que preguntarse ¿cuál de los dos incide más en el otro? Si no corregimos la violencia infantil, que hay que corregirla al interior de nuestras familias, entonces estaremos maltratando niños para que finalmente sean soldados maltratados u oficiales que maltratan. Y si no asumimos, de una vez por todas, el compromiso de que no haya maltratos en la Fuerza Pública, se seguirá viendo en Colombia, como algo natural, que se maltrate en la Fuerza Pública o al interior de las familias.

Bogotá, 22 feb. (SNE). A continuación el texto completo del discurso del presidente de la República, Álvaro Uribe Vélez, durante la ceremonia de asunción del General Mario Montoya Uribe como Comandante del Ejército Nacional:

“Regresamos a este campo de parada de la Escuela José María Córdova, a cumplir con un rito, que se da en circunstancias accidentadas y difíciles, para presenciar la asunción del mando del Ejército Nacional por parte del General Mario Montoya Uribe.

Ingresó a su carrera militar hace 36 años. Empezó como lancero, paracaidista, experto en explosivos, trabajó en contraguerrillas e inteligencia militar. Comandante de compañía de la Escuela Militar, Comandante de Grupo de Caballería en Cúcuta, Comandante del Batallón de Inteligencia No. 4 en Villavicencio, Director de la Escuela de Caballería, Comandante de Comando Operativo No. 9 en el Bagre (Antioquia), Comandante de la Brigada 18 en Arauca, Agregado Militar en Inglaterra, Director de Inteligencia del Ejército, Comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta del Sur, Comandante de la 4 Brigada, líder de las Operaciones Mariscal y Orión en las comunas de Medellín, Comandante del Comando Conjunto No. 1 del Caribe.

El General Mario Montoya asume, por sus méritos, el Comando del Ejército de la Patria. En sus manos pulcras, en su carácter firme, en su personalidad espontánea y comunicativa con los colombianos, en su identidad de combatiente de todas las horas, los altos mandos, el Ministro y yo, entregamos a usted hoy, el Comando del Ejército de nuestra Patria.

General: llega usted en un momento en el cual este desafío del terrorismo no es para prolongarlo. Este desafío del terrorismo no es para que los hechos sigan dando oportunidad a los analistas de decir que aquí hay una guerra prolongada de baja intensidad. Su misión es, superarlo para siempre. Que usted, los altos oficiales, los oficiales, los suboficiales y los soldados de la Patria, en compañía de las otras Fuerzas, le digan a Colombia que su misión es la de poner, de una vez por todas, fin a estas dificultades.

Hay limitaciones presupuéstales, siempre las habrá. Hay limitaciones de infraestructura, siempre las habrá. Hay limitaciones de tropa, siempre las habrá. En este momento de la historia de la Patria requerimos comandantes victoriosos. No requerimos comandantes para justificar derrotas y la victoria, para bien de Colombia, hay que obtenerla con más o con menos recursos. La victoria, para bien de Colombia, hay que obtenerla con más o con menos infraestructura. La victoria, para bien de Colombia, hay que obtenerla con más o con menos soldados. Es la hora de la victoria, General Montoya.

Varias generaciones perdidas por la incertidumbre y el derramamiento de sangre de este desafío terrorista, reclaman hoy, desde todos los estratos sociales, desde todos los puntos cardinales de la Patria, que esta sea la hora de la victoria definitiva.

Ese es el fondo. Esa es la idea. Ese es el propósito. Ese es el aliento que subyace a su designación, señor General Montoya.

Quiero saludar a su familia, agradecer la abnegada compañía que le han dado, la calidez del hogar con que lo han rodeado, que ha hecho posible su exitosa vida militar y anticipar a doña María Eugenia, a sus hijos y a toda su familia, la gratitud del pueblo y del Gobierno por la compañía que le den en esta etapa crucial que inicia.

Compatriotas:

Acudo a este campo de parada de la Escuela José María Córdova en un momento en que los sentimientos se nos han afectado, en que la tristeza nos ha embargado, en que la consternación ha querido crearnos dudas.

Nada más importante en los momentos de dificultades, que asumir las responsabilidades. Nada más importante que reconocer las dificultades, corregir el rumbo, más no detenerlo.

Compatriotas, el rumbo se corrige, pero no se detiene.

No puede haber un solo segundo sin solución de continuidad, no puede haber un solo minuto de parálisis de nuestra voluntad y de nuestra acción para recuperarle a Colombia plenamente, con espíritu y con praxis democrática, su seguridad.

Nada más importante en momentos de dificultades, que alimentar la voluntad con energía, con energía creadora. No dejar que la consternación bloquee la imaginación, no permitir que el dolor enceguezca. Acudo a este campo a decir a todos ustedes, que la energía que necesitamos para superar dificultades, tenemos que situarla en el corazón.

Con energía en el corazón, quiero dirigir unas palabras al Ejército de la Patria, a toda la Fuerza y a todos mis compatriotas. Y lo hago con facilidad, porque quiero esta Fuerza Pública, no pienso en la Fuerza Pública como un extraño, no actúo ante la Fuerza Pública como alguien ajeno a ella, no pertenezco a la idea de que para ser demócrata y civilista hay que renegar de la Fuerza Pública.

He creído trabajar en Colombia para que todos los compatriotas entendamos que la Seguridad Democrática es el primero de los valores democráticos, piedra angular para que los otros valores democráticos funcionen y que, por ende, no se excluye la Seguridad Democrática con los otros valores democráticos.

He querido proceder, desde hace muchos años, cuando era Gobernador de Antioquia, con la confesión y la exteriorización de todos mis errores y limitaciones. Como un demócrata comprometido con la Fuerza Pública, como esa especie rara que es producto de la combinación de la democracia y del sentimiento militar. Por respeto, jamás me he vestido con el camuflado, pero ustedes saben que debajo de este Everfit de civil, hay una constitución física, un corazón y un sentimiento de soldado y de policía.

Les hablo como un ser lleno de limitaciones, pero con esa mezcla entre el respeto a la democracia y el compromiso profundo y afectuoso con la Fuerza Pública. Quiero dirigir estas palabras con toda franqueza y con todo cariño.

No he entendido mi función como la función de alguien externo, llegado para maltratar la Fuerza Pública, sino como la función de un civil que ha luchado en la democracia y que ha tenido el mandato popular de dirigirla, de acompañarla, de apoyarla, de escucharla, para bien de la Patria.

Rindo, en primer lugar, un homenaje al General Reynaldo Castellanos, al soldado, al patriota honesto, al batallador en todos los sitios del territorio.

En este mismo campo lo posesioné como Comandante del Ejército y no lo hice por circunstancias del albur.

Cuando empezó el Gobierno, nuestra primera etapa del Plan Patriotas fue en Cundinamarca, él la dirigió con éxito. Después le confiamos la primera etapa de la Operación Omega, que era la continuidad del Plan Patriota, la dirigió con éxito. Y de allí ascendió a la comandancia del Ejército de la Patria.

En algún momento le impondremos las condecoraciones que merece, y seguramente, ese día le diremos unas palabras amables, que no trascenderán, se quedarán en privado. Por eso hoy, que trascienden, cuando mucha atención de los compatriotas está convocada por estos acontecimientos, le rindo un homenaje de admiración y de gratitud al soldado, que el general Reynaldo Castellanos ha encarnado.

Quiero, mirar algunos elementos de nuestra política de Seguridad Democrática.

Esa política de Seguridad Democrática necesita, voluntad política, necesita agresividad, necesita transparencia, necesita acompañamiento integral, necesita credibilidad.

La voluntad política en un Estado de opinión no depende solamente del Presidente de la República, depende del grado de aceptación del pueblo a una política de seguridad.

Ustedes saben que yo tengo toda la voluntad política para recuperar la seguridad en Colombia, que no hemos tenido limitaciones en la decisión, ni cálculos personales. Que hemos estado dispuestos a enfrentar todos los riesgos sin vacilación para recuperar la seguridad.

He procurado, asumir todas las responsabilidades políticas y en todos los momentos difíciles. He procurado que ustedes no se sientan solos. Que el Presidente de la República asuma las mayores responsabilidades en momentos tan difíciles como el incidente con la hermana República de Venezuela cuando se capturó al señor Granda. Procuré que ustedes no se sintieran solos, que sintieran que el Presidente de la República, su Comandante constitucional, era quien asumía –como en efecto ocurrió- la voluntad política.

He procurado asumir la responsabilidad política, que ustedes sientan esa responsabilidad, cuando hemos tenido incidentes con la hermana República del Ecuador, solamente provocados en el propósito de liberar a Colombia del terrorismo y de proteger la vida de nuestros soldados.

He procurado asumir la responsabilidad política de inmediato, sin esguinces, sin ocultamientos, en momentos tan difíciles entre los cuales recuerdo aquella ocasión cuando el terrorismo de la FARC asesinó al ex ministro Gilberto Echeverri y al gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, justamente en una operación de rescate que intentaba nuestra Fuerza Pública.

He procurado asumir la responsabilidad política ante la comunidad internacional, en el Parlamento Europeo, en los Estados Unidos, en nuestra hermana Suramérica.

He procurado asumir la responsabilidad política en todo el debate con Ong’s que cuestionan nuestra política de seguridad.

Lo he hecho, porque entiendo que la voluntad política tiene que expresarse con la asunción de la responsabilidad política.

Soy de la idea que cuando el Presidente de la República calcula, recorta, elude su responsabilidad política en materia de seguridad, en ese momento se ve limitada, se ve inoculada de precariedad, la manifestación de la responsabilidad política.

He querido que ustedes sientan la voluntad política en el apoyo a sus iniciativas, en el estímulo a nuevas iniciativas, en la toma por parte del Presidente de la República de decisiones altamente riesgosas y necesarias. Una de las últimas, emprender con ustedes la operación Colombia Verde para arrebatarle al terrorismo el Parque Nacional de la Macarena, devolvérselo a Colombia, de la droga, a la biodiversidad.

Pero esa voluntad política se vuelve precaria cuando el pueblo no respalda un propósito de seguridad. Esa voluntad política y la posibilidad de asumir responsabilidades políticas, decaen cuando el pueblo no respalda un propósito de seguridad.

La voluntad política, en un Estado de opinión –que es el nombre que realmente hay que darle a la visión moderna del Estado de Derecho- depende de la manera como quien tiene que ejercerla –en este caso el Presiente- pueda, en todo momento, tener respaldo de la ciudadanía y transmitirlo a la Fuerza Pública.

Tenemos que cuidar en el Estado de opinión la confianza ciudadana. Los maltratos la afectan.

Los maltratos afectan la confianza del soldado en la institución. Quien maltrata no tiene confianza en la Institución porque la irrespeta. Los maltratos afectan la confianza de los padres de familia de los soldados en la Institución. Esa desconfianza contagia y puede conducirnos a una perdida general de confianza, que hay que evitar.

Si eso se diera, habríamos perdido todas las posibilidades para transmitir voluntad política a las Fuerzas y para asumir las responsabilidades políticas que implican altos riesgos.

El segundo elemento la agresividad, la iniciativa.

La Fuerza Pública de la Patria no puede vivir en la teoría, tiene que estar en permanente disposición de agresividad en la iniciativa, pero esa agresividad no es compatible con maltratos.

Por ejemplo, al soldado hay que formarlo en la convicción de la agresividad, pero la agresividad tiene que ejercerse en la Fuerza Pública con alegría, no con amargura.

El soldado maltratado es un soldado que se reciente. Puede llegar a ser un soldado valiente, agresivo, con iniciativa, pero finalmente llegará a ser un soldado amargado y resentido. Batallas que se dan al amparo de las fuerzas de la amargura y del resentimiento, son batallas que se pierden.

El soldado victorioso tiene que ser un soldado que proceda con espontaneidad y con alegría, por eso al soldado hay que formarlo sin maltratarlo.

El maltrato genera resentimiento y amargura. El resentimiento y la amargura como estímulos de la conducta, conducen a la derrota.

El soldado victorioso es el soldado con fortaleza, con agresividad, con iniciativa y con alegría y espontaneidad. Para que no se pierda la alegría, para que fluya la espontaneidad, el soldado no puede ser maltratado.

El maltrato al soldado lo autoriza para maltratar. Primero, sufre él el maltrato y después se siente autorizado para maltratar al criminal, al terrorista, para maltratar al ciudadano inocente.

Si algo tiene que caracterizar a la Fuerza Pública de la Patria, es su capacidad de ser victoriosa con transparencia. Al soldado hay que enseñarlo a ganar, sin autorizarlo para maltratar.

Esto hay que repetirlo y repetirlo. Tiene que interiorizarse en nosotros, quienes tenemos las máximas responsabilidades y tiene que interiorizarse en cada uno de los oficiales, de los suboficiales y en todos los soldados y policías de la Patria.

No puede haber maltrato de palabra ni de obra al interior de la Institución, ni en la relación de la Institución con los criminales. A los criminales hay que derrotarlos transparentemente, sin afectarle los derechos humanos.

Y en la relación de la Fuerza Pública con la ciudadanía, todos los días tiene que haber delicadeza.

El soldado de la Patria, al campesino, al turista en el aeropuerto, al ciudadano que requisa en la carretera, tiene que transmitirle cariño, espontaneidad, alegría. Es fundamental para que en la ciudadanía se de esa confianza y esa legitimidad de las cuales, en el Estado de opinión, emanan las posibilidades para que el Presidente de la República pueda cumplir con el ejercicio de la voluntad política y con la asunción de responsabilidades políticas.

Hemos hablado de voluntad política, hemos hablado de agresividad, de iniciativa con alegría, con espontaneidad, sin maltratos. Hablemos de la credibilidad.

Sabíamos que era no era fácil en Colombia la elección de un Presidente comprometido en la derrota del terrorismo. Lo logramos, en un ejercicio pedagógico muy esforzado, compenetrándonos mentalmente con nuestros compatriotas en el sentido de que la derrota del terrorismo es un imperativo para la profundización de la democracia. En el sentido de que la postura de seguridad no es una postura que niega las libertades, al contrario, las tutela, las protege.

Cambiar una mentalidad dirigente, en un Patria que la habían enseñado a rechazar las políticas de seguridad, que le habían indicado que la civilidad era sinónimo de debilidad, que la habían desorientado haciendo creer que para ser demócrata había que ser permisivo y amigo de los terroristas e indiferente o desdeñoso frente a la Fuerza Pública. Cambiar eso no ha sido fácil.

Desde el momento en que empezamos esa tarea, sabíamos que teníamos dos victorias por conseguir, ambas muy difíciles: la victoria de opinión y la victoria militar.

El pueblo nos ha rodeado, pero esa confianza hay que cuidarla, alimentarla, fertilizarla todos los días. No hay nada más grave que confiarse en la confianza. No hay nada más necesario que alimentar con esmero la confianza.

Y nos falta la definitiva derrota militar. Sabíamos y sabemos que es difícil, somos conscientes, y así nos lo dice el pueblo, que vamos ganando, pero no hemos ganado todavía.

Sabemos que esto toma tiempo, nunca nos comprometimos con plazos cortos ni con resultados inmediatos. Lo que le comprometimos al pueblo fue una obligación de medios, de trabajar de día y de noche, sin vacilaciones, sin cálculos personales, para derrotar el terrorismo.

Compatriotas, distinguidos Comandantes, soldados y policías de mi Patria: la victoria militar necesita que perdure la confianza de opinión. Para poder prologar, profundizar, pulir, fomentar esta acción de Seguridad Democrática, se necesita dinero, se necesita infraestructura, se necesitan soldados, aviones, helicópteros. Todo eso es estéril aunque se consiga, si no hay confianza de opinión.

Lo básico para poder avanzar en esta tarea, hasta lograr la victoria de la Institución armada de la Patria, que es la victoria de la Constitución y la victoria de la democracia, es todos los días, consolidar la victoria del apoyo de opinión.

Con maltratos se pierde la confianza de la opinión. Con maltratos, al perder la confianza de la ciudadanía, se afecta la posibilidad de continuar esta batalla hasta que nuestra Fuerza Pública consolide la victoria.

La credibilidad de la política de Seguridad depende de la eficacia y de la transparencia.

Cuando los colombianos salen a las carreteras, los unos en buses y los otros en vehículos particulares, recuperan la confianza en el derecho a gozar su Patria, se instalan los humildes restaurantes en las carreteras, encuentran los colombianos empleo en los hoteles, los niños agitan una bandera de Colombia para saludar a los soldados y a los policías que están a la vera del camino, los colombianos sienten confianza en su Institución armada.

Pero, cuando se maltrata un soldado y el dolor de ese soldado se refleja en su madre, en su padre y ese dolor contagia a la comunidad, se afecta la confianza.

La confianza es producto –repitámoslo una y mil veces- de la eficacia y de la transparencia.

La transparencia es un compromiso práctico con los derechos humanos. Otros ejércitos del Continente derrotaron movimientos insurgentes, al costo de suspender la vigencia de los derechos humanos. El nuestro tiene que demostrar que es capaz de derrotar el terrorismo, observando rigurosamente los derechos humanos.

Otros gobiernos del Continente derrotaron el terrorismo al costo de suspender las libertades públicas. En Colombia tenemos que demostrar nuestra capacidad de derrotar el terrorismo y simultáneamente, de profundizar las libertades públicas.

Generalmente, los derechos humanos se miden en las acciones de la Fuerza Pública frente a los criminales y frente a algunos sectores de la sociedad civil. Excepcionalmente se miden al interior de la Fuerza Pública.

Pero, si algo debe quedarnos claro en este triste episodio, es que hay una profunda relación entre los derechos humanos que tenemos que respetar en nuestro combate a los criminales, los derechos humanos que tenemos que respetar en nuestra relación con la ciudadanía y los derechos humanos que tenemos que respetar al interior de la Fuerza.

Si irrespetamos los derechos humanos al interior de la Fuerza, estamos autorizando que las víctimas y victimarios de esas violaciones, nos irrespeten en su relación con la ciudadanía y en su combate a los criminales.

Colombia, durante muchos gobiernos, ha hecho un infinito esfuerzo de sensibilización de los soldados y policías en materia de derechos humanos.

El Vicepresidente de la República en su continuo diálogo con la comunidad internacional, exhibe nuestros esfuerzos en formación de derechos humanos, las cátedras y los alumnos en derechos humanos en nuestra Fuerza Pública, las tareas en procura de que haya una gran conciencia de derechos humanos.

Nada menos, la semana anterior, defendía yo –en alguna difícil reunión en los Estados Unidos- nuestro récord en derechos humanos. ¿Qué pasa?, que si se violan los derechos humanos al interior de la Institución, no nos van a creer que respetamos los derechos humanos en el combate a los terroristas y en las relaciones con la ciudadanía.

Allí hay dos problemas: uno de credibilidad y otro de estímulo de conductas.

Si los violamos al interior de la Fuerza, perdemos la credibilidad para defender que los observamos ante ciudadanía y ante los criminales.

Si violamos los derechos humanos al interior de la Fuerza, entonces no estimulamos conductas de respeto de derechos humanos, sino que estimulamos conductas de violación de derechos humanos.

Ahí vamos viendo cómo estos no son incidentes de poca monta, son profundos. Son profundos porque la política de Seguridad nuestra, no es la política de seguridad de una dictadura. Es democrática, no sólo por ser la política de seguridad de un gobierno democrático comprometido en la protección de los valores democráticos. Esta política es democrática porque es una política en un Estado de opinión.

Cuando mis profesores de derecho, unos solamente nos enseñaban la tesis de la dictadura del proletariado como forma de Estado para sustituir lo que ellos llamaban el Estado de la explotación capitalista, otros –en buena hora- nos enseñaban los elementos característicos del Estado de Derecho. El Estado con la Constitución escrita. Eso hoy no lo distingue de otros Estados. El Estado con distribución de las competencias del poder en ramas. Eso hoy no lo distingue de otros Estados. El Estado con órganos de control. Eso hoy no necesariamente distingue al Estado de derecho de otros Estados. El Estado con participación de opinión, a mí juicio, ese es el elemento característico singular del Estado de Derecho, el elemento que finalmente identifica al Estado de Derecho y lo distingue de otros Estados.

Pues bien, es un Estado de opinión y esta política de Seguridad, es una política en un Estado de opinión.

Hoy, casi ningún gobernante en el mundo se niega a obedecer una ley externa, hetenónoma, como lo denominan los juristas-. Lo que distingue unos gobiernos de otros, es su respeto por la opinión. Eso es lo que identifica nuestro Estado de Derecho.

Por eso, nuestra política de Seguridad está soportada en las operaciones militares y policivas, pero fundamentalmente, en la confianza de opinión. Esa confianza de opinión depende de nuestra eficacia. Esa confianza de opinión depende de nuestra observancia de los derechos humanos.

En Colombia, en estos días, hemos tenido dos debates: el debate de la violencia infantil y el debate de este incidente lamentable de torturas al interior de la Fuerza. No los podemos desvincular. Hay que preguntarse ¿cuál de los dos incide más en el otro? Si no corregimos la violencia infantil, que hay que corregirla al interior de nuestras familias, entonces estaremos maltratando niños para que finalmente sean soldados maltratados u oficiales que maltratan. Y si no asumimos, de una vez por todas, el compromiso de que no haya maltratos en la Fuerza Pública, se seguirá viendo en Colombia, como algo natural, que se maltrate en la Fuerza Pública o al interior de las familias.

Todos tenemos que evolucionar. Recuerdo que muy pequeño, cuando apenas balbuceaba palabras mi hijo mayor, yo creí estrenar la autoridad pelándolo. ¡Qué error! Me he gastado muchos años de la vida y muchas expresiones de cariño con él, haciéndole entender que me equivoqué. Con el segundo estrené ese lado amable de la paternidad.

¿Saben cómo formamos a los soldados?: con disciplina, sí; exigiéndoles estudio, sí; con severidad, sí, para que mejoren la condición física; exigiéndoles compromiso con la Patria, exigiéndoles que en el soldado no pueden haber días de fiesta ni horarios de locha, ni sentido de vacaciones, pero al soldado hay que transmitirle cariño. El valor del soldado se forma en el cariño, el valor del soldado no se forma en el maltrato.

Con los jóvenes, para que sean hombres de bien, hay que ser totalmente severo, pero la severidad tiene un componente fundamental que es el cariño. La severidad para producir buenos resultados, no puede acompañarse de maltratos.

Visitemos señor Ministro, señores Generales, en los próximos días el Batallón de Honda, convoquemos allí a todos los padres de familia vinculados a este incidente, y a los soldados, y asumamos desde allí la responsabilidad de rectificar estos errores, de que jamás vuelvan estos errores a pretender manchar el buen nombre de los soldados y de los policías de la Patria.

Expreso mi voz de gratitud al General Reynaldo Castellanos y pido a usted, General Montoya, que conduzca al Ejército de la Patria con un propósito: la victoria.

Muchas veces, en las Brigadas bajo su comando vi una pancarta que ponía entre comillas aquella frase de El Libertador: “Dios da la victoria a la perseverancia”.

¡Colombianos, perseveremos para cosechar victorias!

¡Colombianos, perseveremos para superar dificultades!

Soldados de mi Patria, ¡perseveremos para corregir los errores que hayamos cometido!

¡Perseveremos para que la democracia de esta gran Nación, disfrute pronto la victoria total de nuestros soldados!

Muchos éxitos General Montoya.

 
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