PALABRAS DEL PRESIDENTE
URIBE AL RECIBIR TÍTULO DOCTORADO HONORIS CAUSA DE LA UNIVERSIDAD
ANDRÉS BELLO
Santiago de Chile, 27 nov (SNE). Las
siguientes son las palabras del presidente de Colombia, Álvaro
Uribe Vélez, durante la imposición del Doctorado
Honoris Causa, título que le otorgó la Universidad
Andrés Bello.
“Chile y Colombia son miembros de esa
gran sociedad de hermanos que está llamada por vocación,
la América Latina.
Por la vía del ejemplo de Don Andrés
Bello, el leal compañero de El Libertador en la lucha
emancipadora, el pensador, el revolucionario liberal, el poeta,
el codificador, el gramático, el pedagogo, Chile y Colombia
comparten hoy una íntegra y superior fraternidad que nos
permite soñar en una alianza política profunda
y un destino común de progreso y desarrollo, fundados
en la preservación de nuestra larga tradición republicana.
En los albores de la Independencia, Don Andrés
Bello acompañó a Bolívar a Inglaterra para
predicar ante el Pueblo y el Gobierno británicos la justicia
de la causa.
Desde 1810 permaneció en Londres como
puntal y enlace de la emancipación americana, a la que
sirvió con el desinterés heroico de los sabios.
Allí profundizó en el conocimiento de la filosofía
política liberal, el derecho y la gramática que,
pensaba, eran la mejor herramienta para fundar una gran confederación
de repúblicas unidas por su origen común, idioma
y militancia en instituciones democrático-liberales.
A través de Don Andrés Bello,
se unen las gestas de Bolívar y O’higgins y los
destinos de Chile y Colombia. Como Secretario de la legación
chilena, primero, y luego de la legación de Colombia, él
creó lazos de confianza entre los dos caudillos de la
Independencia, a los que fue nutriendo con su inmenso aporte
intelectual.
Bolívar solía compartir su pensamiento
con O’higgins. En su prolongada correspondencia, se leen
frases como ésta: ‘Hemos expulsado a nuestros opresores,
fundando instituciones legítimas, pero aún nos
falta poner el fundamento del pacto social, que debe formar de
este mundo una Nación de repúblicas viables’.
Cuando Bello decidió que era el tiempo
del regreso a la Patria Grande para trabajar en la construcción
de una nueva sociedad libre, recibió la invitación
entusiasta de ambos gobiernos para que les sirviera.
El de Chile por conducto de don Mariano Engaña
y el de Colombia por boca del propio Libertador. Las circunstancias
del destino trajeron a Bello, para bien de todos, a esta tierra
del Sur, que lo acogió como un misionero y un maestro
y le dio todo lo que necesitaba para realizar sus ambiciosos
proyectos.
Desde Chile, Bello fue ejerciendo una tutela
intelectual sobre el conjunto de la América hispana. Por
eso ningún nombre mejor que el suyo para bautizar el Convenio
de Integración y Cooperación Cultural y Educativo
de la región.
Bello actuó en Chile como un reformador
social, se abocó de inmediato a la conducción de
una revolución educativa y a la construcción de
un gran ordenamiento jurídico.
Sabía que la ignorancia era la mayor
talanquera para que los hombres se elevaran a la categoría
de ciudadanos. Comprendía también que la instauración
de un nuevo orden político en las antiguas colonias españolas,
demandaba la formulación de un orden legal propio.
En educación su obra fue inmensa. A él
se deben las primeras escuelas dominicales para adultos, a fin
de hacer los actos para el ejercicio político y el goce
de la ciudadanía.
En un artículo de prensa de 1836, formuló esta
crucial pregunta: ‘¿Qué haremos con tener
oradores, jurisconsultos, estadistas, si la masa del pueblo vive
sumergida en la noche de la ignorancia? Es no sólo una
injusticia sino un absurdo privar de los beneficios de la educación
a las clases menos acomodadas, si todos los hombres tienen derecho
al bienestar social’.
Los ecos del pensamiento de Bello llegaban
a Colombia a través de sus cartas y artículos.
Su idea de promover por parte del Estado la
fundación de universidades cayó en tierra fértil
en Bogotá, Medellín y Popayán. Fue en Colombia
en donde germinaron con fuerza sus enseñanzas sobre construcción
y gramática. No sin fundamento escribió Don Miguel
Cané que Bogotá parecía una Atenas Suramericana.
Caro, Cuervo, Suárez, declararon ser
discípulos de Bello. Cuando a nuestro presidente sabio
Marco Fidel Suárez sus paisanos le anunciaron que bautizarían
con su nombre a la pequeña aldea que lo había visto
nacer, Hato Viejo, el rogó, para gloria de Colombia y
suya propia, que mejor llevara el nombre del sabio y patriota
en quien reconocía su principal inspiración. Hoy
esa pujante ciudad industrial de mi comarca lleva con orgullo
el nombre del latinoamericano esclarecido: Bello.
Su idea de educativa tan cercana a la lógica
de John Stuart Mill y a la filosofía fundamental de Balmes,
creo lazos estrechos que se prolongan hasta hoy entre los académicos
chilenos y colombianos.
Ejemplo es esta ilustre universidad, que acoge
como profesores, investigadores y estudiantes a decenas de mis
compatriotas. Ese flujo de estudiantes entre nuestros países
ha creado una larga fraternidad, que llegó a su esplendor
en la relación de solidaridad entre la Premio Nobel Gabriela
Mistral y nuestro presidente– periodista Eduardo Santos.
Cuando por los avatares de la política
Gabriela Mistral fue despedida del Gobierno, Santos, para garantizar
su digna subsistencia, la incluyó en la plantilla de redactores
de su periódico.
Sin habernos visitado nunca Gabriela Mistral,
está en la imaginación de nuestro pueblo como una
compatriota más. Decenas de escuelas públicas llevan
su nombre y su Oración al Maestro nos es tan familiar
como el Nocturno, de Silva, o la Canción de la Vida Profunda,
de Porfirio Barba Jacob.
En materia jurídica, Andrés Bello
se formó en la escuela inglesa. Por eso los conceptos
de seguridad y libertad impregnan toda su concepción del
derecho y de la justicia. Al tocar tierra firme en Chile, se
abocó a la tarea de intervenir en una profunda evolución
legislativa, que no se quedara en las meras recopilaciones.
Su tarea de elaboración de códigos
sistemáticos tuvo momento estelar en la codificación
del derecho civil, obra cumbre del saber jurídico y del
manejo del idioma, un monumento de la cultura jurídica
latinoamericana.
El código es un ordenamiento para la
sociedad civil. Señala a la comunidad con certeza cuáles
son sus derechos y cuáles los deberes en las interrelaciones.
Es el mayor aporte a la construcción de unas bases de
seguridad dentro de un amplio espíritu de libertad.
El Código Sustantivo de Bello tuvo su
complemento con el Procedimental redactado por Florentino González,
compatriota arraigado desde mediados del Siglo XIX en las tierras
chilenas.
Colombia en 1887 acogió el texto de
Bello como propio, tal como propio hemos considerado a su autor.
La convergencia de nuestros pensamientos coincidentes
sobre los conceptos de seguridad y libertad, se manifestó otra
vez, y brillantemente, en 1906.
Rafael Uribe Uribe, rebelde de la Guerra de
los Mil Días, y para ese entonces embajador colombiano
aquí en Santiago, admiró el profesionalismo y eficiencia
de la Fuerza Pública chilena, y convino la llegada a Bogotá de
una misión, que asesorara la fundación de nuestra
Academia Militar y de Policía, y la profesionalización
de la Fuerza.
Bello, al desarrollar la idea bolivariana,
enfatizó siempre sobre la necesidad de integración,
a partir de la construcción de unas relaciones armónicas,
con lazos comerciales, que tienen en sus palabras una virtualidad
pacificadora.
En 1834 pronunció estas palabras que,
aunque referidas inicialmente a Chile, son consigna vigente para
toda la América meridional. Decía Bello: ‘Chile
desea tener relaciones estrechas con todos los Estados que forman
esta gran familia de pueblos libres, a que se gloria de pertenecer,
que descienden de un mismo origen, hablan un mismo idioma, profesan
una misma religión, conocen las influencias de unas mismas
costumbres y de una misma legislación civil, y han organizado
instituciones análogas’.
Hace tres años conmemoramos el nacimiento
del poeta de América Pablo Neruda. Nuestro presidente–humanista
Belisario Betancur encabezó la brillante y numerosa comisión
del centenario.
Miles de niños repitieron con asombro
las palabras milagrosas del bardo y su recuerdo fue una fiesta
popular masiva y alegre. Las palabras más expresivas de
Neruda son para Colombia, país al que amo y del que se
sintió hermano.
Y los colombianos interpretados por Otto Morales
Benítez, sentimos que el Canto General es como nuestro
himno, porque, al decir de Otto Morales Benítez, el Canto
General de Neruda pone en evidencia cómo es nuestra América,
y lo dice amándola, cantándole, exaltándola.
Nos enseñó los nombres de los
ríos más misteriosos, nombró las piedras
que tutelan las canteras en nuestros dramáticos países,
hizo el inventario de los árboles y de los colores de
las flores, se internó por nuestras selvas para poder
cantar, con las voces regionales, a las plantas que alimentan
a las humildes gentes.
Se fue despacio por la historia, para exaltar
los rudos varones de leyenda política, que no tienen sitio
en los cartabones oficiales, sino que son los oscuros precursores
de nuestra Independencia.
Él nos ordenó las sílabas
para que descubriéramos su contorno y su profundidad, él
nos hizo el milagro poético de unificarnos.
Señor Rector, honorables directivos,
investigadores, profesores y estudiantes de la Universidad Andrés
Bello: inspirados en el pensamiento y el talante de la intelectual
de la Independencia y la fundación de las repúblicas
americanas, quiero enunciar unas ideas cuya formulación
he venido desarrollando en el amplio y democrático debate
político que sostenemos los colombianos.
Hemos querido construir confianza en Colombia,
para que las nuevas generaciones vean en el país la posibilidad
de vivir felices; los empresarios, la seguridad para invertir;
los trabajadores, la eficacia del derecho para su labor, a partir
de buscar la aplicación de un concepto democrático
de seguridad.
La nuestra es la Seguridad Democrática.
La denominamos así, y después de más de
cuatro años de practicarla creo que ha merecido ese calificativo.
Lo hicimos por razones de diferente índole:
por una connotación histórica, para marcar la diferencia
con la doctrina de la seguridad nacional, que recorrió el
continente, utilizó la lucha contra el terrorismo para
sustentar dictaduras, cercenar libertades, afectar el disenso,
eliminar el pluralismo.
La nuestra es seguridad para el pluralismo,
para proteger por igual a los ciudadanos empresarios que a los
ciudadanos trabajadores, para que sientan la garantía
de la seguridad los amigos de las tesis del Gobierno y los voceros
de la oposición. Por eso es democrática.
La nuestra busca liberar a los colombianos
de la dictadura que los ha maltratado durante más de cuatro
décadas: la dictadura del terrorismo, que creció sin
freno por parte de la mayoría de los años de Gobierno,
y finalmente terminó generando el terrorismo paramilitar,
que apenas empieza ahora a tener freno.
La nuestra es democrática para liberar
a los colombianos de la fuente de financiación del terrorismo,
que es el narcotráfico.
Nosotros hemos venido defendiendo ese concepto
de seguridad, como un valor democrático y una fuente de
recursos. Y nos ha permitido elaborar un llamado a las democracias
del continente: creemos que es inútil continuar con la
polarización de dividirlas entre democracias de derecha
y democracias de izquierda.
En el giro de la historia el momento quedó atrás.
Las circunstancias permitían ese desarrollo ideológico
cuando era menester enfrentar las dictaduras. Ahora que, al menos
declarativamente, todos giramos alrededor de la regla democrática,
lo importante es medir los grados de democracia.
Para ello hemos propuesto cinco parámetros:
seguridad con alcance democrático, libertades públicas,
cohesión social, transparencia y respeto a la institucionalidad
que converge en la formación del Estado.
Pues bien, esos parámetros parecían
excluirse los unos con los otros cuando se hacían denodados
esfuerzos para marcar diferencias entre izquierda y derecha,
pero cómo han confluido.
La seguridad se presentaba como una aspiración
de la derecha, era rechazada desde las toldas civilistas de la
izquierda, pero hoy, y el caso colombiano sí que lo acredita,
se reclama como un valor democrático, como una fuente
de recursos, se convierte en el elemento que protege el ejercicio
político de la izquierda. La izquierda que inicialmente
rechazaba la seguridad, hoy la reclama, como una condición
necesaria para poder desarrollar su proyecto político.
Y esa seguridad es un valor para el ejercicio
del segundo parámetro, las demás libertades democráticas.
Sin seguridad estas últimas quedan escasamente consignadas
en los textos del ordenamiento jurídico, inocuas e impracticables.
Las libertades públicas eran reclamadas
por la derecha, a la cual se le señalaba que pretendía
enseñorearlas simplemente como libertades formales, para
estancar los procesos sociales.
Finalmente la izquierda tuvo que reivindicarlas
para ejercerlas y buscar darles dinamismo a los procesos sociales.
Ahí vemos cómo en materia de seguridad es imposible
marcar diferencias, en materia de libertades es imposible marcar
diferencias.
Y la cohesión social, que aparecía
como la gran aspiración de la izquierda y que parecía
estar ajena a las ambiciones de la derecha, es hoy una necesidad
sin la cual no es posible garantizar la estabilidad de la seguridad,
ni el horizonte de largo plazo de las libertades públicas.
La enseñanza colombiana nos ha dictado
que se necesita la seguridad para que haya confianza en la economía,
afluyan los recursos y se dé la inversión social.
Y se hace imperativa la cohesión social,
a su turno, como garantía para la sostenibilidad en el
tiempo de la seguridad.
La transparencia es un elemento necesario para
la confianza ciudadana en el modo de gobierno. Y el respeto a
las instituciones independientes que conforman el Estado, es
la garantía de equilibrio para que esa forma de Estado
sea perdurable dentro de un proceso evolutivo de mejoramiento
continuo.
Quiero proponer estos cinco parámetros
a todo el continente como condiciones de mejoramiento de la democracia,
desde esta tribuna respetable que hoy, de manera generosa, me
ofrece la Universidad Andrés Bello.
Permítanme recordar que esta visita
a Chile, en cuyo marco se me otorga este Doctorado Honoris Causa,
que lo entiendo por la generosidad de ustedes y por el merecimiento
no mío sino del pueblo colombiano que quiero representar
en esta ocasión, en el marco de esta visita se ha suscrito
el Tratado de Comercio entre Colombia y Chile, de gran importancia
para tomar de allí muchas lecciones de Chile.
Una Nación que nos ha instruido en la
tesis de que la integración a la economía global
no es un dogma, no es un mandato de la ideología, sino
un requerimiento del pragmatismo.
Dieciséis millones de chilenos quizás
tendrían una economía pequeña si no se hubieran
integrado a la mundial, quizás tendrían 16 millones
de consumidores, pero hoy tienen un mercado de más de
tres mil millones de consumidores. Eso marca la diferencia entre
una economía cerrada y una economía integrada a
la economía mundial.
Más de 50 mercados abiertos les permiten
a los chilenos dormir tranquilos, aun ante la dificultad de que
perezca uno de esos mercados.
¡Qué diferente frente aquellas
naciones que cuando pierden un mercado, tienen la enorme preocupación
de haberlo perdido todo!
Mayores serían las vulnerabilidades
de Chile en materia de energéticos, si no tuviera el gran
resultado derivado de este gran proceso de integración
a la economía mundial.
¡Cómo es de importante y resalta
a los ojos elementales de la observación, la transformación
de su agro! Basta mirarlo aquí en los alrededores de Santiago,
donde las viejas y apacibles instancias pastoriles se convirtieron
en granjas eficientísimas de producción agropecuaria,
con riego por goteo, para la exportación con alta capacidad
competitiva.
¡Qué importante este proceso de
Chile! ¡Cómo nos ha enseñado!
Recuerdo que, reunidos los intelectuales latinoamericanos
de izquierda, en noviembre de 1997, en Ciudad de México,
por primera vez aceptaban los fondos de pensiones y señalaban
que se constituían en un modo de ahorro, de construcción
de capital nacional, que permitía que un país ganara
la independencia financiera, que le era necesaria para poder
defenderse de las crisis internacionales.
Otro ejemplo que nos ha dado esta gran Nación.
Estamos viviendo en Colombia momentos de transformación.
Empieza a fortalecerse la república y a debilitarse el
terrorismo. Durante años parecía que imperaran
guerrilleros y paramilitares. Ahora de nuevo impera la justicia,
los colombianos le han perdido el miedo a la intimidación.
Ahora ya no hay coacción que valga para frenar testigos.
El país está recuperando la institucionalidad.
La Seguridad Democrática hace que los
colombianos se sientan más libres. Muchos intelectuales,
muchos de aquellos que me criticaban y que me señalaban
el presidente del fascismo, paradójicamente han regresado
al país ahora con la protección de nuestra Seguridad
Democrática. Por eso hay que avanzar con la Seguridad
Democrática.
Y este diploma de la Universidad Andrés
Bello no honra en mis vanidades, que necesariamente se opacan
con el avance de la madurez, pero sí obran en los motores
de mi alma para continuar, con mayor dedicación y con
mayor energía la batalla, por la seguridad hasta derrotar
definitivamente el terrorismo del suelo de Colombia.
Tengan ustedes ese compromiso como el fundamental
para reciprocar de alguna manera esta generosa decisión,
para quitarle al país la dictadura del terrorismo, la
dictadura del narcotráfico, para que regrese el pluralismo
democrático en la expresión de toda su eficacia.
Hemos venido a Chile a decirle al mundo, desde
esta Nación que es escuchada en todas las latitudes, que
Colombia necesita la compañía de todo el mundo
democrático para salir adelante, para que se recupere
la justicia, se dé la reparación a las víctimas,
aflore la verdad. Tenemos una Ley de paz, de justicia y de reparación,
pero no de impunidad.
Es muy importante ejercer tanto la autoridad
como abrir las puertas de la reconciliación a partir de
la buena fe de quienes quieran reconciliarse.
De los 60 mil terroristas que encontramos,
se han reinsertado 40 mil: 30 mil de los paramilitares y más
o menos, algo más de 8 mil de los guerrilleros. Imaginarán
ustedes la dimensión del desafío de reinsertarlos.
Basta comparar con otras latitudes. Los grupos
de ETA sumaban y un poco más en docenas los grupos de
IRA. Los nuestros eran 60 mil terroristas, ricos, que no dependían
de la financiación internacional, sino de un negocio autónomo
ilegítimo y con tentáculos en todo el mundo: el
negocio de la droga. Razón de más para que el mundo
nos acompañe en la tarea de derrotarla.
Pero allí vamos saliendo adelante. Hace
cuatro años, en el país había 69 asesinatos
por cada 100 mil habitantes en un período anual. Falta
mucho camino por recorrer. El año pasado fueron 39. Quisiéramos
ninguno. Este año se presenta una reducción adicional
entre el 7 y el 8 por ciento.
El país era afectado con 3 mil secuestros.
Este año todavía hay 300. Pero Bogotá, nuestra
capital, se ha convertido en una de las ciudades más seguras
del mundo. Sus indicadores la muestran a la altura de las más
seguras del continente.
Tenemos 578 mil kilómetros de selva,
una gran alcancía a nuestra biodiversidad, que es aprovechada
por el terrorismo. La destruyen para sembrar droga y también
la utilizan para guarecerse. Comprenderán ustedes que
el tarea de la Fuerza Pública colombiana es difícil.
Este año terminaremos con la fumigación
de 160 mil hectáreas de droga y con la erradicación
manual de 40 mil hectáreas de droga. Todavía queda
un saldo de cultivos muy grande, y nuestro propósito es
avanzar hasta que no haya en Colombia una sola mata de coca,
no haya en Colombia una sola mata de amapola. El mundo nos ha
respondido. Los colombianos también.
Hace cuatro años, la inversión
privada representaba el 6.5 del PIB. Ahora representa el 19.
La inversión total ha pasado de 13 al 26 por ciento. La
inversión privada está creciendo 30 por ciento
por año. Hace cuatro años, el desempleo había
oscilado entre el 17 y el 20, ahora todavía está en
el 12. Pero aspiramos que los esfuerzos que se están haciendo
lo muestren rápidamente por debajo de un digito.
Venimos de pobreza en niveles del 60 por ciento.
Está en menos del 50. Confiamos que el 20 de julio del
2010, en las vísperas del final de nuestro Gobierno, esa
pobreza se haya reducido al 35 y tengamos bastante eliminada
la pobreza absoluta, que ha venido descendiendo del 20 al 14
y esperamos que no quede en más del 13.
Hace cuatro años, para mostrar algunas expresiones de la tonificación
de nuestra economía, en Colombia se vendían 60 mil vehículos,
este año se venden 200 mil automotores.
Hace cuatro años, el país colocaba
en el mercado 60 mil motocicletas. Este año 400 mil.
Durante los dos primeros años de nuestra
administración, economistas críticos señalaban
que el país se estaba empobreciendo, que no crecía
el consumo de alimentos. El crecimiento de la economía
este año puede ser superior al 6 por ciento. Lo que es
muy importante, dado que nuestra economía no es petrolera,
ni minera. Es un crecimiento sustentado en 4.700 productos de
exportación en pequeñas cantidades.
Pues bien, el comercio en términos reales
está creciendo al 15 por ciento, y los alimentos, que
son el gran indicador para medir cómo avanza la capacidad
adquisitiva de los sectores populares, en su consumo en términos
reales están creciendo al 7 por ciento.
Señor Rector, señor Decano, muy
apreciada familia intelectual de la Universidad Andrés
Bello: mil gracias por lo que hacen por el continente, por la
investigación, por la ciencia y por la integración.
Mil gracias por la generosidad con los jóvenes
colombianos, llenos de deseos de profundizar en sus estudios.
Mil gracias por tanta generosidad para con
este servidor público, que la única virtud que
tiene es la de ser un luchador de todas las horas.
No sé qué voy a hacer para honrar
este título, pero sí mantendré la angustia
de no deshonrarlo.
Muchas gracias”.
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