PALABRAS
DEL PRESIDENTE ÁLVARO URIBE VÉLEZ CON OCASIÓN
DEL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DEL EX PRESIDENTE ALBERTO LLERAS
CAMARGO
Bogotá, 4 jul. (SNE).- Las siguientes
son las palabras que pronunció el presidente de la República, Álvaro
Uribe Vélez, en la celebración del centenario del
nacimiento del ex presidente Alberto Lleras Camargo.
Intentar unas líneas sobre el Ex Presidente Alberto Lleras
Camargo es atreverse a escribir sobre un inmortal. Verdad que
lo es, por su obra y su legado. La primera, su obra, ayudó de
manera determinante, durante las décadas de su existencia,
a moldear la república y las instituciones que al regirla
garanticen la convivencia. Lo segundo, su legado, es un necesario
punto de referencia para el servidor público y guía
para la consolidación de la Nación alrededor de
la libertad y la igualdad.
Su única idea de poder era el servicio público
regido por la ley y sometido a la probidad y a la eficiencia.
Era un ejemplo de desdén por el poder personal, de intransigencia
en contra de su ejercicio omnímodo y de solícita
disposición al servicio de las instituciones y del pueblo.
El Ex Presidente Alberto Lleras conectó a nuestra generación
con los próceres de la independencia. Su abuelo, Lorenzo
María Lleras, fue secretario del General Francisco de
Paula Santander, y también, ya sexagenario, integrante
de la Constituyente de Rionegro de 1863. Pero la transmisión
más importante en ese proceso centenario fue la idea de
la ley como factor fundamental de unidad del pueblo, garantía
de libertad y elemento subordinante del gobernante. Idea que
proveniente del General Santander, al recogerla Alberto Lleras,
la convirtió en esencia de su doctrina, que debe ser doctrina
del presente y del futuro de la patria: la ley es superior y
más importante que el gobernante.
Alberto Lleras, para destacar el aporte a la ley, definió a
Santander como el antiprócer. Y de su misión dijo “que
fue la de crear un país que no dependiera de los héroes
sino de la voluntad de los pueblos”, siempre expresada
en la ley.
Podríamos decir que la llama olímpica de la ley
se ha enseñoreado de la Patria gracias a esos 170 años
de recorrido entre las manos de Santander y las de Alberto Lleras.
Su legado incluye la más clara relación entre
la democracia, la ley, la república, la libertad y la
cohesión social.
Cuando mi generación se asomaba al uso de razón,
Alberto Lleras se destacaba como el campeón en la lucha
por la ampliación de la democracia. Acudí de niño,
de la mano de mi madre para acompañarla, a las labores
de proselitismo del plebiscito de 1957 y de la elección
del año siguiente, que con el Frente Nacional trajeron
el derecho de las mujeres al voto y de su llegada a cargos de
elección. Ese pasaje de sufragio universal se vivió en
mi comarca, como en el país entero, con frenesí patriótico.
Y en esas nobles jornadas el sentimiento popular mayoritario
identificaba la democracia de la Patria con la figura cimera
de Alberto Lleras.
En buena hora profundizó para la posteridad el concepto
de la democracia como fuente de la ley que es a su vez causa
de la libertad.
En el discurso de desagravio al Ex Presidente Eduardo Santos
por el cierre de El Tiempo, en referencia a la ley, dijo: ”Cuando
la ley, la ley escrita, la ley común a todos, la ley que
no aplica el político sino el juez, la ley que no nace
de un arrebato de voluntad, de la soberbia y de la malicia sino
de la transacción parlamentaria, del forcejeo inteligente,
de la equilibrada decisión de los delegados del pueblo,
ejerza otra vez su flexible y suave imperio sobre nosotros, la
voz de la libertad que en vuestra garganta ha tenido acentos
espléndidos, volverá a conmover a los colombianos….”
Conceptos semejantes al anterior, materia común en sus
escritos, se constituyeron y son una gran lección sobre
el debate parlamentario, de origen popular, que con las instituciones
de democracia directa, se constituyen en las exclusivas fuentes
formales de la ley revestida de legitimidad.
Por supuesto, fue gran defensor de los partidos políticos,
ajeno al sectarismo, y puede decirse que siempre los concibió como
partidos de opinión y no como agrupaciones para tramitar
intereses diferentes al general. En el mismo discurso al Ex Presidente
Eduardo Santos expresó que “los partidos no eran
bárbaras montoneras de impacientes burócratas,
sino los canales por donde discurrió, entre el fértil
humus democrático, el torrente de sabiduría de
los más grandes varones de Colombia”.
Partidos políticos como “torrentes de sabiduría
y no bárbaras montoneras de impacientes burócratas”,
era su convicción.
Transmitía una gran comprensión del equilibrio
entre la democracia representativa y la participativa. No aceptaba
que los partidos pudiesen sustituir la opinión, les reconocía
la capacidad simple de canalizarla.
Su liderazgo en el Plebiscito exhibe ante la historia su profundo
respeto por la opinión ciudadana y su adhesión
a la democracia participativa que se nutre en mutua implicación
con la representativa.
Fue Alberto Lleras un defensor perenne de las libertades. Defenderlas
y garantizarlas fue el faro que lo guió como periodista,
luchador político, gobernante y en su formidable tarea
internacional.
Creció ante la historia y primero en el respeto de sus
contemporáneos por haber entregado tranquilamente el mando
presidencial a sucesores del partido contrario. Garantista de
las libertades democráticas, cumplió rigurosamente
sus fallos. La manera como dirigió el debate presidencial
en las elecciones de 1946 y reconoció el triunfo conservador
sobre la división liberal, le acrecentaron la confianza
que seguramente incidió para que, de modo diferente a
la primera opción examinada que era la del Doctor Guillermo
León Valencia, se convirtiera Alberto Lleras en el primer
presidente del Frente Nacional.
En tan delicada transición fue depositario de la plena
confianza conservadora, con el Doctor Laureano Gómez a
la cabeza, cuando apenas se iniciaba el experimento de la alternación
entre los mismos que la víspera se trenzaban entre el
odio, la violencia y la desconfianza. Esto lo dice todo sobre
la confianza que inspiraba entre propios y contrarios.
Con los pactos del Frente Nacional, Alberto Lleras veía
realizada su misión histórica de cerrar para siempre
las luchas sangrientas entre los partidos, que él, a través
de solamente dos generaciones de mayores, conocía en detalle
desde la independencia.
Punto fundamental de su pura noción de libertad fue su
concepción del papel de la fuerza pública en la
democracia. Confieso haber leído varias veces su discurso
sobre el tema con el propósito de consolidar nuestra visión
de seguridad democrática.
No admitía la deliberación ni el voto entre los
integrantes de la fuerza pública, porque veía en
ello el riesgo de intromisión de las armas en la política.
Lo horrorizaba la hipótesis de que la férrea jerarquía
de la institución armada condujera a los soldados y policías
a cumplir órdenes superiores a través del ejercicio
del sufragio.
Al interpretar a Alberto Lleras en tan delicado asunto, mantener
a la fuerza pública por encima de la deliberación
y alejada del voto, da a los ciudadanos la garantía de
que las armas de la república son para protegerlos a todos
con prescindencia de sus afinidades políticas. Además,
evita que los subalternos en la institución armada corran
el riesgo de ejercer la libertad democrática del sufragio
con la pérdida de la libertad democrática de la
libre escogencia.
Alberto Lleras fue un gladiador contra el marxismo. Sus críticos
lo interpretaron mal o no quisieron interpretarlo. Su oposición
a esta ideología, a los estados totalitarios de la guerra
fría y a las prácticas que se proponían
en el continente, no era una negación de lo social sino
una defensa de las libertades, que al conculcarlas, conducían
lo social al fracaso.
La historia dirá si fue la alternación la que
engendró las guerrillas marxistas porque supuestamente
restringía los espacios políticos. También
la historia mirará los espacios políticos críticos
y contestatarios que se abrieron, no obstante la alternación.
Pienso que la alternación tranquilizó los espíritus,
con lo cual fueron desvanecidos los impulsos de apelar a dictaduras.
Entonces se crearon las condiciones para que las reglas de la
alternación no fueran obstáculos para que surgieran,
como en efecto ocurrió, el disenso y la crítica,
que llevaban algunos años en el olvido.
Con Alberto Lleras en el timón, en la alternación
germinaron de nuevo las libertades públicas. En consecuencia,
las guerrillas marxistas no se explican en la ausencia de libertades
que no se dio, sino en la circunstancia de que muchos militantes
de las antiguas guerrillas partidistas, antes que desmontarlas,
las adaptaron al marxismo que en la época empezaba a importarse
con febrilidad.
Tenía Alberto Lleras una honda convicción de lo
social. Su participación en la Constitución de
1936 como Ministro de Gobierno, fue su doctorado en el valor
democrático de la igualdad.
Bajo la orientación del Presidente López Pumarejo,
y en la compañía de personas como el Doctor Darío
Echandía, fue Alberto Lleras artífice de primera
línea en la Norma Constitucional que definió la
propiedad como función social.
Al trazar directrices para el Liberalismo, Alberto Lleras hacía
total claridad sobre el carácter de intervención
y no de absorción que debía defender esa doctrina.
Intervención para garantizar lo social y no absorción
para permitir el florecimiento de la iniciativa privada. Rechazaba
el Estado ausente de lo social que finalmente era sustituido
por el capitalismo rapaz.
Nada más contrario a su manera sobria de ser, austera
de vivir, olvidada de pretensiones de riqueza personal, que la
vinculación al capitalismo salvaje e imperialista que
le asignaban sus críticos.
Alberto Lleras percibió su ciclo vital no entre episodios
gloriosos sino entre páginas controvertidas y dolorosas,
que requirieron de muchas de sus virtudes, por él mismo
enumeradas, no porque se las atribuyera sino porque las destacaba
como imprescindibles en la tarea pública. En efecto, entre
las suyas estaban la abnegación, previsión, cooperación,
lealtad con la Patria.
Como a tantos colombianos, el hogar inculcó a mi niñez
amor patrio en dosis superior, y al mismo tiempo admiración
en igual grado por Alberto Lleras. Muchos vivimos la infancia
y primera adolescencia referidas a una asimilación irrompible
entre la Patria y Alberto Lleras.
Mi primer hogar, y era una historia que se repetía en
ciudades, aldeas y campos de la Patria, tenía su fotografía
que se miraba con igual respeto a aquel que se profesaba por
la bandera, el escudo y el Himno. Y cerca, en el mismo espacio,
una radiola philips, de tamaño aparatoso, que mis hermanos,
primos y yo escuchábamos cuando nuestros papás
nos convocaban a oír a Alberto Lleras. Quizá lo
traicionó la propia percepción de su audiencia,
cuando en referencia a Alfonso López Pumarejo dijo que “el
pueblo escuchó por primera vez lo que otros dijeron antes”.
Era idéntica su conexión con el pueblo.
Son pocos mis primeros recuerdos de la televisión en
blanco y negro. Uno de ellos, intenso en mi ser, la transmisión
del sepelio de Alfonso López Pumarejo al regresar su cadáver
de Londres. Al lado de mi abuelo, pasé entre el asombro
por sus lágrimas de dolor por la partida de López
Pumarejo y la concentración de ambos ante el panegírico
que Alberto Lleras leyó con su conmovedora voz. Lo había
escrito con el juicio con que escribió todos los renglones
de su vida, pero en esta ocasión la tinta estaba salpicada
por lágrimas y la razón atribulada por afecto.
Recomendaría a los jóvenes colombianos leer ese
discurso, para apreciar en la merecida exaltación de López
Pumarejo, la dimensión humana, filosófica y patriótica
de Alberto Lleras Camargo.
Jefferson hablaba de aristócratas por poder y por dinero
y de aristócratas por talento y merecimientos. Lo expresaba
en el significado griego de lo mejor en la idea pública
de poder.
Alberto Lleras es un ser superior, por talento y merecimientos,
en la idea pública del servicio.