THE WALL STREET JOURNAL, julio 18, 2002
A BORDO DE "LA CAFETERA" CON EL PRESIDENTE DE COLOMBIA
Por MARY ANASTASIA O'GRADY
CARTAGENA DE INDIAS, Colombia – Hace dos semanas, en una sofocante mañana de verano, los francotiradores del Ejército colombiano apuntaron a la antigua muralla una vez utilizada para proteger a la ciudad de invasores británicos. Bajo un cielo despejado y un sol penetrante, los uniformados, con pesadas botas, miraron una y otra vez la muralla en busca de señales que reflejaran problemas.
Su misión era la de defender al presidente Álvaro Uribe Vélez durante su visita. Los rebeldes han tratado de asesinarlo durante años. Pronto, una caravana armada se extendió por el séquito presidencial, en la carretera junto al mar, hasta el hotel donde Uribe atendió un foro local sobre asuntos de infraestructura.
Más tarde, el Presidente nuevamente estaba a bordo del avión 001, que los colombianos llaman “la cafetera” por ser tan viejo, volando de regreso a Bogotá. Lo entrevisté durante el vuelo y habló sobre la lucha contra el terror y su política de Seguridad Democrática.
En su primer año de Gobierno, Colombia ha ganado un buen espacio a las Farc. Las capturas de guerrilleros y paramilitares han aumentado notablemente, así como las deserciones dentro de los grupos ilegales. En la primera mitad de este año, el secuestro ha disminuido en un 33 por ciento y el país ha registrado uno de los índices de homicidio más bajos de la década.
Aunque a Colombia le falta un largo trayecto para ganar esta guerra, Uribe es inequívoco sobre la necesidad de lograr el desarme total de los insurgentes. Ha manifestado con claridad que negociará con cualquier parte interesada en la paz; no obstante, se rehusa a comprometerse con opositores armados.
“La democracia pluralista no puede aceptar la oposición armada y en Colombia tenemos una democracia abierta,” me dijo. Ésta es su convicción principal, y si ha existido algún Presidente que se mantenga en su posición, es Uribe. Su Gobierno se ha caracterizado por su permanente tour por el país para realizar “consejos comunales”, en los que fomenta el debate político.
El ritmo es agitado y tenso. No importa qué piense una persona sobre las políticas del presidente Uribe, es imposible no reconocer sus habilidades motivacionales. Entre su intenso patriotismo y su optimismo contagioso y, lo más importante, una determinación inquebrantable por derrotar el terrorismo, ha inspirado a la Nación a tener esperanza en el futuro.
Dentro de Colombia, la labor más ardua de Uribe ha sido la de manejar los recursos de un país pobre contra un enemigo que cuenta con muchos fondos derivados del apetito de drogas ilícitas por parte de países ricos. Esa brecha se ha agrandado mientras la violencia espanta a los inversionistas y el costo de oportunidad se ha prolongado por casi una década. Colombia se ha empobrecido mientras los rebeldes se han enriquecido al tomar los negocios de los carteles de drogas derrotados.
Por fuera de Colombia, el gran reto de Uribe es hacer que el mundo comprenda la naturaleza del problema que su país enfrenta. No ha podido convencer a Naciones Unidas de que los rebeldes son terroristas a pesar de las voces izquierdistas que apoyan esa perspectiva. Recientemente, el ex líder del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN, guerrilla salvadoreña), Joaquín Villalobos, escribió un largo ensayo en la revista Semana argumentando que las Farc han perdido toda legitimidad moral y son ahora una empresa puramente criminal buscando poder. Como dice el presidente Uribe: “Las guerrillas están utilizando minas antipersonales y sus fuentes son el secuestro y el narcotráfico. Eso es puro terrorismo.”
Algunos estadounidenses responsables de formular políticas han empezado a notar esto. El Plan Colombia de Estados Unidos, que bajo Bill Clinton prohibió el uso de la asistencia contra narcoguerillas, ahora permite a Colombia “perseguir a los chicos malos.” Esto ha ayudado. Por supuesto, sería tonto sugerir que reducirá los suministros de drogas del mercado mundial. Pero si la meta colombiana es hacer que los gángsters lleven el comercio a otro lugar, el proyecto tiene valor.
Sin sorpresa, los hechos militares no están declinando con las guerrillas. Prácticamente con un apoyo popular nulo, sus opciones son limitadas. No obstante, cuentan con la esperanza de que su legendaria campaña de desinformación, diseñada para desacreditar el liderazgo militar, siga funcionando.
La herramienta escogida en esta propaganda es la acusación recurrente de que los militares tienen nexos con los paramilitares y, por lo tanto, son violadores de los Derechos Humanos. Esta aproximación ha producido resultados a lo largo de los años con el Departamento de Estado de Estados Unidos, que ha jugado el papel de “idiota útil.” Retiró las visas de militares más de una vez y forzó el retiro de los mejores generales del terreno de operaciones cada vez que las acusaciones salieron al aire. Largas investigaciones exoneraron a los acusados. Pero, para ese entonces, los rebeldes tenían lo que querían: la desmovilización de los grandes.
En años recientes, los colombianos han luchado con corage al despedir falsos testigos y simpatizantes de la guerrilla de la Fiscalía General de la Nación. Pero la práctica de inundar a los líderes militares con acusaciones continúa.
Le pregunté al presidente Uribe si creía en la existencia de esos nexos. “Institucionalmente, no. Si ha habido nexos en niveles menores, han desaparecido casi por completo,” manifestó. “Ha habido un gran aumento en los arrestos de criminales y paramilitares. En muchos casos, personas se quejan de que las Fuerzas Armadas no son efectivas. Pero nadie dice que eso se debe a los nexos con paramilitares. Mi conclusión es que las Fuerzas Armadas no han tenido apoyo político, económico y moral.”
Es por eso que, bajo su liderazgo, hay 11,000 solados campesinos patrullando en sus lugares de origen y dos nuevas brigadas móviles que cuentan con una totalidad de 1,200 soldados y 10,000 policías nuevos. La efectividad también ha mejorado una estrategia relacionada con la cooperación civil al recolectar información. Mencionando asuntos de apoyo moral, me dijo que, al tiempo que acepta el poder discrecional de Estados Unidos sobre las visas, piensa que se deberían reconsiderar los casos de los generales que fueron absueltos de todos los cargos en su contra.
El acercamiento serio del presidente Uribe por recuperar el imperio de la ley, el primero en muchos años, ha dado al país unas cuantas victorias. No obstante, el enérgico optimismo, él sabe que muchos retos permanecen sepultados. Colombia, él mismo dice, “tiene la peor amenaza terrorista doméstica del mundo.”