General José María Melo
1854
Nació
en Chaparral, el 9 de octubre de 1800 - Murió
en Zapaluta, hoy La Trinitaria, México,el
1 de junio de 1860
Militar tolimense, Presidente de la República en 1854. Cobrizo, de mediana estatura
y complexión fuerte, fanático de sus caballos
y estricto en la disciplina, es posible que
José María Dionisio Melo y Ortiz sea el único
de los ex presidentes de Colombia cuyos restos
mortales se encuentran fuera de su patria.
Protagonista del célebre golpe político-militar
del 17 de abril de 1854, llevado a cabo por
una insólita alianza de artesanos cada vez
más empobrecidos, y militares e intelectuales
desilusionados de las fórmulas económicas
que los políticos de la joven burguesía de "cachacos" ensayaba
en el país en detrimento de los "de ruana", pocos hombres del siglo XIX debieron sortear tantas contradicciones de clase,
sociales y económicas como las que afrontó
Melo.
Tuvo
que cargar, además, con situaciones inéditas
en la vida pública del país: si no pijao
puro, sí tal vez el único presidente de Colombia
que podía reclamar ancestros indígenas; el
único que llegó al poder en todo un siglo
mediante un golpe de Estado; el único que
concitó la furia de los partidos políticos
de entonces, incluyendo a los sedicentes
amigos, y el único que debió enfrentar, por
vez primera en la historia republicana de
Bogotá, una lucha callejera con el propósito
de derribarlo. Hijo de Manuel Antonio Melo
y María Antonia Ortiz, creció en Ibagué,
hasta que el 21 de abril de 1819 se enroló
en el Ejército Libertador, en calidad de
teniente. Se le conocieron dotes de mando
en las batallas de Popayán, Pitayó y Jenoy.
Participó en casi todas las batallas importantes
de la independencia de Suramérica, hecho
que muy pocos de sus coetáneos, aun siendo
militares, hubieran podido demostrar: estuvo
en Bomboná y Pichincha en 1822; en Junín,
Mataró y Ayacucho en 1824; participó en el
sitio a El Callao en 1825, y en la bataila
del Portete de Tarqui en 1829.
Por
riguroso ascenso fue capitán en febrero de
1823, coronel en 1830 y general en 1851.
A la muerte de Bolívar, y siéndole fiel en
su programa político, apoyó a Rafael Urdaneta
durante su breve mandato dictatorial. Por
esta causa fue expulsado a Venezuela, donde,
vinculado nuevamente a un grupo de oficiales
que conspiraron contra el presidente José
María Vargas, en 1835, obtuvo un efímero
triunfo al derrocarlo. En esa conspiración,
llamada "de las Reformas", participaron abiertamente oficiales de la talla de Silva, Briceño, Ibarra,
Peru de Lacroix y Julián Castro, entre otros;
También gozó de la simpatía de Mariño y del
oportunismo de Pedro Carujo. Fracasados en
el intento de instalar gobierno, al retomar
el poder el general José Antonio Páez, "hombre fuerte" de Venezuela, fueron desterrados los conspiradores, unos a las Antillas, otros
a Nicaragua.
Con el fracaso se frustró el plan de 9 puntos
que los insurgentes habían presentado como
ultimátum a Vargas, donde se contemplaba,
entre otros asuntos, la reconstitución de
la Gran Colombia. Melo se dirigió en diciembre
de 1836 a Europa.
En
1837 se hallaba en la Confederación Germánica,
en Bremen, Sajonia. Allí estuvo en la Academia
Militar y a esta, época corresponde la lectura
de textos políticos socialistas. En fecha
desconocida de 1840 regresó a Nueva Granada,
desentendiéndose de asuntos militares, no
obstante su reciente aprendizaje en Alemania.
Trabajó en Ibagué, en asuntos comerciales,
y llegó a ser jefe político del cantón. Entre
el 13 de agosto de 1851 y el 19 de junio
de 1852 lo encontramos al frente del Montepío
Militar, una vez que el presidente José Hilario
López lo rehabilitó y lo ascendió a general.
Poco
después, López mismo lo nombró comandante
de Cundinamarca. Para entonces, Melo se había
casado con María Teresa Vargas París, cuñada
de Urdaneta, con quien tuvo dos hijos: José
María, quien se ahogó muy joven, y Bolivia,
de quien nada se sabe. Nuevamente se casó,
en 1843, con la panameña Juliana Granados,
con quien tuvo un hijo, Máximo, con quien
llegó a México en 1860, cuando éste tenía
15 años y 60 el general. No fue fácil el
trabajo de Melo en la Comandancia. Rota la
paz social por los esfuerzos de un rico sector
de la oligarquía, que deseaba imponer una
política librecambista, favorecer la importación
indiscriminada de todo tipo de géneros y
objetos europeos, licenciar al ejército veterano,
considerado inútil y costoso, expulsar a
los jesuitas, reformar, en fin, la Constitución
a la que consideraban poco liberal, Melo
se convirtió, contra su voluntad, en símbolo
de la resistencia gubernamental al cambio
y de la urgencia proteccionista de las masas
populares. El nuevo presidente José María
Obando, en el poder desde el 1 de abril de 1853, ex realista, no contaba con el total apoyo
de su propio partido. Las reyertas callejeras
abundaban y tomaban cada día mayor animosidad,
enfrentando a las clases sociales. En esas
circunstancias, se fraguó por los enemigos
de Obando y de Melo una inicua estratagema,
un incidente alrededor de un cabo, Pedro
Ramón Quiroz.
El
1 de enero de 1854 Quiroz llegó tarde al
cuartel, porque en una trifulca vana había
sido herido; al regresar Melo de una reunión
en la Presidencia, fue informado del incidente
y ordenó arrestar al cabo sin saber de la
gravedad de sus heridas, pero al enterarse
de la situación real, dispuso que se le trasladara
de inmediato al hospital militar, donde,
poco después, murió. A Melo se le culpó de
haberlo asesinado con su espada. De nada
valió la declaración de Quiroz, quien, antes
de morir, lo había exculpado expresamente.
Un tal "macho" Alvarez, así Llamado, publicó un libelo señalándolo como homicida.
Melo
se defendió a sí mismo en El Liberal y en
El Neogranadino, demostrando que más de cuarenta
testigos, incluido el presidente, estaban
con él cuando Quiroz fue herido. Sin embargo,
cuando se precipitaron los hechos que llevaron
a Melo, en abril, al poder, se dijo que todo
había sucedido para evadir a la justicia.
Los días anteriores al 17 de abril fueron
de gran agitación popular.
Las
conspiraciones de los dos bandos en pugna
hacían inminente el enfrentamiento. Setecientos
artesanos se armaron y ofrecieron apoyar
a Obando, pero éste rehusó su apoyo que consideraba
comprometedor. Melo quiso mediar en el conflicto,
pero entonces el ejército y los artesanos,
aquellos en uniforme de parada y éstos luciendo
escarapelas con la consigna « Vivan los artesanos
y abajo los monopolios», formados en la Plaza
de Bolívar, esperaban resultados y le ofrecieron
respaldo decidido. Melo asumió entonces la
grave responsabilidad de abolir la vigencia
de la Constitución, cerrar el Congreso, detener
a Obando y al vicepresidente José de Obaldía,
y convocar al pueblo a defenderlo.
No
tuvo mayor éxito. Excepto un par de victorias
militares en Tíquiza y Zipaquirá, el equipo
político-militar de Melo gobernó a la defensiva
durante los ocho meses en que pudo resistir
la presión de los partidos tradicionales
que, enemigos ayer, se congregaron fácilmente
para restablecer, con la Constitución, sus
fueros y prerrogativas. El 4 de diciembre
de 1854 Bogotá fue tomada militarmente por
una coalición legitimista, donde se encontraban
los generales Pedro Alcántara Herrán, Tomás
Cipriano de Mosquera y José Hilario López,
jefes, a su vez, de sendos partidos.
En
1855 se le siguió a Melo un sonado juicio,
que quiso ser criminal, por lo de Quiroz,
pero que tuvo que ser político, a pesar de
que varios de sus enemigos quisieron juzgarlo
por insubordinación militar. El veredicto
lo habría llevado al fusilamiento. Finalmente,
se le hizo un juicio civil, con el que se
le expulsó del país, confiscándosele sus
pocos bienes, y prohibiéndosele regresar
al país durante ocho años.
Expulsado
de Nueva Granada, Melo salió rumbo a Costa
Rica, el 23 de octubre de 1855, en el vapor
Clyde de la línea Astrad. No hay muchas noticias
de Melo durante los dos años siguientes.
Hermético, nunca aclaró ni dejó testimonio
del lugar donde estuvo. Se sospecha que,
con nombre ficticio, participó en Nicaragua
en la resistencia contra el filibustero norteamericano
W. Walker.
Pero
en 1859 lo encontramos en El Salvador, como
instructor del ejército, y muy activo en
la vida social del país. Después permaneció
escasos dos meses en Guatemala, donde se
enemistó con el dictador Rafael Carrera,
razón por la cual decidió pasar a México
con su hijo Máximo. Parece que esto sucedió
hacia el 10 de octubre de 1859. Lo cierto
es que el 12 de marzo de 1860, el periódico
liberal de Tuxtla Gutiérrez (Chiapas), La
Bandera Constitucional, lo saludó con gran
despliegue en primera plana. Melo acababa
de ofrecer su experiencia militar al gobernador
Angel Albino Corzo, uno de los pocos que
entonces permanecía fiel al presidente Benito
Juárez, refugiado en Veracruz.
El
día 2, Corzo le había pedido a Juárez la
incorporación de Melo al ejército liberal,
petición aceptada a pesar de que Juárez no
simpatizaba con la ayuda extranjera: es posible
que Melo haya sido el único general extranjero
que defendió con las armas las leyes de reforma
liberal impulsada por Juárez. En su condición
de encargado de defender la frontera de México
con Guatemala, Melo organizó un destacamento
de caballería, de algo más de cien jinetes,
y desde Comitán dispuso la defensa de Chiapas
ante las incursiones de los conservadores
que, desde el país vecino, llevaban a cabo
operaciones tácticas, bajo las órdenes del
general mexicano Juan A. Ortega.
En
la madrugada del 1 de junio de 1860, el pequeño
destacamento melista ocupaba el casco de
la exhacienda de Juncaná, Zapaluta, hoy La
Trinitaria, a 22 kilómetros de Comitán, cuando
fue sorprendido por descargas de fusilería.
A Melo, herido, al igual que a cuatro de
sus compañeros, se les fusiló sin fórmula
alguna, porque había orden expresa de Ortega
para matarlo. En las bolsas del general se
encontró un mísero botín: un reloj, una cartera
con cuatro pesos de plata y unas cartas.
El cadáver permaneció cierto tiempo a la
intemperie, hasta que los indios tojolabales,
habitantes de Juncaná, lo enterraron frente
a la capillita del lugar.
Se
han ejecutado dos intentos por rescatar de
ese lugar sus restos. En 1940, por gestiones
del ministro Luis López de Mesa ante el presidente
Lázaro Cárdenas, con la participación del
legatario de Colombia en México Jorge Zawadsky;
y en 1989, durante el mes de junio, a solicitud
de los presidentes de Colombia y México.
En los dos casos el trabajo arqueológico
ha quedado inconcluso. Algún día retornarán
a Colombia.
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