Darío Echandia Olaya
1944
Nació
en Chaparral, el 13 de octubre 1897 y murió
en Ibagué, mayo 7 de 1989.
Político
y estadista tolimense. Darío Echandía Olaya
cursó sus estudios primarios en la
escuela pública de su ciudad natal, luego
sus padres se trasladaron a Bogotá. Allí
ingresó al Colegio Mayor de Nuestra Señora
del Rosario, donde terminó sus estudios
secundarios y los de Derecho y Ciencias Políticas
en
1917.
La vida pública de Darío Echandía fue intensa, pocos políticos colombianos han
sido protagonistas tan directos del acaecer
histórico y social de la nación como él.
A los 21 años ya era diputado en la Asamblea
Departamental del Tolima, de donde salió
un poco resentido por el manejo que se le
daba a su partido. Durante algún tiempo trastocó
su fogosidad de político idealista por la
mesura y el equilibrio del jurista. En Ambalema
ocupó el cargo de juez civil del circuito,
hasta el año 1927, cuando fue nombrado magistrado
del Tribunal Superior de Ibagué, cargo que
desempeñó muy fugazmente, pues a los pocos
meses pasó a gerenciar el Banco Agrícola
Hipotecario de la ciudad de Armenia.
Echandía
participó activamente en la campaña presidencial
de Enrique Olaya Herrera y fue precisamente
en una de sus convenciones donde entabló
contacto con Alfonso López Pumarejo, a la
sazón director nacional del partido liberal.
Desde entonces los unió una gran amistad
personal y política, pilar fundamental en
el cambio de las estructuras sociales de
la república conocido como la política de
la Revolución en Marcha. En 1930, obtenido
el triunfo liberal, Echandía fue elegido
miembro de la Dirección Nacional Liberal.
En
1931 se desempeñó como senador. En 1934 volvió
a integrar la Dirección Nacional Liberal,
adelantando como tal el debate electoral
que llevó al poder a López Pumarejo. Ese
mismo año fue elegido como representante
a la Cámara por el Tolima, y el 13 de agosto,
por deferencia especial del presidente López,
fue nombrado ministro de Gobierno y después
ministro de Educación.
Más
tarde, el ala del partido liberal inclinada
más a la izquierda, encabezada por Jorge
Eliécer Gaitán, pensó en Echandía como posible
sucesor de López. Aceptada la precandidatura,
luego la declinó, por su propia voluntad,
en favor de la del liberal de centro Eduardo
Santos. Echandía fue embajador de Colombia
ante El Vaticano, y como tal le correspondió
la negociación para un nuevo Concordato,
duramente atacado por la oposición conservadora
y por los prelados de la Iglesia colombiana,
cerrados ante las radicales reformas de la
administración López.
Ocupó
por segunda vez el Ministerio de Gobierno
en la segunda administración de López, y
el Congreso lo eligió como primer designado,
condición en la cual asumió la Presidencia
cuando López se retiró a causa de los quebrantos
de salud de su esposa. El 10 de julio de
1944, cuando era designado y a la vez ministro
de Relaciones Exteriores, tuvo lugar el golpe
militar contra el presidente López en Pasto.
Echandía se hizo presente en el palacio de
gobierno y, una vez el Consejo de Estado
lo autorizó para asumir el poder, tomó posesión
de él y se hizo reconocer por las tropas,
salvando así el orden constitucional del
país.
Para
el período 1946-1950 su nombre volvió a sonar
como candidato, pero ante la rivalidad de
Gabriel Turbay y de Jorge Eliécer Gaitán,
Echandía se abstuvo de participar en el debate
electoral, considerándolo perjudicial para
el liberalismo: «No deseo dividir en tres
lo que ya está dividido en dos». Realizó
ingentes esfuerzos para obtener la unión
del liberalismo y luego partió como embajador
a Londres, carácter en el cual asistió a
la primera Asamblea de las Naciones Unidas.
En
1947 fue elegido para la Dirección Nacional
Liberal. Como ministro de Gobierno de Mariano
Ospina Pérez, se jugó todo su prestigio personal,
buscando una salida a la violencia y el restablecimiento
del orden jurídico. Ante el fracaso, se retiró
del gobierno y fue elegido por su partido
para las elecciones presidenciales de 1949,
por ser «un símbolo de tolerancia frente
a la pasión partidista».
No
obstante, ante las condiciones vejatorias
del régimen conservador, que empezaba a violar
el régimen constitucional prohibiendo las
manifestaciones públicas, declarando el estado
de sitio y persiguiendo al pueblo liberal
inerme, Echandía retiró su candidatura e
invitó a sus copartidarios a no concurrir
a las urnas por el inmenso peligro que ello
encerraba. El mismo sufrió un atentado el
25 de noviembre de 1949, en el cual resultaron
muertos su hermano Vicente Echandía, dos
estudiantes y un comerciante, además de numerosos
heridos por los disparos efectuados por una
patrulla de la policía militar.
Cuando
en 1953, con la anuencia de un sector del
conservatismo y del liberalismo, el general
Gustavo Rojas Pinilla se tomó el poder, Echandía
definió brillantemente los sucesos del 13
de junio como un «golpe de opinión» en el
que se forjaron grandes esperanzas de reconstrucción
y convivencia nacional. Aceptó el cargo de
magistrado de la Corte Suprema de Justicia
que le ofreció Rojas Pinilla, pero después
lo abandonó, en vista del carisma de mero
poder personalista que fue tomando el régimen
de Rojas. Combatió abiertamente las arbitrariedades
participó en la caída de Rojas el 10 de mayo
de 1957 y tomó parte en el plebiscito convocado
por la Junta Militar de Gobierno.
Una
vez instaurado el Frente Nacional, durante
la administración de Alberto Lleras Camargo,
fue elegido por segunda vez designado a la
Presidencia de la República, y más tarde,
gobernador del Tolima. Durante la presidencia
de Carlos Lleras Restrepo, actuó como ministro
de Justicia, designado y, de nuevo, embajador
ante El Vaticano. Intervino activamente en
la reforma constitucional de 1968. Sus últimos
años los pasó al margen de la vida política,
decepcionado del desastre de las ideas liberales
ocasionado por el manejo de dirigentes enfrascados
en meras lides personalistas, sin contenido
ideológico: «Mi aptitud ha sido orientada
por ideales políticos y no por odios o rencores
personales». Echandía entendía que el verdadero
liberalismo «no es sino una especie de optimismo
racional y humanístico». En sus postreros
años, realizó fuertes recriminaciones a los
manipuladores conservatizados de su partido.
Liberal
de formación y de todo corazón, Echandía
nunca claudicó en sus ideas liberales de
izquierda, abofeteando con su sarcasmo a
muchos dirigentes liberales tibios. A sus
80 años, todavía ratificaba su convicción
de socialista, lo mismo que el 13 de octubre
de 1977, cuando un periodista le preguntó
por qué era liberal y él extrañado respondió:
«¿Liberal? Si yo soy socialista!». Para Echandía
el mejor gobierno era «el del pueblo y debemos
a ese ideal, que es lo que nos constituye
como partido, lealtad sentimental y lealtad
intelectual».
Más
que el poder, le interesaron las ideas y
la noble causa que implicaba extenderlas
y defenderlas, pues consideró que «el hombre
es un ser sentimental, que no solamente se
mueve por dinero». Desde este punto de vista
se definió como un hombre de izquierda, vinculado
a los principios revolucionarios que podían
funcionar incluso al margen de la ley. La
vida del maestro Echandía giró por entero
en torno al concepto clásico liberal de la
democracia como el gobierno del pueblo y
para el pueblo, concepto que enriqueció introduciéndole
dos criterios más: los deberes sociales del
Estado y los deberes sociales de los particulares.
Su aporte a la reforma constitucional de
1936 fue grande: con ella se reforzaron las
libertades clásicas de prensa, pensamiento
y conciencia; se garantizó la propiedad privada,
pero complementada con una función social
que implicaba obligaciones; también el derecho
individual, como derecho natural de la propiedad,
adquirió una limitante: por razones de equidad,
se podría expropiar sin previa indemnización; se restringió el monopolio de la educación religiosa, se garantizó
la libertad de enseñanza, pero el Estado
asumió la inspección y vigilancia de los
establecimientos de educación, sin importar
que fueran públicos o privados; el trabajo
se convirtió en un derecho y una obligación
social que gozó de la protección especial
del Estado. Otra de las grandes batallas
libradas por Echandía fue la del Concordato.
Pretendió
recuperar la dignidad y la soberanía del
Estado colombiano, sometido desde 1887 a
la jerarquía eclesiástica, aun en ámbitos
propios del poder civil y político. Como
ministro de Educación promulgó la urgencia
de precipitar un movimiento educativo masivo
en el país, haciendo especial énfasis en
el campo. Su tesis principal fue la "democratización de la cultura", donde el Estado ejercería su control y funciones. La reforma agraria constituyó
desvelo permanente de Echandía, no en vano
fue hijo de provincia y de campesinos cafeteros.
Siempre consideró que era la reforma más
importante de todas. Para él la conexión
entre la democratización de la cultura y
la de la tierra, permitiría que la masa colombiana
caminara hacia un sistema de expresiones
populares integrales.
Antes
que la política, su vocación fue humanística.
Político por ocasión y por servicio, nunca
ambicionó el poder ni lo persiguió. Su ética
personal, orientada por sus concepciones
jurídicas y por su ideología liberal de izquierda,
estuvo orientada siempre al servicio de la
colectividad, al servicio del pueblo colombiano.
El leitmotiv que orientó su quehacer fue
el Derecho; su acción política estuvo marcada
por esta expresión jurídica, no en vano muchos
de sus contemporáneos lo definieron como
«la conciencia jurídica de la nación». Más
que por los puestos, cargos y curules que
desempeñara, la grandeza del maestro Echandía
radicó en erigirse como el renovador doctrinario
de su partido, pues no se conformó con realizar
una brillantísima carrera burocrática, sino
que fue constante agitador de ideas sociales.
Su vida fue un continuo debate y él, un batallador
incansable por involucrar a su viejo partido
con las necesidades del pueblo. Su nombre
se ha unido con caracteres indelebles a la
falange de liberales colombianos que a lo largo de sus avatares históricos, levantaron las banderas de
la masa social y de sus necesidades de justicia. |